Somos especialistas para poner el “grito en el cielo” frente a la divulgación de hechos y sus subsecuentes derivadas a partir del conocimiento que comportan conductas reñidas con ciertos supuestos que no se verifican en la realidad, pero donde la verdad sea dicha, el mantra del puritanismo que exige las penas del infierno para quienes transgreden y dañan con sus actos el pacto social que nos permite vivir integrados en comunidad, si bien amerita su referencia moral, dificulta el superar las vociferaciones grandilocuentes alimentadas para empatizar con el justificado malestar de la opinión pública.
Alguien podría inferir erróneamente, que “hay que dar vuelta rápidamente las páginas de éste escándalo” (PENTA y SQM) y disminuír los decibeles de tanta polución acústica. Pero no nos engañemos, tampoco seamos hipócritas acentuando el menoscabo, ya que siempre ha sido más fácil apuntar a los defectos y yerros ajenos, ya que nos atemoriza pensar siquiera de lo que seríamos capaces de hacer si no mediara el valor disuasivo de la ley o por que supeditamos nuestras pulsiones a una formación valórica que actúa como dique de contención ante eventuales situaciones que nos despistasen, evitándonos de esa forma entrar en territorios menos prístinos.
Tampoco es que situemos en un mismo plano los comportamientos en el ámbito individual y público, aunque no son inconexos del todo, ya que potencialmente todos somos sujetos de cometer fechorías y trapacerías de índole muy diversa, por tanto no se trata de apuntar con el dedo acusador desde el púlpito de la propia supremacía moral.
Los emplazamientos y mutuas recriminaciones, evidencian que transversalmente, al menos en términos perceptivos, la sola circunstancia de ser mencionados pasando como sacristanes “el platillo” a los empresarios, ya no se está en condiciones de impecabilidad para “tirar la primera piedra”.
Y eso es parte del problema, ya que está clarísimo que son pocos los que pueden salir incólumes de éste atolladero, dado que no es descartable la aparición de otros epónimos, si se investigasen más empresas.
Sobretodo que para salir del atolladero, es ineludible legitimar un acuerdo político que se haga cargo de lo que ha ocurrido (dónde muy pocos pueden alegar inocencia) y asumir un compromiso sin titubeos en materia de una legislación que castigue severamente estas marrullerías en el futuro, no obstante de estar consciente que un número de incumbentes con “tejado de vidrio” tendrán que ser parte de el.
No sirve, tampoco aporta que sigamos comportándonos como santurrones y expectativas de sanción penal que no ocurrirán producto de una charolada sobre la mugre, sino por una enclenque normativa jurídica que está desfasada con los tiempos de hoy.
Quienes, ya sea por falta de coraje, o porque sus pergaminos de legitimidad estén en entredicho y se sientan intimidados por la opinión pública, que no hace disquisiciones respecto a quienes sí parecen estar maniatados por las circunstancias, sabiéndose que también son objeto del oprobio ciudadano, se inhiben a entregar su opinión porque arriesgan ser tildados con los peores epítetos y descalificaciones.
Ya es hora. Dejémonos de tanto aspaviento puritano, mirémonos sin antifaces, con menos beatería y ocupémonos en serio por encontrar el camino de salida a éste laberinto.