Simbólicamente, desde el puente Padre Hurtado, que a une Santiago con su norte, al caer la tarde del 8 de abril, a la barahúnda de la ciudad se sumó el inconfundible sonido de la Banda Conmoción. La música pretendía atraer a los centenares de santiaguinos que circulan por el entorno del Centro Cultural Estación Mapocho, para que entregaran un poco de agua para aliviar -en parte- las penurias de sus compatriotas de Atacama.
El peculiar recital fue organizado por el trío de instituciones culturales del sector -Fundación de Orquesta Juveniles, Balmaceda Arte Joven y Centro Cultural Estación Mapocho- que, como en ocasiones anteriores de catástrofes naturales, esgrimen entre sus principios la solidaridad con los seres humanos que sufren.
El resultado fue inesperado, tanto en el número y el entusiasmo de los seguidores de la banda, como la cantidad de litros de agua envasada recibidos -alrededor de tres mil- y, sobretodo, en despertar el impulso solidario hasta entonces oculto por morbosos despachos de televisión y el ambiente de desconfianza al que han llevado a la sociedad los casos de corrupción que afectan a la elite empresarial y política.
Era importante que, desde el mundo de la cultura, se diera una señal de involucramiento en la tragedia cuya normalización amenaza prolongarse por años. Así lo entendió la Ministra Claudia Barattini que, invitada a plegarse, no vaciló en llegar con sendos envases del líquido solicitado.
Pero este recital no fue el único que animó esa tarde. A pocas cuadras de allí, en la sala especialmente acondicionada para la música de cámara en el GAM, se celebraba un octogésimo cumpleaños de gran vitalidad y arte.
La Orquesta Filarmónica de Temuco, del Teatro Municipal de esa ciudad, creada en la década de 1930 como Orquesta de Profesores y luego Orquesta Palestrina, brindó un espectáculo también peculiar.
El programa contemplaba, junto a Rossini y Mendelssohn, un Concierto para Flauta, compuesto para la OFT por su Director David Ayma, e interpretado por la solista Paula Ordoñez. Ambos, músicos formados inicialmente en la Universidad de Chile, avecindados en Temuco, atraídos por la existencia de un teatro con elencos residentes y orquestas juvenil e infantil en ciernes.
De pronto, la solemnidad entregada por las composiciones, la sala y el rigor de músicos que iniciaban una gira que los llevará a Rancagua, el Aula Magna de la UTFSM de Valparaíso, el Diego Rivera de Puerto Montt y la Universidad de Valdivia, se rompió cuando el Director, emocionado y agradecido por los aplausos, mostró su carta bajo la manga (o desde su iPhone que le servía como virtual partitura): una Fanfarria, también compuesta por él, para su orquesta.
Entonces, la similitud con los bronces de la Banda Conmoción, que, según el diccionario, es una fanfarria o “banda de música formada por instrumentos de metal, en ocasiones acompañados de percusión, y que suele tocar por las calles en las fiestas populares y en ocasiones ceremoniosas”, se hizo inevitable.
Junto al Mapocho, Conmoción despertaba ánimos solidarios, dormidos pero no ausentes, sólo atribulados, y al lado de la Alameda, la obra de Ayma venía a decirnos, desde la Araucanía, que las artes y en particular la música son capaces, con una buena gestión, de constituir importantes referentes culturales que suelen pasar inadvertidos para capitalinos embebidos en la pugna por el poder.
Esa tarde de fanfarria y conmoción, el centro de Santiago fue un poco mejor. Más solidario e integrado. Gracias a la magia de la cultura, que bien haría nuestra elite darle la importancia que merece.
Sobre todo, en vísperas de recibir, el Parlamento, un proyecto novedoso de Ministerio multicultural que amerita y augura discusión amplia y dilatada.
Porque lo que hasta ahora ha trascendido, no es más que una “arquitectura” integradora de servicios públicos combinados -no se conoce cómo- como las conclusiones de la Consulta Indígena.
Nada se sabe sobre lo que propondrá respecto de quienes están animando principalmente -desde su creación- la vida cultural del país: las corporaciones culturales -como las municipales de Temuco o Santiago-, las de alcance nacional como Balmaceda, el GAM o Mapocho- , las fundaciones forjadoras de audiencias como la de Orquestas Juveniles o el MIM, y una larga lista de instituciones culturales sin fines de lucro, con directorios plurales y diversos, que ostentan programaciones permanentes y administran espacios que forman a los públicos.
Ambas, tareas que el Consejo Nacional de la Cultura debe respaldar y, porqué no, orientar hacia un sueño de desarrollo cultural que permanece -como la solidaridad antes de la conmoción y la fanfarria- ausente. Y que ya es tiempo de conocer.
Sin dejar de acumular solidaridad para la tragedia de Atacama.