29 mar 2015

Vacío de poder en Yemen y reacomodo sectario en Oriente Medio

La decisión de cerrar temporalmente las embajadas que Alemania, Italia, Holanda y Arabia Saudita tenían desplegadas en Yemen, nos lleva a pensar que la situación política, social y estratégica del país mesoriental puede estar experimentando un cambio sustantivo si la situación actual se mantiene en el tiempo. Las embajadas de estos países se suman a las de Estados Unidos, Francia y Reino Unido que horas antes habían optado también por cerrar sus legaciones diplomáticas.

En Yemen – el país más pobre de la Península Arábiga – se dio la dimisión de su Presidente, Abed Rabo Mansur Hadi debido a presiones de grupos rebeldes hutíes que demandaban una mayor representación política en los cargos de poder. Dicho de esta manera, puede parecer razonable esta demanda, pero al considerar las variables sectarias y las disputas irreconciliables entre los grupos chiítas y sunitas, así como entre islamistas y movimientos laicos, nos lleva a la necesidad de hacer un análisis bastante más cuidadoso.

Abed Rabo Mansur Hadi pertenece a la rama sunita del Islam. Viene de una ciudad del sur de Yemen, cuyas áreas también se encuentran mayoritariamente pobladas por sunitas. Llegó al poder primero como presidente interino y luego ocupó la primera magistratura después de la dimisión de Ali Abdullah Saleh, quien salió del cargo como consecuencia de las presiones sociales desencadenadas por la Primavera Árabe.

Los hutíes que habitan el norte, son zaidíes (una rama dentro del chiísmo que cree en la existencia de cinco imanes o líderes religiosos). Acá ya se observa una diferencia sectaria, pero dicha diferencia no existía cuando Saleh tenía que lidiar con los hutíes, ya que tanto éstos como Saleh se adscribían a la rama zaidí, aunque se consideraban enemigos. Sus diferencias se explicaban fundamentalmente por la política pro-occidental que Saleh mantuvo durante sus años en el poder, con una relación muy cercana al gobierno de Washington, especialmente en materia de antiterrorismo.

Los hutíes deben su nombre al fundador de su movimiento, Hussein Badraddin al-Huti, quien fue un influyente clérigo zaidí, y ex miembro del parlamento yemení entre 1993-1997. Se hizo conocido con el eslogan: “Dios es grande. Muerte a Estados Unidos e Israel. Victoria para el Islam y los musulmanes”. Desde entonces, los hutíes se movilizan en torno a ese llamado, aunque ahora bajo el liderazgo de su hermano, Abdel Malik al-Huti, ya que Hussein murió en un enfrentamiento con el ejército y la policía yemení el 2004.

Sobre la base de estos antecedentes, no debería extrañarnos que los hutíes tengan una política relativamente hostil hacia Estados Unidos y Occidente, y aunque si bien tienen enemigos comunes, como el islamismo que pregonan grupos locales como Ansar-al Sharia, Al Qaeda, o el Estado Islámico, difícilmente estos hechos per se establezcan una alianza sostenible en el tiempo.

La relación de los hutíes con Occidente estará determinada por otros factores, como el papel que Irán está experimentando en una región en la que parece ganar terreno e influencia con el chiísmo, lo que convierte a Teherán en un interlocutor cada vez más influyente en gobiernos como el iraquí, sirio y ahora el yemení.

Sumado a lo anterior, no podemos desconocer un hecho delicado en lo que se refiere a las negociaciones entre Estados Unidos e Irán sobre el programa de enriquecimiento de uranio. Arabia Saudita y otros países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) ya han responsabilizado a Irán sobre su eventual apoyo a las milicias hutíes. Si Washington se sumara a estas críticas, podría dejar en fojas cero las conversaciones con Irán en la búsqueda de un acuerdo que permita destrabar el aislamiento internacional de Teherán. Por lo tanto, esta situación nos añade un nuevo factor a la ya compleja ecuación en la región de Oriente Medio.

De mantenerse la situación en Yemen, serán inevitables las escaramuzas entre los grupos chiítas y sunitas, que pueden ser alentados directa o indirectamente por regímenes como el iraní y el saudí, respectivamente.

Para Arabia Saudita, Yemen – un país con el que comparte 1.800 kilómetros de frontera – puede ser lo suficientemente hostil si es que Irán llega a tener un control directo o indirecto en el frente político interno. El régimen de Riad observa con preocupación el “cerco geográfico” que está experimentado por países dominados por movimientos proclives al chiísmo: al noreste con Irán, al norte con Siria y ahora en el sur, con Yemen.

El vacío de poder dejado tras la salida del presidente Hadi, y la consiguiente llegada de los hutíes en Yemen, representa un reacomodo de fuerzas en la región de Oriente Medio.

Si se mantiene esta situación, y especialmente si los hutíes se mantienen en posiciones de poder, revitalizará las diferencias sectarias entre chiítas y sunitas que por ahora se mantendrían a un nivel de milicias no estatales, pero si esas tensiones escalan a un nivel estatal o formal, puede acrecentar los antagonismos entre Teherán y Riad, en un conflicto que puede llevarnos a consecuencias impredecibles.

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