…”El que no entra por la puerta al corral de las ovejas, sino saltando por otra parte, es un ladrón y asaltante. El que entra por la puerta es el pastor del rebaño. El cuidador le abre, las ovejas oyen su voz, él llama a las suyas por su nombre y las saca. Cuando ha sacado a todas las suyas, camina delante de ellas y ellas le siguen; porque reconocen su voz. A un extraño no le siguen, sino que escapan de él, porque no reconocen la voz de los extraños”. Jn 10, 1-5
El nombramiento del nuevo obispo diocesano de Osorno ha sido causa de una gran división en la comunidad osornina. Desde que se supo la noticia no han cesado las manifestaciones públicas y privadas de descontento de parte de fieles y autoridades.
Especial notoriedad alcanzó la carta de rechazo al nombramiento, firmada por una treintena de sacerdotes de la Diócesis, gesto sin duda inaudito en la historia reciente de la Iglesia chilena.
El principal argumento de resistencia al nombramiento por parte de la comunidad osornina tiene que ver con el histórico vínculo de formación, afecto y admiración que se ha dado entre el obispo Juan Barros y el sacerdote Fernando Karadima, abusador sexual condenado por la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe.
Las víctimas de este último sacerdote, por medio de su testimonio valiente y acreditado fueron los primeros en llamarnos la atención ante lo que estaba sucediendo. Los acontecimientos posteriores son conocidos por todos.
En mi opinión no se puede descalificar a nadie por haber sido amigo o familiar de un criminal. Mons. Barros no puede dejar de ser Obispo de Osorno por el simple hecho de haber sido cercano a Fernando Karadima, ese argumento no es suficiente. Sin embargo, la situación cambia cuando se trata de una persona que formó parte de su círculo de protección hasta el último minuto, buscando influir en quienes tenían que tomar las decisiones para conocer la verdad que hoy nos avergüenza.
El obispo Barros formó parte de la “Pía Unión Sacerdotal del Sagrado Corazón”, la misma institución que fue disuelta por el Arzobispo de Santiago, como consecuencia de la investigación canónica a Fernando Karadima, que entre otras cosas reveló una eclesialidad insana entre sus miembros y oscuros manejos patrimoniales.
Mons. Barros, adhirió y fue formado en esa eclesialidad, y es precisamente aquí, en este punto, donde reside la principal objeción para que asuma como Obispo de Osorno. Es cierto que el Obispo Electo ha asumido públicamente la condena de Fernando Karadima, pero aún quedan dudas razonables acerca de la eclesiología que aprendió en El Bosque y que cultivó por largos años.
La vía administrativa con argumentos de autoridad no es suficiente para legitimar a un pastor. La comunión eclesial no se garantiza por la obediencia religiosa del pueblo fiel ante una orden del Papa. Es necesaria la “recepción” de ese dictamen por el asentimiento alegre, confiado y en paz del Pueblo de Dios, que en este caso no se ha dado.
Un buen pastor, con un sano sentido de Iglesia, no puede desconocer el lugar teológico que le cabe al Pueblo de Dios. Su encargo pastoral no se puede sostener en la sola autoridad o en la piedad personal que lo invita a obedecer al superior que le encarga una misión, sin considerar el parecer del pueblo al que se consagrará en su servicio.
La verdadera autoridad de un pastor descansa en el corazón de su pueblo, haciéndose un intérprete de sus deseos de fidelidad al evangelio.
La reparación de la comunión eclesial rota exige, en Osorno, un paso al costado del Obispo Electo. Tal gesto lo engrandecerá y quizás habilitará para futuros encargos apostólicos al demostrar en la práctica que, por sobre consideraciones personales, quiere de verdad a la Iglesia y no desea hacerle daño con su imposición como cabeza de esa diócesis.