En medio de las elecciones generales de Israel, Netanyahu, el candidato de la extrema derecha israelí, ha puesto por fin sus cartas sobre la mesa y se ha mostrado tal cual es sin, la presión permanente de mostrarse políticamente correcto ante el mundo, para disfrazar sus verdaderas creencias e intenciones.
Al fragor de la campaña y ante el temor de perder la conducción de un gobierno que ha sido el responsable de aniquilar el proceso de paz y la solución de los dos Estados, ha salido a decirle a sus votantes que si es reelecto no habrá ni Estado Palestino ni división de Jerusalén y que, muy por el contrario, reforzará la política de asentamientos ilegales en los territorios Palestinos ocupados ilegalmente por más de 4 décadas.
Como si esto fuera poco, en medio de las elecciones, ha hecho un llamado desesperado a los desencantados de su propia coalición, para que se levanten a votar, argumentando, como si de una amenaza letal se tratara, que por primera vez los ciudadanos israelíes de origen palestino se lo están haciendo en masa, poniendo en riesgo la hegemonía “judeo- sionista” de un Estado que se autoproclama como la única democracia de medio Oriente y que sin embargo trata como a extranjeros y enemigos a casi la mitad de sus ciudadanos, incluido los “judíos anti sionistas”, como él mismo los ha llamado.
No creo que hoy los israelíes tengan la oportunidad de escoger entre continuar la ocupación ilegal de Palestina y seguir violando los derechos humanos de millones a diario, o avanzar hacia una convivencia pacífica con los palestinos, lo que necesariamente pasa por reconocer y aceptar sus derechos nacionales inalienables que incluyen el retorno, la autodeterminación y el establecimiento de un Estado independiente en Palestina. De hecho, quienes suscriben esta tesis, aun no logran conformar una mayoría que permita avizorar un cambio en la política de Israel hacia el pueblo palestino.
Por otro lado, un triunfo de Netanyahu cierra cualquier posibilidad, según sus propias palabras, de avanzar hacia el término de la ocupación ilegal y por defecto, hacia la paz.
Esperemos que el conjunto de los dioses que inspiran a quienes habitan dicho territorio, iluminen a sus seguidores para que se atrevan, al menos, a intentar un cambio.
Esperemos que este cambio implique, al menos, la posibilidad más radical de todas, que es atreverse a mirar a los otros como iguales y dejar de lado las identidades que durante tanto tiempo han gobernado, sin contrapeso, en el Estado de Israel.
Esperemos también que quienes han optado por dejar atrás la hegemonía cultural de los fundamentalismos religiosos o nacionalistas y han decidido guiar sus pasos por la razón, obtengan avances significativos en el parlamento, de manera de evitar que la extrema derecha israelí, que aspira a hacer de Israel un Estado exclusivamente judío logre un mayoría que permita concretar el genocidio al que hace tanto tiempo aspiran.
De no ser así, debemos prepararnos para asistir a la continuidad de la política de exterminio físico y político del pueblo palestino que el Estado de Israel viene desarrollando por décadas, incluidas las masacres de civiles inocentes, la tortura, los desplazamientos masivos de población, la destrucción de casas y la construcción de más asentamientos y del muro de segregación, todo lo anterior, por supuesto con la siempre diligente complicidad de USA, Alemania y Canadá, entre otros países que insisten en hacer pagar a los palestinos los crímenes del Nazismo.