Nací en Osorno. Recibí los sacramentos de iniciación cristiana en esa Diócesis. Conocí una Iglesia rural, campesina, de inmigrantes, agricultores y pueblos originarios. Llena de generosidad de laicos y laicas, religiosas y religiosos chilenos y extranjeros.
La crisis institucional y el cuestionamiento a ciertos liderazgos públicos atraviesan también hoy día a nuestra Iglesia Católica. El próximo sábado 21 de marzo asumirá el Sr. Juan Barros como nuevo obispo de la Diócesis de Osorno en medio del rechazo y la crítica pública de laicos/as y sacerdotes.
Un Obispo tiene como misión ser pastor. Lo que involucra tener cualidades para animar, liderar, acompañar, cuidar y sobretodo servir. Lo anterior, para generar comunión y unidad ante todo el Pueblo de Dios. Es por ello que no deja de producir rechazo su nombramiento y el hecho que asuma su función no considerando los efectos de división que ha causado en la comunidad local.
El caso Karadima ha sido uno de los episodios más duros y vergonzosos para nuestro país y nuestra Iglesia. El dolor de las víctimas y de los que creyeron en ese sacerdote aún permanece. Su historia, su figura, su entorno aún cicatriza. Por lo mismo, es que cuesta comprender que se designe a una persona que reabra heridas y dolores en las víctimas y en algunos miembros de nuestra Iglesia; que no genere consenso, comunión y la unidad necesaria para ejercer un rol de pastor. No hay un cuestionamiento ni civil ni canónico, pero si un cuestionamiento abierto a su rol durante un proceso en el cual finalmente tuvo que aceptar la sanción impuesta por el Vaticano al sacerdote Karadima.
Su nombramiento abre un tema más profundo eclesiológico cual es el modo en que se eligen y se nombran a nuestros obispos. Procesos en los cuales ni las Conferencias Episcopales participan, menos los laicos y menos aún las comunidades católicas de las diócesis. Así también esclarecer la función del Nuncio Apostólico que pocos entienden y menos el cómo ejerce su rol.
En estos tiempos creo que nuestra Iglesia debe abrirse a transparentar ciertos procesos, especialmente los que tiene que ver con sus líderes y sus pastores. No es ser poco eclesial preguntarse por qué se eligió al Sr. Barros para Osorno no considerando la división y cuestionamiento que ha producido su nombramiento. Ni menos manifestar la molestia pública por su llegada. Si otros pastores han pedido a los laicos que hagan sentir su voz pública sobre otros temas ¿Por qué no también a los que incumben a nuestra propia Iglesia?
Jesús llamó públicamente sus apóstoles. Eran pescadores sencillos, pecadores, hombres de trabajo. Producían división, pero no por haber participado en fraternidades que después fueron disueltas, sino porque seguían a alguien que dividía por estar del lado de los pobres y oprimidos.
Osorno y Chile necesitan obispos que no abran heridas que aún están sanando sino que curen y pongan en sus hombros a las ovejas más débiles y excluidas. Un pastor que por una o por cuatro de ellas perdidas, sea capaz de dejar a las cien para volverlas al redil.