La entrada de la mujer al mundo laboral retribuido ha sido, sin duda, uno de los factores que más ha favorecido la reducción de la pobreza en Chile. Y también, por supuesto, ha ayudado a disminuir la vulnerabilidad a la que, históricamente, han estado sometidas las mujeres en nuestro país. Pero aunque la empleabilidad femenina haya crecido un 56% en el último tiempo, según datos del ministerio del Trabajo, este aumento no ha venido acompañado de una mejora en las condiciones laborales de ellas.
La discriminación retributiva persiste; como persiste también la visión que circunscribe a las mujeres a su rol de madres.
Esta interpretación social que reconoce a los hombres como proveedores del hogar y a las mujeres como cuidadoras tiene consecuencias sobre el valor que, socialmente, se le da al trabajo de las mujeres; un valor adicional en lugar de prioritario, ya que la principal tarea de ellas, según muchos, es el cuidado de la familia. Esta percepción desemboca en una serie de obstáculos con que las mujeres en nuestro país tienen que lidiar a diario y que la reforma laboral, que actualmente se tramita en el Congreso, está dejando de lado.
Para empezar, hay ciertas áreas de la actividad económica en las que apenas tienen cabida las mujeres, como la industria, la minería o la construcción, donde generalmente los salarios son más altos. Pero no sólo eso: las mujeres también tienen prácticamente restringido el acceso a ciertos cargos relevantes dentro de una empresa. Además, con igual formación, experiencia y cargo, los hombres ganan alrededor de 125.000 pesos mensuales más que las mujeres, según los últimos datos de la Casen 2013. Y cuanto mayor es el grado educativo, mayor es la brecha salarial que separa a mujeres y hombres.
Otro obstáculo aparece en el camino cuando la mujer es madre: si tiene recursos suficientes para pagar un jardín infantil o a una persona que se haga cargo del cuidado de su hijos, tendrá que lidiar entonces con la culpa de dejarlos al cuidado de otras personas, condicionada por los roles inculcados culturalmente.
Por otro lado, si la mujer cuenta con algún aporte económico familiar que no sea el suyo y decide entonces dejar de trabajar para dedicarse al cuidado de sus hijos, se verá enfrentada, no sólo a la postergación de su desarrollo laboral, sino también a una vejez precarizada: según datos de la Fundación Sol, las pensiones que recibe el 93% de las mujeres mayores son menores a los 147.000 pesos mensuales.
Estas situaciones se agravan exponencialmente en el caso de las mujeres solteras que viven en situación de pobreza, quienes tendrán que compaginar su jornada de trabajo fuera y dentro del hogar, enfrentando, día tras día, la crianza de los hijos, la administración del hogar y las frustraciones y exigencias de un trabajo precario y mal remunerado.
Mejorar la calidad de vida de las mujeres en Chile pasa, entonces, por modificar primero las formas de relación que la sociedad mantiene con ellas, que no terminan por romper los roles tradicionales y provocan así todas estas injustas inequidades.
En este sentido, la reforma laboral que actualmente se tramita en el Congreso tiene que hacerse cargo de esta situación que enfrentan la mayoría de las mujeres en Chile y que no puede ser invisibilizada por más tiempo.
Ya es hora de dejar atrás una sociedad que reproduce roles patriarcales y permite estas desigualdades tan injustas como innecesarias.