Hemos visto el último tiempo un uso muy frecuente del concepto de prudencia, ligado a situaciones financieras con efecto político. Es interesante analizar qué es la prudencia y, por lo tanto, cuál tendría que ser el comportamiento para ser calificado como persona prudente.
La prudencia es uno de los temas que ha ocupado la atención de muchos filósofos desde la Antigua Grecia. Se ha analizado el concepto, siendo importante señalar lo que define Aristóteles: “Y así puede decirse, en una sola palabra, que el hombre prudente es en general el que sabe deliberar bien”.
Desde el punto de vista religioso también se destaca la prudencia. Para el catolicismo es una de las cuatro virtudes cardinales, siendo las restantes la justicia, la templanza y la fortaleza, definiendo que actuar en forma prudente significa poder diferenciar en cada circunstancia lo que está bien de lo que está mal, comportándose de forma de alejarse del mal. Según Santo Tomás es el método correcto de conducta.
En nuestro idioma, la primera definición de la RAE de prudencia es “templanza, cautela y moderación”. Y en su segunda acepción: “sensatez o buen juicio”.
Por lo tanto, para actuar en forma prudente parece necesario hacerlo con previsión, precaución y análisis de las circunstancias y consecuencias de la acción.
Quizás por eso es que se ha señalado que existe culpa cuando se actúa en forma distinta a como lo haría un buen padre de familia, un hombre prudente, como lo dice el Código Civil de Bello, y que explica un especialista: “Culpa leve, descuido leve, descuido ligero, es la falta de aquella diligencia y cuidado que los hombres emplean ordinariamente en sus negocios propios. Culpa o descuido, sin otra calificación, significa culpa o descuido leve. Esta especie de culpa se opone a la diligencia o cuidado ordinario o mediano. El que debe administrar un negocio como un buen padre de familia es responsable de esta especie de culpa”.
Alessandri, después de abordar el tema de la culpa actuando contra la legalidad, se refiere a la culpa cuando la conducta se apega a ella, señalando que “el hecho de cumplir estrictamente con las disposiciones legales o reglamentarias no exime de adoptar las demás medidas de prudencia que las circunstancias requieran, y si el juez considera que éstas habrían sido tomadas por un hombre prudente, podrá declarar culpable a quien no las tomó, aunque haya observado aquellas”.
Desde el punto de vista del derecho económico, la Regla del Hombre Prudente es una de las bases del análisis judicial en los países anglosajones.
Sin ir tan lejos, en la ley de Sociedades Anónimas en Chile se utiliza lo que también se puede denominar como la regla del hombre prudente, que actúa como lo haría un buen padre de familia en sus propios negocios. Esto se aplica a las responsabilidades de los directores de empresas y de la administración, sobre todo respecto a la información que deben conocer los directores de una empresa y aquella que debe comunicarse al mercado.El problema de actuar con información privilegiada no es propio de un hombre prudente.
En este punto entra el juicio ético que se ha definido como “la facultad de razonar y determinar qué acción, conducta o actitud es la más apropiada, de entre un conjunto de opciones, en función del sistema de valores que se comparten en la sociedad. Es el que nos permite identificar cuál es el dilema que se enfrenta, y ayuda a discernir cuál de las opciones que se tiene es la adecuada a esa situación específica. De igual forma, el juicio ético indica el modo más conveniente de tomar decisiones a la hora de solucionar el problema que se enfrenta”.
Es por eso que la capacidad de hacer un juicio ético es la base de un comportamiento prudente, por lo que es una herramienta fundamental para la toma de decisiones, especialmente cuando hay que optar por aquello que coincide con lo que una sociedad identifica con lo bueno o con lo malo. Es deliberar bien, como escribió Aristóteles. Es razonar, tener buen juicio, sensatez y cautela.
Así la prudencia, o su carencia, es una protagonista importante de situaciones controversiales, sobre todo en el ámbito político. En muchos de esos casos, la falta de prudencia no se refiere a conductas ilegales, sino más bien a la carencia de juicio ético, lo que lleva a comportamientos que se pueden catalogar de ilegítimos o indebidos, desde el punto de vista de la situación existente.
Después de todo, como decía el filósofo español José Ortega y Gasset: “El hombre es él y sus circunstancias”, por lo que un mismo hecho no puede ser evaluado en forma independiente al contexto ni al momento en que se produce.
Entonces, pedir apoyo a un gran grupo empresarial para pagar una deuda, no es lo mismo si lo hace un parlamentario por deudas de su campaña, o si lo hace un empresario que tuvo una eventualidad negativa en sus negocios; no es lo mismo pedir un crédito al dueño del banco para una operación de especulación inmobiliaria si se es una empresa constructora, o si es un pariente de un alto funcionario público.
La regla del hombre prudente permite discernir en estos casos.