Grecia, cuna de la democracia y de occidente, ha visto caer su economía en un sótano difícil de imaginar hasta hace unos años. El 2000 recibía con un gran despliegue los Juegos Olímpicos.Hoy, casi como una metáfora, esa infraestructura está abandonada y muchos recintos prácticamente en el suelo.
Durante estos años se han ensayado sucesivamente ajustes y “rescates” por parte de los administradores verdaderos de la economía griega: la troika. Se ha reducido el gasto público a través de despidos, cierre de organismos públicos, cobro por la atención de salud, reducción de pensiones, congelamiento de salarios, aumento del IVA, todo esto con el objeto de disminuir el déficit fiscal y –sorpresa- pagar los intereses y vencimientos de la deuda externa. Por esto, cuando se habla de rescate, hay que preguntarse para quien, porque el salvataje ha sido fundamentalmente a la gran banca europea.
Sin embargo, una economía deprimida solo genera menos aporte a las arcas públicas. El retiro del Estado contrae la actividad económica, afectando así también la recaudación de impuestos, por lo que el equilibrio de los recursos públicos ha fracasado por el lado de la austeridad.
El fracaso de estas políticas ha sido la principal acusación de las nuevas agrupaciones políticas que atemorizan al establishment comunitario. El triunfo de Syriza es producto de estos duros años de ajuste que el electorado percibió como una humillación europea a Grecia.
¿Qué se viene? ¿Qué antecedentes tiene Syriza en carpeta? A mi juicio es ineludible la reestructuración para salir del agujero financiero. Si fracasa, declarar el cese de pagos y salir del euro.
El gobierno heleno ya comenzó de inmediato medidas de estímulo a la economía, como la reapertura de instituciones públicas, recontratación de empleados estatales, fin de privatizaciones en curso, exención de cobro a la electricidad a los más pobres.
Sin embargo, estas medidas no son las reformas estructurales más desafiantes que tiene como horizonte este gobierno, entre las que tiene el lugar más destacado y prioritario la reestructuración, que aparece con una importancia extraordinaria desde el minuto uno del gobierno de Syriza.
Una negociación de la deuda podría modificar los plazos, condiciones y montos de la deuda, mejorando los perfiles de pago, aliviando sobre todo los vencimientos más recientes, permitiendo que la economía se dinamice. Le brindaría tiempo de recuperación al paciente, un calendario viable de medicamentos y chequeos que permita un mejoramiento de su salud.
En este sentido, el ministro de economía, Yanis Varoufakis, ya ha volado a distintas capitales europeas con un plan de reestructuración, que por ahora no ha tenido buena acogida, lo que no significa aún que haya fracasado. El antecedente de la reestructuración de deuda, en los estudios de Syriza, es la última gran reestructuración del default más importante de la historia, el caso argentino.
En dos operaciones negociadoras, en 2005 y 2010, Argentina logró una voluminosa quita de deuda y la convalidación del 93% de los acreedores, quedando afuera apenas holdouts y Fondos Buitres. Es de tal relevancia el ejemplo de reestructuración argentino que el gobierno de izquierda griego quiere replicar las cláusulas de bonos amarrados al crecimiento del PBI, innovación que ya destacara el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Así, la deuda externa en moneda extranjera pasó de representar el 120% del PBI en 2002 a un 8% de éste en la actualidad.
Si fracasan las negociaciones de reestructuración, Grecia se vería arrastrada a los rescates condicionados o empujada al default. Sin “rescate”, el país no podría pagar su deuda, y si bien un cese de pagos no es prioridad, la inexistencia de alternativas viables lo pondría en obligación.Esto le daría a Grecia el tiempo necesario para crecer e invertir en la economía real y generar un punto de inflexión, después pagar en ese orden y no en otro.
Finalmente, si Grecia volviera al dracma podría contar con una política emisora soberana y autónoma que estimule la economía, que al estar deprimida y con gran capacidad ociosa no generaría inflación, a menos que se prolongara ad aeternum lo que no sería prudente ni deseable.
Al mismo tiempo, pasar del euro al dracma le daría un piso de competitividad a la economía, que al abaratar sus costos de operación a nivel internacional sería más atractiva para la inversión, mejoraría los saldos de exportación y los créditos que se utilicen para dinamizar la economía real serían más efectivos, debido a que cada dólar que ingrese tendría un impacto mayor en los agentes económicos.
Solo la soberanía e independencia económica podría retornar el crecimiento y el bienestar, de espalda al ajuste. La carpeta de Siryza va en este sentido, lo que genera el rechazo del Goliat germano.