La coyuntura que se abre en el gremialismo por el caso Penta viene a profundizar una situación de crisis que ya estaba instalada en el partido desde hace un par de años. Los conflictos internos, como las negociaciones por la plantilla parlamentaria o la instalación y bajada de Golborne como carta presidencial, son parte de tensiones que se vienen incubando, a lo menos, desde que se convierten en gobierno con Piñera. En esa dirección, surge una pregunta que está en el ambiente y que nadie ha podido responder con certeza: ¿es terminal la actual crisis del gremialismo?
La respuesta es doble: sí y no. Ello, no obstante, no implica que no exista cierta racionalidad en la respuesta.
La crisis de la UDI, sí es terminal porque hasta el momento el gremialismo no ha sabido, no ha podido ni ha querido adaptarse a la condiciones del Chile del nuevo ciclo. ¿Cómo es posible, que escuchemos hoy desde el propio gremialismo que el partido no está en crisis y que no hay nada qué cambiar?
A su vez, hay otros diagnósticos que hablan de que “la marca UDI está agotada”, que el partido pareciera que se está “desangrando”, que han “abandonado sus orígenes” y que no están conectados con la sociedad y las nuevas demandas. Las tensiones internas, sin duda, no podrán sostenerse por mucho tiempo. Cuando ellas terminen su proceso de maduración la coyuntura será terminal. En efecto, hay tensiones internas derivadas de visiones distintas del pasado y del futuro en aspectos que van desde los valores y la “subsidiaridad” hasta las relaciones con la élite, la empresa y el dinero.
Hay, por tanto, un problema de identidad partidaria que no ha sido resuelto. El tema es complejo y es resultado no sólo de los nuevos tiempos, sino también de un partido que creció de manera explosiva para convertirse en el más grande de Chile.
La incapacidad política de adaptarse a las nuevas condiciones socio-políticas de la fase surge de dos hechos profundos e íntimamente relacionados. Ellos, tienen que ver con la construcción del orden neoliberal desde mediados de los setenta y con la defensa “dogmática” que hacen de ese modelo desde los noventa.
Primero, junto con los militares diseñaron y ejecutaron un tipo concreto de sociedad que hoy identificamos como neoliberal y que articula tres dimensiones: liberalismo económico extremo sin regulaciones, democracia protegida y cultura conservadora. Segundo, esa institucionalidad la defendieron durante los gobiernos de la Concertación con el subsidio político de los senadores designados, el binominal y el uso indiscriminado del dinero.
Hoy, en el contexto de una fase política, social, cultural y económica no están en condiciones políticas, legislativas ni ideológicas de defender “la obra”. Aquí, por tanto, se encuentra el ADN de su actual crisis. El “derrumbe del modelo” o si se quiere su “desarticulación” en aspectos fundamentales es correlativo a la crisis terminal del gremialismo. Políticamente, no tienen credibilidad, no tienen liderazgos, no tienen fuerza legislativa y han debilitado su relación con el mundo “popular”.
Ideológicamente, sus ideas están agotadas y lentamente superadas por los nuevos tiempos. En definitiva, no tiene proyecto. Se ha quedado sin nada que “ofrecerle a Chile”: ¿Cuál es el proyecto político de la UDI hoy?
En consecuencia, cuando se derrumba “su obra”, el Chile Neoliberal, cuando se quedan sin proyecto político-social y cuando hay tensiones internas latentes de todo tipo y magnitud, sin duda, se genera un escenario complejo que puede conducir al fin del gremialismo. Por ahora, todavía hay disciplina para contener los vientos de cambio.
Como sabemos, el que no se adapta muere. En este recorrido –de la derrota al presente-, lo único que han hecho es cambiar los rostros de la directiva y convertirse en una oposición “hostil” y dogmática. No obstante, el partido sigue hegemonizado por Novoa, por el clasismo y el iluminismo ideológico. Se observa, en consecuencia, con mucha claridad que el gremialismo ha recorrido de manera muy tibia el camino de la adaptación que puede ser “refundacional o un mero ajuste táctico”. Han optado por el segundo camino.
La crisis de la UDI, no es terminal porque hay orgánica partidaria, tradición, voluntad de poder, “estilo UDI” y una generación de políticos –jóvenes y no tan jóvenes- que no se va a ir para la casa a mirar como la política cruza frente a sus ojos. Hay, sin duda, un conjunto de políticos gremialistas que no formaron parte del núcleo fundacional de la UDI y que tampoco pertenecen a la élite empresarial ni tiene vínculos con ellos.
Si quieren continuidad partidaria, tiene que haber, sin duda, cambio generacional. Lo hubo, lo hay y está en marcha. Pero, a la vez, requieren ajustar su pensamiento y sus prácticas políticas a las condiciones de los nuevos tiempos.
No sólo hay una nueva generación que asume y asumirá la conducción del partido en lo que viene, sino también una amplia red de militantes, adherentes, simpatizantes, electores, alcaldes, concejales y consejeros regionales que tienen mucho que hacer y decir en la nueva etapa que debe abrir el gremialismo. En ellos, está el futuro del partido y/o de su tradición.
El tiempo de los “coroneles” ha comenzado a quedar atrás; como también, la época dorada de la UDI. Ya no hay “mística” se escucha desde las profundidades del partido.
Responder, finalmente, si la UDI está en una crisis terminal es una tarea compleja y arriesgada. Lo evidente, es que hay fuerzas que se dirigen en esa dirección y hay otras que neutralizan las primeras.
Hay que tomar decisiones. Pero, mientras no pase el “huracán Penta” no hay mucho que hacer. El futuro del partido dependerá del daño político que generen los dineros Penta. Sin embargo, no sabremos hasta que termine el vendaval. Por ahora, sólo hay pistas. Se viene marzo. Las tensiones no paran.