A esta altura ya está absolutamente claro que existió un ánimo preconcebido, al interior de la multitienda La Polar, para engañar a todo el mundo con las repactaciones no consentidas por los deudores morosos de sus tarjetas de crédito.
Hay abundante información desde los inicios de junio pasado y a la fecha los directores de la misma se recriminan unos a otros, pero todos declaran que son inmaculadas palomas que ignoraban lo que sus ejecutivos decidían motu proprio. Recordemos que estos personajes recibieron cuantiosas dietas por asistir a las reuniones de ese Directorio.
Ahora bien, el presidente Piñera, cuando se iniciaba como un versátil y próspero empresario, tuvo la genial idea, a través de su empresa Bancard, de traer las tarjetas de crédito al país, las que en general han facilitado las transacciones comerciales que hacen los consumidores. En aquella época una de las ejecutivas de esa compañía era la ex senadora Evelyn Matthei, actual ministra del Trabajo.
Este lucrativo negocio Piñera se lo vendió en 1989 a siete bancos, quienes crearon la empresa Transbank que administra hasta el día de hoy estos servicios a través de las multinacionales Visa, Mastercard, Diners y otras.
La gente ordenada y solvente utiliza estos medios de pago y cada 30 días se pone al día con sus consumos habituales ; los que optan por el pago diferido están afectos a elevadas tasas de interés y cada cliente tiene asignado un cupo de crédito fijado por el banco emisor de las mismas. Recordemos que los bancos prestan plata de sus depositantes, a quienes curiosamente no les pagan ni un mísero interés.
Cuando se demostró en los hechos la eficacia que brindaban estas tarjetitas porque las ventas en el comercio aumentaban, las empresas del retail las empezaron a ofrecer masivamente a sus clientes y en la actualidad su utilización es intensiva.
A diferencia de los bancos, el financiamiento que otorgan estas empresas lo hacen con recursos propios y se ha llegado al extremo de que estos plásticos mágicos algunas de estas empresas comerciales los ofrecen en la calle a cualquier viandante sin importar sus antecedentes bancarios, ni de ningún otro orden de cosas y por ello mucha gente tiene varias tarjetas en sus billeteras, los hombres y en sus carteras, las mujeres.
La Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras (SBIF) tiene cierto control sobre las mismas emitidas por los bancos y las otras, las del retail, es decir, las que en general están en poder de los consumidores que no son sujetos de crédito, nadie las fiscaliza porque los distintos gobiernos inocentemente han creído que el comportamiento de ellas con sus clientes tenía que ser impecable y además porque el riesgo por el incumplimiento del pago de las cuotas era asumido por los dueños de las empresas. Pero los gobernantes parece que no conocían la picardía del chileno y el abuso empleado por aquellos privados que manejan las riendas.
Ahora bien, la tienda La Polar estaba casi quebrada hace unos 12 años atrás, pero apareció el fondo de inversión Southern Cross, cuyos dueños son dos florecientes hombres de negocios, uno japonés-argentino y el otro chileno, empresa ésta que hizo renacer a la anterior transformándola en una compañía de retail que competía de igual a igual con las ya establecidas que crecían como espuma.
La remozada Polar también contrató rostros televisivos y los directores daban cátedra en todas partes, llegándose al extremo fantasioso en orden a que su presidente, Pablo Alcalde, hasta fue considerado el empresario del año pasado.
Los inversionistas de Southern Cross quienes, según publicaciones de prensa, se caracterizan por comprar, gestionar, crear valor y vender distintos tipos de comercios, como controladores de La Polar, se orientaron al mercado de consumidores que carecían de los ingresos suficientes para adquirir bienes tan fácilmente y por ello su lema era “llegar y llevar”.
Sus clientes obtenían allí todo tipo de mercaderías y salían felices de sus coloridos locales porque el pago se efectuaba en los meses siguientes. Casi nunca preguntaban a los vendedores por las tasas de interés ni los otros cargos asociados; se contentaban solo con conocer el valor de la cuota mensual. Con este mercado cautivo el negocio floreció hasta el momento en que las morosidades aumentaron bastante.
Hace unos 6 años y ante una cartera vencida de proporciones había que hacer algo “inteligente” para transformar las deudas impagas en nuevos créditos por montos más altos y así se concibieron las repactaciones unilaterales y automáticas para no incomodar a los deudores.
Se aplicaron las aceleraciones de rigor, contempladas en la letra chica de los contratos y el valor económico de La Polar subía y subía.
Con esta ingeniosa fórmula los ingenieros comerciales y contadores de la empresa evitaban hacer provisiones o reflejar esas pérdidas en los balances. El resultado financiero era estupendo y por ello los analistas que opinan en los diarios les decían a los lectores inversionistas que debían adquirir esos “papeles” que caían del cielo.
Oportunamente Southern Cross vendió sus acciones.
Los fondos de pensiones, los fondos mutuos y todos los que transan en la Bolsa, obnubilados con esos maravillosos resultados, compraban acciones a destajo.
Por otro lado, los bancos comerciales le prestaban plata a La Polar sin mayores análisis y muchos grandes inversionistas tenían millonarios bonos de la misma porque la auditora externa Price Waterhouse Cooper (PwC) aseguraba en sus informes contables que esa multitienda era un modelo a seguir.
Asociado a lo anterior, ¿porqué el representante de la AFP Habitat, en la Junta de Accionistas de la Compañía Chilena de Fósforos, llevada acabo el 27 de abril de 2011, antes que estallara el escándalo, se opuso a que se nominara a PwC como su auditora externa?
Nos gustaría que esa AFP diga lo que sabía y si los lectores desean conocer el acta correspondiente de aquella junta de accionistas, los invitamos a que accedan a la página web de la Fundación Chile Ciudadano. Hasta que se detectó la trampa, a raíz de las acciones judiciales interpuestas en los inicios de junio pasado por el Sernac, nadie del establishment quería reconocer públicamente la adulteración.
En ese mundo feliz y asimétrico, mientras los desinformados compraban esas acciones tóxicas, los más altos ejecutivos y directores que operaban el ardid, quienes se caracterizaban por no ser tímidos, aprovecharon de vender en precios inflados sus propias acciones engrosando, sin moverse de sus escritorios, sus patrimonios en Chile y en el extranjero.
Tengamos presente que en estos tiempos rápidos y cibernéticos todas las transacciones se ejecutan tocando con el dedo índice una tecla del computador.
Dado que la quiebra de La Polar perjudicará a muchos, se están haciendo esfuerzos sobrehumanos para reflotarla y la tarea recayó en César Barros, un ocurrente y lenguaraz empresario a quien le deseamos suerte en su complicada tarea.
Es un hecho cierto que hay que reglamentar el uso de la tarjeta de crédito, fijándose, entre otras cosas, que los precios de los productos que se compren con ellas o bien al contado sean los mismos y estableciéndose penas de verdad a quienes, desde su posición dominante, engañan al público.
En todo caso, con un Estado holgazán como el que tenemos y mientras se mantenga el libertinaje en los mercados, tolerado lo anterior por las élites, se van a repetir estos fraudes con otras variantes y así la prensa más adelante, con otro episodio similar, llenará sus páginas dando a conocer detalles de cómo se urdieron los saqueos.
Por último, los brillantes directores que dicen que no sabían nada de lo que ocurría al interior de La Polar, empresa que debían custodiar, es indiscutible que tendrán que devolver los millonarios ingresos que recibieron de la misma.