Los humanismos difieren en la mirada metafísica antropológica del hombre y la persona, es decir, en una visión sobre sus fundamentos y condiciones existenciales (especialmente sobre la libertad), para que se despliegue su propia humanidad.
Frente a la discusión sobre el proyecto de ley de aborto que lo ¿despenalizaría?/ ¿legalizaría? cuando se pone en peligro la vida de la madre, o cuando el feto es inviable, o en un embarazo secundario a una violación, lo que resuena en lo profundo es una mirada sobre el hombre y la vida.
Si creo que el ser humano es materia espiritualizada y espíritu materializado a la vez, es decir, todo cuerpo, todo alma, todo materia, todo espíritu, y que la vida, especialmente la del hombre (desde su origen mismo), tiene su fundamento primero en un territorio sagrado y misterioso de Dios, me asalta un deber primero ético e irrenunciable para con su bien, desde que es una primera célula viva. A su vez, me imposibilita crear condiciones intencionales para con su destrucción o sufrimiento presente o futuro.
Si además creo en el “humanismo del otro hombre”, donde siempre el otro está primero y antes que yo, especialmente si es más débil, frágil y especialmente diferente, esta mirada, donde en la otra persona está el misterio de la creación completo y la “huella de Dios”, me impulsa hacia una responsabilidad amorosa casi infinita con el otro en su individualidad e identidad (en un principio biológica-dependiente), a través de la caridad y la bondad, donde nuevamente, no cabe la posibilidad de ocasionar su muerte y sufrimiento.
Y si la libertad siempre está al servicio de la humanidad y su trascendencia a través del bien personal y común, es difícil, por no decir casi imposible, que uno esté a favor de un aborto, reconociendo eso sí, que la propia humanidad, por ser humana, se despliega en su debilidad también fundante, lo que a uno lo obliga también a la acogida y la comprensión solidaria, que no juzga y siempre acoge y perdona.