Las acusaciones de la justicia a Penta y a los aceitados por el Grupo (más las declaraciones de Moreira) han reiniciado la transparencia total de nuestro sistema político.
Se acabó el camuflaje, los disfraces ya no sirven, los momios “populares” se desinflaron y mostraron transparentemente su verdadera cara.
Los años de la dictadura fueron años oscuros y políticamente básicos: en síntesis, se estaba a favor o en contra de la dictadura, a favor o en contra de la libertad. Ni siquiera se avanzaba un mínimo, se trataba de una dictadura de derecha, que defendía las bases del nuevo capitalismo y propiciaba su desarrollo, pero ello se ocultaba.
De alguna manera el anticomunismo y la inhumanidad por un lado, y el afán natural de justicia y autodeterminación personal y grupal por el otro, ocultaban una cuestión esencial: la política no es únicamente representación de intereses, pero, en la medida en que se profundiza o se llega a momentos de ruptura, la representación de intereses de clase, eso que está tan desprestigiado por los superadores del marxismo de Marx, va quedando nítida.
Aún hoy los más progresistas analistas clasifican a los políticos sólo por “sus proyectos de sociedad” o, peor, sólo por “sus programas”, como si las propuestas políticas partieran de las cabezas de pronto iluminadas de análogas personas, hasta entonces huecas de intereses e ideología y uniformadas “en su amor por Chile” o “en su voluntad de servicio público”.Superficialidad pura.
No sólo los políticos, hasta los héroes deben ser calificados según su posición real en la sociedad.Hay héroes reaccionarios, como los que perdieron su vida en El Alcázar de Toledo en la guerra civil española, y hay héroes revolucionarios como el Ché y Salvador Allende. No existen los héroes sin apellido.
En el Chile, digamos, de 1969 a 1973, no existía “la clase política chilena”, como concepto de camuflaje. Sí existían los políticos de clases.
Fidel Castro, que estuvo aquí en 1971, por ejemplo, no fue visto jamás como un gran estadista que encabezó la verdadera independencia de Cuba, que lo era; unos lo mal vieron como un “dictador comunista y asesino” y otros lo bien vieron como “un gran revolucionario”.
Para todos, en esos años, estaba claro en Chile (para el conjunto de la sociedad) que la Izquierda Chilena (en el gobierno) representaba en política los intereses de la nación, de los trabajadores y los sectores bajos de la sociedad; que los partidos del centro, como la Democracia Cristiana, representaban a las capas medias y a éste o ese otro empresario, y que los partidos de derecha, en particular el Partido Nacional (ex liberales y ex conservadores) representaban a los sectores altos de la sociedad (latifundistas, grandes empresarios, los dueños de la prensa de derecha, todos ellos ligados por decenios a las fuerzas reaccionarias norteamericanas, las dueñas de la región).
A nadie se le hubiese ocurrido, por ejemplo, que los banqueros, los dueños del cobre expropiado, los defensores a ultranza del capitalismo chileno, podrían financiar a los candidatos parlamentarios de la Unidad Popular. Financiaban a la derecha (que también –se ha probado- era apoyada económicamente por los EEUU) y en parte al centro.
Nadie tampoco podía haber imaginado que los sectores ligados a la Iglesia del momento, muchos de los empresarios de la construcción, los trabajadores mineros de más ingresos, los empresarios medianos y muchos pequeños, los Vilarín y los Cumsille, podrían ligarse más a la Unidad Popular que a la Democracia Cristiana, a los comunistas que a los freístas, dada su posición clasista en la sociedad.
Y nadie dudaba que los sectores populares, grandes masas de campesinos y pobladores, los adscritos a la Central Única de Trabajadores y otras organizaciones sindicales, la inmensa mayoría de los estudiantes universitarios, los intelectuales y artistas, estaban social y económicamente ligados a la Unidad Popular.
La política era absolutamente transparente. Casi no había caretas. Menos camuflajes.
Creo que, para bien, de los delitos de Penta, institución tan representativa del piñerismo y la derecha, se ha desprendido que la UDI (y algunos perdidos como el ex candidato Velasco) no son más que una representación política de lo peor del empresariado y el conjunto del poder capitalista, alabado recientemente por Büchi, quien ha afirmado que la operación Penta-UDI no tiene nada de ilegal.
La decena de connotados derechistas que solicitaron “ayuda” a Penta (como tienen que haberlo hecho desde siempre a Penta y otros grupos parecidos) le solicitaron esa ayuda, con normalidad, como correspondía, con las maniobras a que siempre echan mano, a correligionarios, a camaradas de las mismas batallas e intereses, a sus pares, con los cuales comparten sus campañas, su poder, su plata, sus curules y hasta buena parte de su vida.
La política del camuflaje ha llegado a su fin. La política con vidrios polarizados se acabó. Se terminó el disfraz y capotó el encubrimiento.
Délano y Lavín son lo mismo que Longueira, Von Baer, Novoa, Moreira, Zalaquet, Bombal, todo ese circo que huele siempre a negocio y fechoría.
Los grandes empresarios y encumbrados vecinos están con la derecha, son la derecha, no sólo en la última elección (la de la vergüenza) sino que siempre. Son lo mismo. Son Pinochet, son Paul Scheffer, son Penta, son la UDI, son O´Reilly y Opus Dei, son Los Legionarios de Cristo, son la CPC, son El Mercurio, son Karadima.
La novedad del último tiempo es la transparencia, no conquistada por nosotros sino fruto de una investigación estatal y una gran ida de lengua.