El país trasandino enfrenta un año en que define la sucesión presidencial, el recambio de todas las gobernaciones, los gobiernos municipales y la mitad del parlamento. Mucho está en juego y el fair play no caracteriza a la política argentina.
El presidente no va a tener apellido Kirchner, lo cual plantea un enorme desafío frente a la herencia de los doce años en el poder. Cristina no logró posicionar a sus alfiles y torres más leales, las que siempre aparecieron eclipsadas ante su figura.
Al interior del oficialista Frente para la Victoria la pulseada interna la está ganando el Gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, que no es un soldado de Cristina sino un aliado.
Scioli tiene sus propios equipos y se muestra como una figura de alianzas, lo que contrasta con el kirchnerismo que puso al conflicto en el centro de su táctica política, logrando activar y desactivar jugadas complejísimas con importantes sectores como el agro, bancos, medios de comunicación, anotando victorias y derrotas.
Scioli, en cambio, no se muestra como activador de flancos de disputa sino como un gestionador, moderado, cercano a los mercados, articulador de consenso con sectores a los que el kirchnerismo le cerraba la puerta y la ventana.
Por otra parte, la oposición se muestra fragmentada. Al menos van divididos en tres conglomerados con aspiraciones competitivas. En la pole position se encuentra Sergio Massa, un diputado marcado por su anterior gestión como intendente del acomodado municipio de Tigre.
Se trata de un escindido que desafió al kirchnerismo, arrebatándole el triunfo de diputados en la piedra filosofal de Argentina, la Provincia de Buenos Aires. En segundo lugar de la oposición, según las encuestas, marca el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, que aparece relativamente bien posicionado de la mano de la buena evaluación de los porteños, pero fuera de Buenos Aires no tiene armado político ni estructura capaz de catapultarlo a la victoria, es un candidato netamente porteño con irrupciones erráticas en la política federal.
Muy cerca corre el UNEN, una heterogénea alianza de progresistas que cuenta con dos partidos históricos, el Partido Socialista y el Radical, que vivirá unas internas muy disputadas y sin un candidato realmente bien posicionado.
¿De qué depende quién gana? El ritmo acelerado en la agenda kirchnerista se centrará en la economía, cuyo desempeño ha sido un histórico censo electoral de aprobación o rechazo al oficialismo durante estos 32 años de democracia.
Esa performance exitosa permitió los sendos triunfos del kirchnerismo de 2007 y 2011, así como contextos menos virtuosos le brindaron actuaciones opacas en las parlamentarias de 2009, en plena crisis económica mundial, y en 2013 año sin recesión, pero mediocre como probablemente sea el 2015. Lo uno o lo otro depende múltiples variables.
El fin de año fue sorpresivamente bueno, frente a lo que se pensó en algún momento como una dura prueba para el gobierno. El oficialismo está exultante de victorias parciales y lo hará notar en la agenda.
Así, notamos que la situación electoral del oficialismo se parece más a Uruguay que las victorias gubernamentales en Brasil, Bolivia o Venezuela. Scioli es más Tavarez, una interna con el triunfo del ala más moderada.
El ambiente hoy indica que crece el convencimiento de que es el candidato posible para el oficialismo, que logró ser coronado después de mucho soportar embestidas que solo el peronismo conoce con esa intensidad y disciplina china, de las cuales está saliendo fortalecido.
Scioli parece ser el mejor posicionado, generando menos rechazo, promoviendo el respeto al mantenimiento de ciertas políticas como las jubilaciones, las políticas sociales y de empleo, pero modificando el estilo de gobierno y poniendo atención a problemas que no han sido prioritarios para el kirchnerismo como la inflación y la inseguridad.
A su vez, Massa pega arriba, con un discurso muy similar en los temas, tratándolos a veces con majadería; sin embargo, ya muestra desgaste respecto al fenómeno que fue hace un año, período que en la política Argentina es demasiado tiempo. Ya no sorprende. Tal vez llega en baja, pero ya tiene un título arrebatado al kirchnerismo en la Provincia de Buenos Aires. Y hará pesar esa estrella.
Las piezas ya se están moviendo y el que se equivoca pierde.