Revisitar a los clásicos es un agrado. A propósito del actual destello democrático del presidente Obama (en su noble e histórico gesto hacia Cuba), evoco el film ¿Adivina quién viene a cenar esta noche? (Guess Who’s Coming to Dinner?), de 1967, dirigido por Stanley Kramer, con notables actuaciones de Spencer Tracy, Katharine Hepburn, Sidney Poitier y Katharine Houghton.
Es que el cine, el devenir histórico y las coincidencias no dejan de asombrarme. Ambientado en los creativos años sesenta, el film es una deliciosa comedia que aborda la discriminación racial en los Estados Unidos.
Eran los años del reformista Luther King y el revolucionario Malcom X, quienes, con distintas tesituras, lideraban la liberación de los hombres y mujeres de color.
Talentoso médico negro (el gran Sidney Poitier) y bella e impulsiva joven blanca (Katharine Houghton) se enamoran de manera fulminante. Corren a comunicarlo a los intelectuales y liberales padres de ella, Spencer Tracy y la Hepburn, en roles estelares y finales de sus brillantes carreras. Estos, enfrentados al hecho que la nena se ha enamorado de tal chico, brillante y bello, pero negro, se muestran desconcertados.
El padre desnudará sus contradicciones, convencido que el matrimonio solo traerá infelicidad a su hija. En una sociedad racialmente discriminadora, él adolorido se pregunta, ¿cuál será el futuro de mis nietos?
En el otro lado del espejo, los padres del médico negro, trabajadores, también miran con recelo el romance, muy temerosos por el posible dolor que podría vivir su amado hijo.
El guión conmueve con diálogos inteligentísimos, que hoy evocan los debates de aquella década tan subversiva.
Al final del film, en un lúcido y emotivo monólogo, Tracy, desde el amor filial y la convicción que vendrán tiempos mejores para la aceptación y respeto del otro diferente, otorga el beneplácito al matrimonio.
Tal monólogo, visto en perspectiva, fue una suerte de testamento actoral y valórico de Spencer Tracy, quién murió a los 17 días de terminado el rodaje, lo que llevó a la Hepburn a no ver nunca el film por la pena que el recuerdo de Tracy le causaba.
La película, aclamada en su época, recibió varias nominaciones al Oscar, obteniendo uno por guión original y otro para la incombustible Katharine Hepburn.
Como lo insinué al inicio de la nota, mi asombro también nace de la proyección histórico-cultural del film, pues es un fresco del cambio cultural que poco a poco irá cimentando otra manera de relacionarse entre blancos y negros, luego de siglos de distancia y dolor.
En especial, he sido sorprendido por un profético diálogo entre Poitier y Tracy en el que literalmente anuncian lo que cuatro décadas más tarde sería el primer presidente de color en los Estados Unidos, Obama, en ese entonces algo lisa y llanamente impensable.
En la escena en comento los dos actores conversan sobre el futuro de semejante matrimonio.Entonces el padre con ironía interpela al enamorado diciéndole que su hija “es tan idealista que seguramente piensa que alguno de sus hijos llegará a ser Presidente de los Estados Unidos”. Poitier, el risueño pretendiente, con la misma ironía replica que “le basta con que sean congresistas”.
A la luz del devenir histórico, el idealismo de la hija enamorada no estaba para ironías, sino que efectivamente –la película es de 1967- cuatro décadas más tarde un hijo de una blanca estadounidense y de un negro keniano llegaría a la presidencia de los Estados Unidos. Barack Obama ya había nacido, en 1961.
Pero la coincidencia alcanza ribetes mayores si develamos que en el profético film la chica blanca conoció al médico negro en un congreso en Hawai. Tal cual como ocurrió en la vida real cuando la madre de Obama, Ann Dunham, una antropóloga estadounidense, en esos mismos años se enamoró del keniano Barak Obama padre, cuando ambos asistían a la Universidad de Hawai.
En fin, sí cine y vida así se entrelazan, solo vale evocar la maravillosa sentencia del poeta William Blake: Imaginación de ayer, evidencia de hoy.