Evoco el nombre de una película cubana que vi en los primeros setenta para permitirme, cuarenta años después, ilustrar algo que aprendí en el curso de mi vida: que el subdesarrollo es una cuestión de mentalidad. Que la diferencia entre el subdesarrollo y el desarrollo tiene, antes que nada, que ver con actitudes.
Hace muchos años el economista Aníbal Pinto habló de “Chile, un caso de desarrollo frustrado” mientras antes, en 1912, F. Antonio Encina nos trataba de explicar “Nuestra Inferioridad Económica”. Hemos progresado desde entonces pero mientras más vamos para allá, más se aleja la meta del desarrollo. Algo nos retaca. Se me ocurren ejemplos domésticos y a nivel macro para explicarnos algo de lo que nos ocurre.
Cada vez que paseo a pié o en bicicleta por las calles de mi comuna, que no es ni con mucho una comuna pobre, veo las veredas y calles hechas pedazos, hoyos por doquier en las aceras, calles plagadas de polvo, antejardines llenos de maleza y de basura. No puedo dejar de decirme entonces “alguien no está haciendo bien la pega”.
¿Qué puede explicar tanta desidia? Es probable que si uno lograse reclamarle al alcalde, comenzará su letanía de explicaciones con un “es que…”. Cuando alguien le diga a usted “es que…” le estará dando una excusa, le estará comunicando que no tiene el poder para arreglar las cosas, que la culpa es del otro.
Me cortan intempestivamente el servicio del celular, sin siquiera un mensaje de texto que me lo anunciase. Como tenía contratado un Pago Automático, estuvieron dos semanas entre el banco y la empresa jugando conmigo al “compra huevos”. Cuando pagué me prometieron arreglar el problema en una hora. Estuvieron siete días. Al reclamar, el empleado me dijo “¿y quien le informó tal mentira?” Se sacó el pillo, como si el cliente fuera quien tuviera que responder esa pregunta estúpida.
En el aeropuerto de Tepual de Puerto Montt que tiene 7 salidas, mi baucher dice que el destino a Santiago es por la puerta 6, pero al llegar a ella el letrero dice: destino Punta Arenas. Me preocupo y alguien me asegura que es el aviso el que está mal. Pasan los minutos y, como el aviso seguía allí mal informando, reclamo que cambien el anuncio. “No es mi problema”, me contestan.
Trate usted de salir de Machalí con destino a Santiago y no encontrará letrero alguno, tendrá que ir por huellas de tierra, adivinando, preguntando.
Hace algún tiempo fuimos con unos amigos del colegio a pasar un fin de semana en un hotel bastante caro en Puerto Varas. Como teníamos tiempo antes de emprender el regreso, decidimos bañarnos en la piscina temperada. No nos dejaron. Se nos informó que el “día domingo el uso de la piscina temperada correspondía exclusivamente al gerente y su familia”.
En un restaurante del Parque Arauco pregunto por mesas y recibo una especie de orden seca, “va a tener que esperar porque no hay espacio”. Me siento finalmente, y otro mozo me toma mal el pedido. El me alega que yo estoy equivocado. Le digo que no esperé media hora para sentarme y pedir algo que no me gusta. Finalmente llega con un plato frío que me arroja sobre la mesa.
Durante años fui periódicamente a Lima. Amén de la buena cocina, la atención al cliente es de país desarrollado. Sonrisas y excelente trato. Ante el menor asomo de reclamo, le cambian a uno el plato o el trago.
Resulta que queremos ser un país “de servicios”, pero ese objetivo “no cuadra” con la ausencia de una cultura de impecabilidad y de compromiso.
Vinculo lo anterior con los fallos en el otrora impecable Metro. Ya faltan los dedos de las manos para contar las chapuzas y uno no puede dejar de relacionar este deterioro con un Estado que no tiene a la gestión impecable dentro de sus prioridades. Gerentes que no se nombran, despido indiscriminado de técnicos, maltrato a profesionales y trabajadores.Resultado: lo que vemos.
Converso en un restaurante con una mesera de tono caribeño. Era colombiana. ¡Qué atención! Al pagar y darle su merecida propina me confidencia que según ella “los chilenos no tienen compromiso con lo que hacen”. Por ahí parece que va la cosa.
En nuestro medio abundan los que se defienden con explicaciones, los que no se sienten responsables ; aquellos directivos que ajustan sus estándares al nivel medio de su grey, los que quieren caerle bien a todos y no hacerse problemas.
Parafrasean a Serrat: “A mis subordinados sé tratarlos, con mano izquierda les llamo camaradas”. Creo que si no hay conciencia de que estamos “achanchados” en el empeño de que las cosas salgan “a la primera”, seguiremos esperando a la vera del camino del desarrollo y no dejaremos nunca de depender del precio del cobre, la madera y la fruta.
La actitud que se ve por doquier no es compatible con un país de servicios. Algo tiene que ver con la buena educación, la gran promesa de este Gobierno.
Mientras ella se cumple, a lo mejor sería preciso, a todo nivel, seguir el ejemplo de esa mesera colombiana “jugada” con lo que hace.