Desde hace 26 años que un Papa no hablaba a los europarlamentarios. La vez anterior, el Papa Juan Pablo II -de nacionalidad polaca (por tanto europea)- y a un año de la caída del Muro de Berlín, se dio en un contexto evidentemente marcado por la separación Este-Oeste. En un discurso con sello político, Karol Wojtila llamó a la unión de Europa y su ampliación al Este.
En un contexto muy distinto, con una UE ampliada a 28 Estados miembros el Papa Francisco -argentino- acaba de realizar una visita oficial a dos instituciones europeas: el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa en Estrasburgo, Francia.
En esta columna me centraré en el análisis del primero de ellos.
Ante un hemiciclo casi lleno (una parte de diputados de izquierda abandonaron el Pleno en protesta por la presencia del líder de la Iglesia Católica), el Papa Francisco dio un discurso esencialmente político, con marcado sello social y humanista. Quien habló fue más bien el Jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano que el Sumo Pontífice.
No obstante hacer menciones a la fe, Dios y al cristianismo, tuvo la habilidad de omitir “las raíces cristianas de Europa” (frase que tanto problema provoca en muchos), sustituirla por la “dignidad trascendente” y poner el acento en que el Continente es tierra de encuentro entre creencias provenientes de distintas fuentes, desde Grecia y Roma hasta sus orígenes celtas, germánicos, eslavos y, por cierto, cristianos.
El Papa no dijo nada de lo que no exista conciencia hoy en Europa que son sus principales problemas. Diversos intelectuales, académicos, políticos, líderes de opinión o simples ciudadanos/as han venido denunciando las derivas que el proyecto de integración más exitoso de la Historia ha venido sufriendo. Pero nunca un líder mundial, no europeo y de un Estado no miembro de la UE había hablado de manera tan directa y franca sobre Europa en Europa (y ser aplaudido de pie).
La visión que presentó es la de una “vieja Europa”, cansada, falta de energía, que se mira el ombligo, temerosa. La vejez en sí no es un problema. Cuando ésta es digna, plena y feliz, ella es valiosa. Pero el Papa se refería a una vejez ensimismada, sola, que ha perdido los valores de los Padres Fundadores de la UE (Jean Monnet, Robert Schuman, Alcide de Gasperi, Konrad Adenahuer, entre otros) basados en la solidaridad y en el trabajo conjunto para superar los graves problemas de la pos guerra.
Su mensaje estuvo centrado en la dignidad, el valor de la persona humana y los derechos humanos. Criticó las políticas determinadas solo por la Economía y que dejan de girar en torno al ser humano. Fustigó la burocracia europea que aleja al ciudadano y que aumenta la desconfianza en sus instituciones. Los invitó a impulsar políticas de empleo y de educación, cuidar el medio ambiente, afrontar la cuestión migratoria no permitiendo que el Mediterráneo se transforme en un cementerio de inmigrantes clandestinos (el que, lamentablemente, hace tiempo que lo es y no se ve que vaya a acabar en el mediano plazo).
Instó a que la democracia no sea sometida a la presión de las multinacionales que tienen intereses individuales que favorecen a Imperios desconocidos (frase que no tuvo problema en lanzar frente al propio Presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, quien se encuentra aun en el ojo del huracán por el affaire Lux Leaks y los contratos secretos del Gobierno de Luxemburgo con multinacionales para eludir impuestos).
Los exhortó a “redescubrir su alma buena”.
Pese a que el Papa señaló que su visión era optimista y que llevaba un mensaje de aliento, lo cierto es que expuso una visión bastante depresiva que desde fuera de Europa se tiene de ella. Tal como él mismo lo señaló, el mundo hoy es mucho más interdependiente y cada vez menos “eurocéntrico”, lo que a muchos europeos ha costado asumir a cabalidad.
Si bien muchas de las críticas que el Papa Francisco formuló bien pueden ser reenviadas a la propia Institución que él lidera, el discurso tuvo un impacto evidente.Además, mucho de lo que él señaló puede perfectamente ser recogido fuera del continente europeo (incluida nuestra América Latina).
El Papa es una voz autorizada que, como otras, manifiesta su preocupación por las graves consecuencias de la crisis y los grandes peligros que acechan si no se abordan desde una perspectiva social y humana.
Respecto a su impacto real y concreto en el corto o mediano plazo, soy más escéptica. Primero, porque no creo que porque el Papa dijo lo que dijo en el Pleno de la Eurocámara, las cosas vayan a cambiar. La influencia del Vaticano, que no tiene peso en la adopción de decisiones políticas en la UE, se limita a la fuerza de su mensaje. En este sentido, fue un muy buen discurso político, crudo, directo y franco. Seguramente será fuente de referencia para quienes quieran que la UE refuerce su rol de protección de sus ciudadanos/as. Así, será un texto que trascenderá.
Pero no veo que hoy las instituciones europeas vayan a cambiar sus estrategias solo porque el Sumo Pontífice tuvo el coraje de ser la voz de quienes vienen hace tiempo reclamando más conexión con los pobres, con los débiles, con los que sufren y con los que han visto su nivel de vida bajar producto de la crisis.
En 1988 el Papa Juan Pablo II fue tratado de “Anticristo” por un europarlamentario irlandés. Su mensaje se dio en un Parlamento que aun no era el de la UE (porque ésta nació años después) y en que sus integrantes eran solo 12. El Muro aun dividía el Continente y en el mundo no se avizoraban aún los tremendos cambios que sobrevendrían luego del derrumbamiento del bloque soviético.
Hoy el Papa Francisco se encontró con un Parlamento de 751 miembros de 28 Estados. El Muro cayó, la UE se extendió al Este y una crisis de proporciones azota el Continente desde hace ya más de 7 años. Las tensiones aumentan, la desconfianza en las instituciones y representantes crece, el nacionalismo, la xenofobia y el populismo ganan terreno, el malestar por la política centrada en las finanzas y los mercados no para y los fantasmas del pasado aparecen.
Sea uno católico o no, es justo reconocer el mensaje papal. No dio un sermón religioso ni se dirigió a sus fieles. Fue una voz política la que se escuchó y que previno sobre los riesgos de una vejez solitaria, precaria, egoísta y alejada de la solidaridad de la cual nació hace más de 60 años.Y esto, en un mundo en el cual cada vez Europa pierde influencia. Ese es su valor.