Los viejos y sabios filósofos griegos, de quienes heredamos buena parte de nuestra sabiduría, decían que en el medio está la virtud. Con ello querían señalar que debemos buscar y podemos encontrar el bien y la buena vida en la moderación, el camino intermedio, no el de los extremos.
A mi me parece señores lectores que, en la vida, la moderación es una gran actitud y conducta -no todo, por cierto- pero nos ayuda a vivir mejor los diversos ámbitos en que existimos y nos expresamos, sea la comida, la bebida, el vestuario, la vivienda, los medios económicos, los bienes de consumo diario, etcétera.
En fin, pienso que la moderación puede llevarnos a la buena vida y también puede colaborar a que otros, que no tienen mucho de ello, también puedan acercarse a tenerla.
Me parece que la moderación también es una gran virtud, que debiera orientar nuestras actitudes y conductas en la política.
Fue esa virtud la que todos, o casi todos, perdimos cuando se derrumbó la democracia política chilena y nos sobrevino el régimen militar-burocrático-tecnocrático, con toda su brutal transgresión a la dignidad y derechos fundamentales de la persona humana.
Fue la moderación la que recuperamos cuando hicimos entre todos un esfuerzo épico por retornar a la democracia y lo logramos -sin tener que recurrir a la violencia- en una transición juzgada, urbi et orbi, como ejemplar.
De otro lado, como he argumentado en otros artículos, la sociedad chilena es centralmente conflictiva, no sólo debido a los intereses, que son muchos y contrapuestos, a veces al extremo, sino también por las ideas, las ideologías, los sentimientos y emociones básicas, las instituciones que preferimos y que tienden más al conflicto que al consenso.
Así, por ejemplo, discutimos y nos enfrentamos en términos dicotómicos: el Estado o el Mercado; lo Público o lo Privado; el Lucro o la Gratuidad; la Empresa o el Trabajo; los Partidos Políticos o la Sociedad Civil; los Políticos o los Ciudadanos; el Laicismo o la Religiosidad; el Sexo o el Género; el Matrimonio o el Divorcio; etcétera (aquí los invito amigos lectores –si es que alguno, digo- a reflexionar ustedes mismos sobre este fenómeno cultural nuestro).
Por mi parte, desde luego reconozco expresamente que en algunas materias más esenciales no es posible el camino intermedio.
Respecto de ellas se adopta una posición ética sustancial y se defiende, con argumentos y consecuencia de vida, para convencer a otros de su bondad.
Asimismo, se lucha para que, si mi posición resulta en definitiva minoritaria, ella sea respetada; y yo prefiero a la democracia política porque, entre otras virtudes, tiene mecanismos efectivos de respeto de las minorías. Entre las materias esenciales aludidas incluyo la vida y dignidad de la persona humana, el rechazo al aborto, la defensa del matrimonio y la familia, el rechazo a la eutanasia.
Pero en muchas otras materias, del ámbito económico, social, y especialmente el político, el camino de la moderación existe y hay que buscarlo, afanosamente, para evitar el riesgo del enfrentamiento, sobre todo en algo tan esencial como es el acceso y ejercicio del poder societal, la política.
Pienso y sostengo la hipótesis que en el Chile de hoy han comenzado a aparecer signos que indican que estamos en camino a perder la moderación. No percibo esfuerzos serenos de los políticos, de los partidos políticos y de los grupos ciudadanos organizados por encontrar esos caminos y soluciones intermedios –en esto quizás me equivoque, más aún, ojala me equivoque.
En mi opinión, cuando uno enfrenta problemas y soluciones de carácter dicotómico o extremos, la solución no pasa por imponer uno de los extremos. La moderación nos impulsa a buscar una presentación del problema y de las posibles soluciones que nos orienten a encontrar el camino intermedio, el de la inteligencia racional y la creatividad política.
En este sentido, la moderación política me parece que es el fundamento para un esfuerzo de creatividad de tal modo que los polos en conflicto encuentren su balance y el resultado sea una solución original, creativa, no destructiva.
La moderación también es el fundamento para el inicio y realización del diálogo entre quienes sostienen definiciones distintas, en ocasiones radicalmente distintas, acerca de los problemas y de sus soluciones.
Sin moderación no hay inicio de diálogo. Sin moderación, no es posible o es altamente improbable que se encuentre una solución creativa al conflicto. Lo que queda en tales circunstancias es el monólogo a dos voces, el estancamiento o, lo que es peor, el enfrentamiento y la denegación de la política.
Y, para terminar, sostengo que todo lo anterior es válido para cuando se está en el Gobierno y también para cuando se está en la Oposición. Porque es de la esencia de la democracia política que los ocupantes de tales roles –dependiendo de la voluntad de la sociedad política- puedan cambiar a intervalos regulares.