En menos de un año y medio, el capital político con que Piñera inició su mandato en marzo de 2010, incrementado poco después por el rescate de los mineros, se ha vuelto sal y agua.
Su credibilidad está profundamente dañada y, para su desgracia, no inspira confianza ni respeto, como lo confirmó la encuesta Adimark de junio.
Es visible que la mayoría de la población siente recelo hacia su manera de gobernar, que quienes votaron por él han perdido motivación y que sus adversarios tienden a mostrarse implacables.
Casi nadie discute que los problemas de su gobierno parten por él mismo, por su estilo de ansioso operador bursátil, que cometió el pecado de soberbia de dar a su gobierno un sello fundacional que los resultados no respaldan.
En este cuadro, es explicable que se profundice en la derecha el sentimiento de frustración y el temor al fracaso. Manuel Ossandon, de RN, pidió que renuncien todos los ministros, mientras Pablo Longueira, de la UDI, dice que sólo queda un año para corregir el rumbo, y que si ello no ocurre, “las consecuencias políticas serán enormes”.
¿Se deduce de todo esto que el lema más apropiado para la oposición sería “tanto peor, tanto mejor”? Sería un grave error. La pasión opositora no puede hacer perder de vista el interés nacional.
La cuestión de la credibilidad es fundamental en la política. Deberían tenerlo muy presente los dirigentes de la Concertación.
El hecho de que Piñera sea impopular no dice nada sobre los méritos propios. Las mismas encuestas que muestran que aumenta la desaprobación a su gestión revelan que no crece el apoyo a sus opositores. Un indicador de lo anterior es la bajísima aprobación de la labor del Congreso Nacional, que es el principal escenario público de los partidos opositores.
Está demostrado que el sentimiento opositor puede ser sólo eso, y no representar adhesión alguna a una postura específica.En consecuencia, no basta con oponerse a Piñera. No cuesta nada a estas alturas.
Lo que importa es batallar para que el país profundice los avances económicos, sociales e institucionales conseguidos en las últimas dos décadas. Es esencial, entonces, que las fuerzas opositoras representen algo más que el rechazo.
La centroizquierda tiene el deber de criticar todo lo que merece crítica, de denunciar en voz alta las injusticias, de oponerse a las políticas gubernamentales defectuosas e inconvenientes para la comunidad. Pero no puede dar la impresión de que su mayor interés es golpear a Piñera de cualquier modo y tratar de infligirle derrotas a cualquier precio.
Hasta por razones crudamente electorales, ello no tiene sentido: Piñera no será candidato a la reelección en 2013.
Para ganar autoridad política e inspirar confianza, la centroizquierda necesita interpretar el sentir de la mayoría de los chilenos, incluyendo a muchos que votaron por Piñera.
Esa mayoría aspira a vivir mejor, con menos incertidumbre, con más oportunidades, en condiciones de mayor igualdad.Por ello, la centroizquierda tiene que formular propuestas serias y viables, no meras consignas, en todas las áreas en que se juegan las posibilidades de progreso.
La Concertación también es responsable de la gobernabilidad y la estabilidad del país. Es legítimo que apoye las acciones reivindicativas de los movimientos sociales, pero no puede agotar allí su papel político.
Aunque a veces es necesario dar testimonio, una acción política que se reduce sólo a eso está condenada a la esterilidad.La Concertación debe disponerse a dialogar con todos los sectores, no sólo con los grupos cercanos. Debe defender con energía el bien común, o sea, asumir una actitud dinámica y propositiva que le permita ser parte de la solución de los problemas.
La lucha por una sociedad más inclusiva y más igualitaria implica desplegar una política favorable a la búsqueda de acuerdos amplios que mejoren la actual situación.Por esto, hay que celebrar que los 4 partidos de la Concertación hayan sido capaces de concordar una plataforma respecto de los cambios que necesita la educación superior. Ese es el camino fructífero.
La centroizquierda debe hacer política pensando en lo que le conviene al país. Si actúa de ese modo, los ciudadanos lo valorarán.
Tiene que encabezar los esfuerzos por lograr, dentro y fuera del Parlamento, todos los avances parciales posibles en cuanto a proteger los derechos de las personas, poner coto a los abusos del mercado, fortalecer el papel del Estado como promotor del interés colectivo en la educación, la salud, las políticas de vivienda, etc.
Si actúa de ese modo y entrega propuestas que sean coherentes con su trayectoria democrática y progresista, se beneficiará el país en su conjunto y se crearán mejores condiciones para levantar, cuando llegue el momento, un programa de gobierno que concite el apoyo de la mayoría de los chilenos.