Roto en Chile el dique de las desigualdades, lo que corresponde es canalizar las energías desatadas. Esta es la tarea política central. Si ella se ejecuta con sabiduría, el país estará bien.
Por ello la indignación de los chilenos que protestan no puede generar la irritación de las autoridades que nos gobiernan. Pues es tiempo de conducir los cambios que son inevitables y necesarios.
Se trata de redistribuir poder, riqueza y oportunidades a través del gobierno, es decir, en forma autoritativa. No hacerlo será negativo y necio, incluso para quienes se ven favorecidos con tan desigual reparto y se precian justificadamente de ser inteligentes.
La expresión que surgió en Francia y anidó en España hizo fortuna en Chile: indignación.
Casi no hay ciudad ni tema que no haya conocido esta ola de protesta.
En Magallanes y Arica; en Coyhaique y Angol; en Requínoa y en Calama; en el foro de la Universidad de Concepción y en la Alameda de las Delicias cientos de miles de chilenos protestan.
El gobierno, por su parte, reclama que lo ha hecho bien. Pone sobre la mesa uno de los crecimientos económicos más alto entre los países desarrollados y casi medio millón de empleos creados.
Agrega que los estudiantes universitarios ponen sobre el tapete problemas que no han sido enfrentados en veinte años.
Cuando escucha hablar de asamblea constituyente, estatización de la educación y nacionalización del cobre, comienza a irritarse por esta inesperada “politización” y crecientes vías de hecho. ”Los estudiantes se han pasado de la raya” dice el Ministro de Educación. El Presidente de la República sentencia que “El país está bien, pero la política está mal”. Indignados en la plaza e irritados en palacio. Mala cosa.
Es cosa preocupante que la indignación de cientos de miles de chilenos genere irritación en nuestros gobernantes. La ira es mala consejera.
Enojados, generalmente, no razonamos bien. Y no parecen buenos razonamientos los más arriba citados.
Ello pues desde Atenas sabemos que la política es el arte del buen gobierno en aras del bien común. La palabra griega gobierno nos remite a la idea de “timón” del barco. Un país que tiene malo el timón, no puede navegar bien; pues va a la deriva y así puede llegar a cualquier parte (o zozobrar).
El problema de Chile es político, porque es integral, afecta a todos y a todo. Y su solución involucrará reformas legales y políticas públicas.
No sólo es energético como lo creímos con Magallanes e HidroAysén; ni principalmente educacional como parece decirnos las portadas de los diarios de las últimas tres semanas; ni de regulación y fiscalización del “retail” como debatimos a propósito de La Polar; ni de injusticia racial cuando una huelga de hambre mapuche nos inquieta, ni de discriminación sexual por la ausencia de un matrimonio homosexual estatalizado ni de un tipo de cambio que perjudica a las empresas exportadoras o sustituidoras de importaciones distintas a las ligadas al cobre; en fin. Se trata de algo más profundo que une todas estas demandas de cambio.
Los chilenos y chilenas queremos pasar a una nueva etapa de nuestro desarrollo pues, ahora, podemos y debemos hacerlo. No basta ya con elegir, con defectuosos medios y cada cuatro años, a nuestros representantes populares; ni de esperar que el crecimiento económico y la educación nos traigan prosperidad para todos y ascenso social. Ya sabemos que eso no ocurrirá para muchos, demasiados. Necesitamos de una mejor política.
Queremos una democracia de calidad, un crecimiento económico más estable; una integración socio-cultural más igualitaria y la preservación del patrimonio natural y cultural. Para alcanzar estas tareas no sólo contamos con la empresa privada, sino que también con la comunidad organizada y el Estado. Todo es más complejo, maravillosamente más complejo.
Concluyo escribiendo que Chile no está viviendo una crisis terminal ni cosa que se le parezca. Pero sí, así lo espero, vive una crisis de crecimiento en que el Chile pobre, desigual y autocrático de 1990 debe ser superado por otro más mesocrático, participativo e igualitario.
Un nuevo Chile que ya reclamaba sus derechos el año 2000. No haber apurado el tranco produjo la derrota electoral del 2010.
Es tarea del actual gobierno promover gradualmente los cambios que permitan a Chile pasar de la irritación de unos y la indignación de otros, a una nueva y mejor etapa de desarrollo.
Para ello obviamente que habrá de redistribuirse el poder, la riqueza y las oportunidades en un país tan desigual como es actualmente Chile. Eso será especialmente doloroso para un gobierno partidario del liberalismo y de los intereses empresariales.
Sin embargo, es lo que Chile reclama y necesita. No hacerlo será tratar de impedir lo inevitable y arriesgarlo todo, pudiendo oportunamente ceder lo justo. Roto el dique de las desigualdades, lo que corresponde es canalizar las energías desatadas.
Esta es la tarea política central. Si ella se hace con sabiduría, el país estará bien.