Estimados lectores –porque entiendo que hay algunos, pocos, que leen mis columnas- les confieso que voy a caer en la tentación de decir “se los dije”.
En efecto, apareció otra encuesta y las cifras a que aludí en mis anteriores artículos sobre política chilena se repitieron, tal y como, sin ser , ni pretender ser futurólogo, pronostiqué.
Peor aún, no solo se repitieron sino que se intensificaron. En efecto, ahora parece que un 60% reprueba a la Alianza; un 68% desaprueba la Concertación; 60% desaprueba al Presidente de la República; 30% no se identifica con nadie y se pone al margen de todo; 61% evalúa negativamente el Congreso; y, suma y sigue, en realidad no es necesario seguir presentando más cifras negativas para la política, los políticos y las instituciones políticas.
Por cierto, nuevamente se pueden interpretar las cifras como que ellas reflejan una crisis del Gobierno -si se es analista de Oposición; o una crisis de la Oposición -si se es analista del Gobierno.
Aunque, felizmente, pareciera que tales análisis están perdiendo credibilidad y algunos analistas y políticos más sensatos comienzan a reconocer que tanto el Gobierno como la Oposición son parte del problema, y que el problema es del país político.
Por mi parte, reitero mi argumento de que se trata de una crisis de la política, no de una simple crisis política.
Más específicamente, me parece que estamos frente a una crisis de la política, los políticos y los partidos políticos del sistema político democrático chileno.
No faltará quien proponga más manifestaciones multitudinarias; o que debemos hacer plebiscitos, uno tras otro; o que la sociedad civil debe hacerse cargo; o que hay que reformar la Constitución o las leyes electorales.
Sin perjuicio de un examen más atento de tales propuestas, me parece que lo primero que hay que hacer es defender la política, los políticos y los partidos políticos.
Defender la política, porque sin ella el país pierde sentido de dirección, de hacia dónde vamos, la visión general básica de cual es la sociedad que queremos construir a partir de aquello que somos y tenemos a estas alturas de nuestra historia.
También porque desde ella es posible tratar de avanzar hacia la definición consensuada, al máximo posible en nuestra conflictiva sociedad chilena, de los términos y condiciones sustantivos propios de una especie de bien común, o bien de todos, para cada uno y todos, o casi todos, los chilenos, relativo a la organización política, económica y social de nuestro patria, que nos permita avanzar desde el estadio en que estamos, ciertamente injusto o inequitativo, a un estadio más equitativo.
Defender a los políticos, porque sin ellos no es posible definir y hacer política, ni tampoco implementar las medidas específicas, consensuadas, que se requiere llevar adelante. Ello son, nos gusten o no -y está claro que actualmente no gustan- quiénes deben hacerse cargo de los engranajes finos de la política del día a día y de la toma de decisiones específicas que se requiere adoptar y llevar adelante en los procesos políticos, desde las instituciones políticas.
Defender los partidos políticos -en plural y de Gobierno y Oposición- porque sin ellos no hay democracia política sustentable, al menos en las experiencias de organización político-democrática hasta ahora conocidas. Defenderlos porque sin partidos políticos lo que queda son los populismos autoritarios, los corporativismos, las dictaduras militares, los regímenes autoritarios-burocráticos-tecnocráticos, las dictaduras del partido único.
Todas estas últimas fórmulas de organización política no son aceptables, no sólo por una cuestión estética o simplemente filosófica, sino porque han demostrado, empíricamente y hasta el cansancio, que son violadores sistemáticos e incluso salvajes de la dignidad y derechos fundamentales de la persona humana – y no solamente en el terreno de los derechos políticos.
A mi juicio, la política, los políticos y los partidos políticos son irremplazables si se quiere seguir manteniendo y perfeccionando el sistema político democrático chileno, que tanto nos costó construir en nuestra historia política. Ese mismo que tan lamentablemente perdimos con el golpe y el régimen militar de Pinochet, y que tanto nos costó recuperar.
Sobre esta materia no hay que hacerse ilusiones ni darse facilidades ni creer que los chilenos vamos a inventar la rueda en política.
No es cuestión de decir fuera la política, fuera los políticos y los partidos políticos, venga la sociedad civil. Porque la sociedad civil es la sociedad pero sin organización ni dirección política, y quienes construyen tal organización y otorgan dirección –o más bien debieran otorgarla- son los políticos y los partidos políticos.
En fin, por crítico que yo y muchos chilenos seamos, pareciera que ha llegado el momento de defender la política, los políticos y los partidos políticos.
Ojala estos últimos hagan lo que les corresponde para llevar adelante con alguna probabilidad de éxito tal defensa.