Resulta complicadísimo definir al terrorismo; se resiste a estereotipos y conceptualizaciones. Puede nacer de grupos aislados, con o sin fines políticos declarados, incluso desde el Estado.Todas las definiciones se tocan en un punto: la búsqueda de inducir temor en la victima.
Por eso, es tan terrorismo la bomba que revienta en los oídos y mutila los dedos de una señora inocente, como el terrorismo, con otra cara, de un Estado que practica el exterminio, la tortura y el exilio. Sea terrorismo de Estado, terrorismo artesanal, con o sin fines políticos declarados, todos comparten el mismo desprecio por la vida humana, y casi siempre son civiles los que pagan las consecuencias.
En general, estos fundamentalismos coinciden en reducir a violencia sus contradicciones.En nombre de la Verdad, de la Civilización Utópica, de la conexión con Dios y otros pretextos, se actúa con demencial violencia contra todo lo que no esté ubicado en el perímetro de mi verdad. Al fin y al cabo, terminan fomentando al enemigo que combaten: fue el terrorismo de Estado el que engendró las atrocidades de Isis. El segundo mandato de Bush se engendró en el combate al terrorismo. Que terminó, otra vez, invadiendo países para frenar el terrorismo inicial.
Y así, la violencia justifica más violencia.
Hoy, para combatir la violencia se habla de ley antiterrorista (que culpa pero no resuelve), de endurecer las penas contra los encapuchados, de infiltraciones, de inteligencia militar y un paranoico etcétera.
Y es que no sólo los fanáticos religiosos, que inventan dioses a su imagen y semejanza, necesitan de otros dioses para justificar su paranoia. También necesitan enemigos, para justificar su existencia, los sistemas de inteligencia gubernamentales.
¿Qué sería de la CNI sin el FPMR, de la CIA sin los rusos, de la KGB sin los estadounidenses, o de la ANI sin el “Enemigo Interno”? Vale preguntarse ¿qué sería de los buenos si no existieran los malos?
A la Concertación le convenía Pinochet, así como a Pinochet le convenía el FPMR. Los buenos y los malos cambian según quién escriba la novela. Como leí por ahí:“Saddam Hussein era bueno, y buenas eran las armas químicas que empleó contra los iraníes y los kurdos. Después, se amaló. Ya se llamaba Satán Hussein cuando los Estados Unidos, que venían de invadir Panamá, invadieron Irak porque Irak había invadido Kuwait. Bush padre tuvo a su cargo esta guerra contra el Mal. Con el espíritu humanitario y compasivo que caracteriza a su familia, mató a más de cien mil iraquíes, civiles en su gran mayoría”.
Pero en fin, sean “buenos” o “malos”, alguien puso esa bomba en el basurero.
Si para el mundial de fútbol los chilenos sacamos a relucir nuestras cualidades de técnicos de fútbol, ahora somos todos detectives. Sin embargo, el espíritu de Sherlock Holmes se ve opacado por las pistas que imponen los medios de comunicación.
Para nadie es un misterio que en Chile la gente piensa cómo piensan los televisores. Y a los televisores, sin muchas pruebas, les da con culpar al anarquismo y a grupos de ultraizquierda. Que sí, pueden estar detrás de esto. Lo que es yo, no hablaré de la “Brigada Obrero Campesina” (BOC), encargada de poner bombas y generar atentados para cargarle a la izquierda en el gobierno de Allende.
Ni siquiera tocaré el tema del general René Schneider. Ni menos voy a hablar de Pablo Vergara, misteriosamente muerto por una bomba que le reventó en el cuerpo y no en la torre de alta tensión que pretendía echar abajo.
Menos hablaré del secuestro de Aldo Moro, atribuido a las Brigadas Rojas, hasta que descubrieron que agentes de la CIA estaban detrás del caso. O el atentado en la estación de Bolonia, Italia, de 1980, que, se descubrió, fue planeado por grupos neo fascistas, que también debían armar un montaje para inculpar a estas mismas brigadas rojas.
En fin, quien quiera que haya metido esa bomba en el basurero, debe saber que encendió todos los culpómetros. Ahora, por delito de portación de mochilas los estudiantes se aguantan los ojos que los culpan, y los basureros ya no reciben basura sino que cintas que les cierran las bocas.
Quién sea que fuere, debe saber que le hizo un gran favor al sensacionalismo de COPESA.Harto maíz le tiró a Canal 13, último fetiche del señor Luksic, y también a Cristian Bofill que, cómo director de Prensa, se sirve un banquete con la catástrofe, llegando a la imprudencia de mezclar al movimiento estudiantil con el atentado, además de esas extrañas ecuaciones salfatianas que mezclan anarquistas, veganos, bombas, cuchuflís, locomotoras y dinosaurios.
En fin, quien sea que haya sido, debe saber que acrecentó el temor impuesto por los grandes poderes económicos a través de sus medios de comunicación, creando la nube de paranoia y miedo necesaria para frenar cualquier tipo de espíritu reformista al sistema políticoy económico chileno.
Debe saber que sus convencimientos personales llegan hasta el límite del otro. Y que es gente inocente, quizás sus propios vecinos, los que sufren las consecuencias de sus paranoias. Pero como dice el dicho: nadie sabe para quién trabaja.
¿O, en este caso, el culpable sí sabe para quién trabaja?…