La delicada crisis en Ucrania abrió esta semana un nuevo capítulo en su libro de conflictos y con un imprevisto acápite que involucra a nuestro país.Es que junto con las represalias comerciales anunciadas por Moscú contra Estados Unidos, la Unión Europea, Australia, Canadá, Japón y Noruega, las que prohíben -inicialmente por un año- la importación de una amplia gama de sus productos agropecuarios, se supo casi simultáneamente que los embajadores en Moscú de Brasil, Chile y Ecuador, más el encargado de negocios de Argentina habían sido convocados a reuniones de urgencia por el gobierno ruso para evaluar la posibilidad de aumentar la presencia de nuestros productos agroalimentarios y, de este modo, sustituir la oferta desde los mercados vetados.
Si las negociaciones derivan finalmente en un incremento de las exportaciones a Rusia, el caso se vuelve uno de aquellos donde los principios e intereses de nuestra política exterior no necesariamente pueden terminar entonando la misma melodía.
Examinemos primero los principios. Nuestro país fija desde antiguo su orientación internacional a partir del respeto al derecho internacional, la integridad territorial, la promoción de la democracia, el respeto a los derechos humanos y la responsabilidad de cooperar a fin de conseguir soluciones colectivas a problemas globales.
En ese sentido, respaldar las sanciones económicas que los países afectados han levantado contra Rusia pareciera ser la decisión más afinada.No debemos olvidar que éstos impusieron restricciones financieras, comerciales y de movimiento a ciertas personalidades para defender los mismos principios que nosotros consagramos y tras llegar a un amplio consenso en torno a las responsabilidades que le caben al gobierno de Vladimir Putin en la anexión ilegal de Crimea, la intromisión y desestabilización del este de Ucrania y, finalmente, en el trágico derribo de un avión comercial con más 298 pasajeros a bordo.
En contraste, las represalias comerciales anunciadas por Moscú no responderían a ninguna transgresión de dichas normas por parte de los afectados.Son sólo sanciones que responden a otras sanciones.
La otra cara de la moneda es el genuino interés de expandir el mercado para nuestros productos agropecuarios, cerrando nuevos negocios en un mercado tan grande y atractivo como el ruso, de casi 146 millones de habitantes (incluida la población de Crimea) y el que en el año 2013 importó productos de estos por un valor cercanos a losU$43 mil millones.
El caso, además, es un interesante ejemplo de la rápida adaptación con la que se mueven los actores que participan del comercio internacional, una de las actividades modernas que mejor apropió los atributos que llegaron con la globalización, y cuya dinámica ha sido hábilmente explotada por nuestros exportadores desde hace más de dos décadas.
La situación, asimismo, va en línea con el anhelo del actual gobierno por convertir al país en una potencia alimentaria mundial; política que busca inteligentemente diversificar nuestra oferta exportadora, aún muy dependiente de la minería cuprífera.
No hay que olvidar, igualmente, que el agro nacional es uno de los actores privados más atentos y reactivos a las coyunturas internacionales, tanto para bien (aumentar el volumen exportador ante la apertura de nuevos mercados), como para mal (caídas en el precio de las divisas o presiones proteccionistas).Es una oportunidad hecha para tomarla.
¿Cuál de los enfoques es el correcto? Creo que una combinación de ambos es la fórmula más adecuada.
Por un lado, el desenlace de la crisis de Ucrania alimentará el debate respecto al futuro del actual Orden Mundial: aquella estructura jerarquizada de valores liberales que guían las relaciones internacionales contemporáneas (protección de derechos individuales, promoción del comercio y profundización de la democracia), la cual está encabezada por los Estados Unidos (su diseñador), país que a cambio de asegurar su predominio ofrece un amplio espacio para que terceros colaboren en la construcción de reglas y consensos, disposición que estaría -en principio- asegurada con la fundación de instituciones ‘liberales’ de alcance global (ONU y otras).
La amenaza, señalan algunos, está en que el ascenso económico de China y las reacciones desafiantes de Rusia, entre otros fenómenos, aceleren su deterioro.
Por otro lado, se puede argumentar razonablemente que tomar la oportunidad exportadora que se abre no implica poner en cuestión los referidos principios de nuestra política exterior –bien hemos denunciado la violencia en Ucrania y, desde nuestro puesto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, hemos apoyado la condena de la comunidad internacional.
También es defendible el argumento que señala que es legítimo demostrar cierto escepticismo sobre el papel de los Estados Unidos en el manejo de las relaciones internacionales y querer revisar alternativas.O quizás, si excluimos a Brasil del grupo, la capacidad de sustitución de importaciones que podemos ofrecer es más que limitada y no ofende a las principales potencias.
Para concluir, sí pondría el acento en dos elementos. Primero, advertir lo que acusan algunos analistas internacionales en el sentido que Rusia ha dejado de actuar ‘racionalmente’, por lo que cada vez toma más trabajo predecir las acciones futuras que se deciden en el Kremlin. Está por verse, entonces, si sus nuevas intenciones exportadoras con Latinoamérica son consistentes.
Segundo, evitaría hacer alardes de los posibles efectos positivos que puede tener en nuestra economía la expansión comercial. “Valorar” la oportunidad, como lo declaró esta semana un influyente integrante de la comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados, no es prudente ni justo con la historia de violencia y sangre de inocentes con la que arrastra la propuesta.