Por las mismas razones por las que nos sigue estremeciendo el recuerdo del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial, cuando millones de judíos fueron víctimas del horror nazi, y por las mismas razones por las que condenamos toda forma de antisemitismo y racismo, es que hoy alzamos la voz para expresar nuestra condena a los crímenes sin nombre que el ejército de Israel comete contra el pueblo palestino en la Franja de Gaza.
El gobierno de Benjamín Netanyahu no alcanza siquiera a imaginar cuánto ha contribuido en las últimas semanas a generar un sentimiento de indignación en contra de su país en todo el mundo.
Los grupos ultranacionalistas e integristas de Israel quizás desprecian la reacción internacional, de la que es expresión elocuente el llamado del secretario general de la ONU “a detener esta locura”, pero el Estado de Israel no puede basar su propia seguridad en la desconfianza que inspira. Los actos de sus gobernantes le están acarreando un inmenso desprestigio en todas las latitudes.
Lo que la mentalidad extremista no es capaz de asimilar es que ciertas “victorias” se vuelven finalmente en contra de los vencedores por estar moralmente descalificadas ante el mundo. Está a la vista el poderío militar del Estado de Israel, pero ello no basta para ganar el respeto y la simpatía de las demás naciones; si esas armas están al servicio de una política que es imposible no asociar con el apartheid, no serán suficientemente poderosas para impedir que se extienda en todos los continentes un sentimiento de repulsa por su uso indigno contra los habitantes de Gaza que, con toda propiedad, representan hoy al David bíblico.
Es una obscenidad invocar el Holocausto para validar las muertes de niños palestinos en Gaza. También lo es la demagógica calificación de antisemitas a quienes condenan esos crímenes. Los horrores del pasado no pueden justificar los horrores de hoy.
¿Acaso tenemos que aceptar que los perseguidos de ayer tienen derecho a ser perseguidores hoy? ¿Es que ya no hay principios de civilización y, por lo tanto, condenamos los actos inhumanos dependiendo de quiénes sean las víctimas y quiénes sean los victimarios?
Detrás de las operaciones militares de Israel, se entrelazan varios propósitos políticos de Netanyahu. Uno de ellos es afirmar su propio liderazgo interno, amenazado por algunos socios de gobierno, como Avigdor Lieberman, que dimitió el 6 de julio como ministro de relaciones exteriores por considerar que Netanyahu no hacía lo necesario para impedir que el Estado palestino gane legitimidad en la ONU y consideraba “blanda” la acción militar contra Gaza.
Objetivo estratégico del gobierno de Israel es impedir la formación de un Estado palestino plenamente soberano, para lo cual trata de frustrar la posible unidad de Al Fatah y Hamas; algunos analistas señalan que el gobierno israelí no se propone destruir a Hamas, organización derechista-islámica, pues sus acciones resultan funcionales a Israel y sirven de pretexto para ofensivas como la que está en curso. Los estrategas israelíes buscan radicalizar a Hamas y, en lo posible, provocar un conflicto dentro de las fuerzas palestinas.
Al exhibir su poder militar, el gobierno de Israel hace pedagogía del terror en la zona, lo cual le sirve además para demostrarle al gobierno de EE.UU. que no necesita su autorización para emprender una ofensiva militar en gran escala, la que, obviamente, busca abortar cualquier plan de negociación que pueda impulsarse desde Washington.
Es obvio que el gobierno de Obama pagará un alto costo político por avalar las acciones militares en Gaza con el argumento de que “Israel tiene derecho a defenderse”. Nadie puede objetar tal principio, pero es muy difícil probarle al mundo que el ejército israelí solo se ha limitado a ejecutar acciones defensivas.
¡Hay que parar esta matanza! No es posible cruzarse de brazos frente a ella. La responsabilidad de EE.UU., Europa, China, Rusia, de la comunidad internacional en su conjunto, es buscar una vía política que permita detener la barbarie. También los países de América Latina deben alzar su voz. Hizo bien el gobierno de Chile al llamar a nuestro embajador en Tel Aviv.
Al igual que el pueblo de Israel, el pueblo palestino tiene derecho a vivir en paz en una patria con fronteras definidas y seguras, lo que implica poner término a su prolongado avasallamiento. En esta hora, millones de hombres y mujeres de todas las razas y culturas nos sentimos estrechamente hermanados con el pueblo palestino.