Desde hace algunos años, en todo el mundo, los ciudadanos han vuelto a marchar por las calles, pero ya no en el ajetreo diario de sus responsabilidades, sino que…marchan, por muy diversas razones.
¿Hay algo en común entre los que marchan, desde polo a polo?
Probablemente dos o tres cuestiones gruesas, que hermana a los marchantes.
Primero, la globalización, que permite que casi todos los habitantes de la tierra sepan lo que pasa en otras latitudes y, caída la idea de predestinación, hombres y mujeres adviertan que sus condiciones de vida no son, no deben ser y nunca debieron ser, parte de un destino inmodificable, tantas veces justificadas por “razones divinas”.
Lo segundo, ligado a la secularización de la vida ciudadana, los que marchan manifiestan una desconfianza creciente respecto a la capacidad de las instituciones propias de la democracia y obviamente de los regímenes autoritarios que subsisten, de resolver con criterios de justicia e inclusión, las demandas que se levantan, cada vez más contestatarias.
Tercero, la economía mundial, porfiadamente ligada a los conceptos clásicos de economías de mercado, no logra resolver, ni de lejos, la ecuación aumento de las expectativas de vida, con la mantención de los pasivos, por incluso 40 o 50 años de sobrevida a la actividad productiva, entre otros fenómenos no previstos en el desarrollo del capitalismo.
Por último, pareciera ser que los que marchan guardan la esperanza de la construcción de una sociedad distinta a la que conocen, a partir de la constatación de que esta no ha transitado por la vereda de la equidad.
Tal vez aquí se encuentre la motivación central de los marchantes, pero ello no es novedoso, la derrota del capitalismo ha sido tantas veces anunciada como frustrada.
Esto también pasa en Chile.
Los estudiantes, desde la “revolución pingüina” en adelante, lograron instalar la idea de que era necesario una educación pública, gratuita y de calidad, para todos. Y para eso marcharon ayer y marchan hoy.
Marcharon ayer, cuando nada en la institucionalidad del Estado, o en las propuestas de los partidos apuntaba en esa dirección. Pero también marchan hoy día, cuando el gobierno presenta un proyecto de Reforma Educacional, que no hace más que cumplir con la oferta de campaña…y dentro de los primeros cien días.
Pero pese a ello, los estudiantes marchan, a favor del cambio de las reglas del juego en educación. Y marchan junto a los dirigentes de los profesores, que marchan a favor de que no cambien las condiciones laborales que los favorecen. Unos marchan por el cambio otros por la conservación de sus condiciones. Pero marchan juntos, aun cuando su grito sea diverso.
También marchan los que no quieres mal olor por plantas de cerdo cerca de sus casas; centrales hidroeléctricas que atentan contra el paisaje o que contaminan. Y marchan los trabajadores de la salud por malas condiciones laborales. Y marchan los trabajadores por rentas que no calzan con los progresos de la economía del país, que se jacta de ello y que no distribuye con justicia.
Pero no marchan a votar en las elecciones que permite elegir a sus representantes en las instituciones propias de una democracia representativa. La tasa de participación en la última elección presidencial y parlamentaria está en el piso de la legitimidad.
Aquí está la paradoja y la incerteza de hacia dónde conduce la marcha, más allá de darse vueltas en círculo.
Dejando de lado a los encapuchados, marginales provenientes del lumpen o minorías anarquistas, o los vándalos que ingresan a los colegios tomados, el mensaje de los que marchan pareciera ser que están dispuestos a marchar pero no a votar. O dicho de otro modo, a expresarse en las calles pero no en las instituciones propias de la democracia.
¿Hacia dónde conduce esto?
Durante las muy masivas marchas de estudiantes y obreros, en Europa, el año 1968, el gobierno francés de De Gaulle estuvo “a punto de caer”, solo a punto, luego la marcha decayó y el capitalismo reflotó con más fuerza que antes.
¿Qué debemos esperar ahora, en el mundo y en Chile?
Depende, a lo menos de dos factores. Primero, de la articulación de la marcha social y el apoyo político que esta genere. Y, segundo, de la articulación de una propuesta que logre recoger el “grito de la calle”, la voluntad de los partidos y la capacidad de las instituciones para procesar la demanda ciudadana en la perspectiva de los marchantes.
Si esto no ocurre, la marcha seguirá su curso, por un rumbo difuso y se irá perdiendo con el tiempo, con lo que la pregunta recuperará su fuerza y alguien, en otro tiempo se preguntará, “¿Por qué marchan los que marchan”.