07 jul 2014

Políticas culturales, tiempo de reflexión

Hay tiempos de búsqueda y otros de encuentro.Pareciera que las políticas culturales en Chile han ingresado a una etapa de las primeras.Afortunadamente.Una activa Ministra, con equipo renovado, se pregunta cómo poner el sector a tono con tiempos de igualdad, participación y reforma educativa; una entusiasta comisión de diputados se encuentra con agenda leve ante la postergación con tiempos inciertos de una nueva ley de institucionalidad, debido a la irrupción de los pueblos originarios en el horizonte legislativo; la inminencia de la TV digital renueva esperanzas de presencia cultural en su programación; gestores preguntan colectivamente sobre la “empleabilidad” del sector; diversos ámbitos de las industrias creativas -la música, el libro y el audiovisual- están dando luchas sectoriales por banderas que ignoran el componente integrador que inspiró la creación del CNCA.

Por decir lo menos, hay dispersión sino desconcierto. Terreno más que favorable para detenerse, reagruparse y pensar lo que viene.Como ocurrió en los noventa, con buenos resultados.

La diferencia con tiempos de búsqueda anteriores -los cabildos, el encuentro legislativo de 1996, la Comisión Garretón en 1990, la Ivelic en 1997- es que la institucionalidad vigente contempla estos momentos y considera en su interior -los diferentes Consejos y la Convención Nacional- a destacados pensadores y variados ejecutores de las políticas culturales, hoy en ebullición.

Un notable ejemplo lo dio el Director Nacional Carlos Aldunate en sendos escritos -una columna en El Mercurio y una entrevista en Qué Pasa- respecto de la responsabilidad del Estado chileno en el conflicto mapuche; un tema cultural de la mayor relevancia abordado con altura y profundidad por uno de los nuestros.

Otro caso reciente es el aporte de Agustín Squella -ex Director Nacional e inspirador de la actual institucionalidad- en una columna de opinión respecto del daño, finalmente cultural, que está generando la obesidad en nuestra sociedad.

Algunos meses atrás, el Director Nacional Lautaro Nuñez difundió una sustanciosa carta respecto de los severos daños patrimoniales de la competición motorizada conocida como Dakar, en el desierto de Atacama.

Lo primero que sugiere esta capacidad de aportar al país es fortalecer las instancias de participación del CNCA, partiendo por su Directorio Nacional, en tres sentidos: primero completar la totalidad de sus integrantes -Juan Gabriel Valdés fue designado Embajador en Estados Unidos, renunciaron Pablo Dittborn y el representante de las universidades privadas- con personalidades de la envergadura de los mencionados y en la capacidad de proyección nacional de su pensamiento, con el apoyo del servicio público Consejo Nacional de la Cultura.

El tercer aspecto es que el Directorio Nacional retome su capacidad de encabezar, formular y coordinar las políticas nacionales y también las sectoriales.

Este rol se extraña cuando vemos en el debate público que la SCD y sociedades similares de derechos de los autores comparecen huérfanas en una larga travesía parlamentaria que oscila entre un logro impactante -el 20% de música nacional en las radios- y la formulación de políticas interesantes que surgen de senadores -Alejandro Guillier, Jaime Quintana- sin presencia activa de quienes son también responsables, por ley, de formularlas.

Parece contradictorio que la autoridad estimula, en el cine, iniciativas de co-regulación, a diferencia de cuotas de pantalla, o porcentaje de producción nacional, que se piden en la música.

Mientras el público -un 85% según datos recientes- opta por un cine de entretención producido mayoritariamente en Estados Unidos, consolidando la brecha que lo separa del cine nacional.

En el sector del libro tampoco reina la calma, subsisten duplicidades entre DIBAM y el CNCA; en la industria han existido conflictos al interior de la Cámara del Libro y entre ésta y editores independientes, mientras el mundo presencia niveles preocupantes de concentración de la propiedad en la industria editorial, incluyendo a los agentes literarios, lo que podría detonar propuestas de cuotas, regulación o mayores estímulos a la producción nacional.

Cómo hacerlo, ojalá de manera coherente con otros sectores, es algo que debe reflexionarse con calma y sabiduría, como aconteció en los noventa.

Una de las lecciones de esa década tan provechosa estuvo en lo colectivo del debate, lo generoso de las propuestas, la distancia de intereses corporativos y la activa presencia de un grupo transversal de diputados.

Todos esos factores contribuyeron a alcanzar esa fase de encuentro nacional alrededor de políticas tan elocuentes como fue la creación del CNCA, período que parece estar buscando una natural revisión.

No nos equivoquemos, la autoridad cultural unipersonal tiene demasiadas obligaciones programáticas y del día a día como para además encabezar un proceso de esta riqueza. Es entonces el Directorio Nacional, del cual la Ministra forma parte, el llamado a liderarlo.

Mientras otros servicios públicos y la sociedad civil incumbente -universidades, artistas, gestores, centros culturales, corporaciones, fundaciones, patrimonialistas- en todo el país, debemos poner al servicio de este momento reflexivo lo que de pensamiento e infraestructura sea posible, en beneficio, una vez más, de esta noble causa de alcanzar para Chile las políticas culturales que el país requiere.

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