Esta vez quiero escribir de una palabra, un concepto, un fenómeno, que lleva mucho, demasiado tiempo, diría yo, en las gargantas de nuestra sociedad, escuchándose muy seguido en la mesa, en discursos, marchas y promesas. Es el término desigualdad,que parece tan presente e invencible a la vez.
Las reformas que se están discutiendo, Educación y Tributaria, la despenalización del aborto, las AFP, incluso las Represas de la Patagonia, que este 10 de junio reúne a un comité de ministros para saber si se construirán o no, el conflicto mapuche y el Bono al Trabajo de la Mujer son ejemplos que encierran en sí la palabra desigualdad.
Las amplias brechas entre los que tienen y los que no, los que pueden pagar una educación de calidad y los que no, los que se enriquecen con la evasión de impuestos y los que no, las mujeres que pueden pagarse un aborto y las que no, las personas que pueden jubilar de manera digna y las que no.
Los que pueden tener portadas en los diarios y los que son completamente invisibles para estos, como es el caso de mapuches y enfrentamientos que no están en los ojos de la prensa (violencia en niños, por ejemplo).
O el incentivo a las empresas para contratar mujeres y así “apalear” de algún modo la desigualdad en los salarios y contratacionescon respecto a los hombres, son ejemplos concretos de esta palabra.
La desigualdad no sólo se refleja en lo económico y social. También se refleja de manera bien potente a nivel cultural. Un ejemplo claro en materia de educación, es que por mucho que el colegio público sea gratuito y garantice calidad, siendo honestos, muchos escogeremos el mejor colegio particular que podamos pagar, donde el “roce” social sea el mismo nuestro o mejor.Por tanto ¿una reforma en materia de educación, derrota o no la desigualdad de fondo?
Por ejemplo, si su hijo postula a un trabajo y el gerente tiene dos Curriculums, uno de un joven que sale del mejor colegio de Recoleta y otro de un prestigioso colegio del sector oriente, ¿a quién cree Ud.que contratará?
Por tanto, ¿cómo encarar a este invencible desigualdad?, ¿cómo hacerla menos presente en lo cotidiano? Existen iniciativas a nivel político y social, como estas mismas reformas ya mencionadas, sin embargo ¿qué se hace a nivel cultural?, ¿cómo “sanar” la desigualdad que ya es parte de nuestra idiosincrasia?
Cuando persisten desigualdades de tipo social, de género, de opción sexual, de la “cuna” de dónde venimos, que incluso se vislumbra en informes como la OCDE que nos ubica en el cuarto lugar con mayor diferencia entre ricos y pobres entre los 34 países miembros. Y ni hablar de las desigualdades por edad, entre jóvenes y viejos…Déjenme detenerme un poco aquí.
Hemos olvidado a los viejos, son un segmento no validado, a diferencia de oriente donde por ejemplo en China se les respeta enormemente, considerándolas personas sabias.Aquí en Chile para muchas familias son simplemente un “cacho”, tampoco tienen un espacio visible a nivel mediático, más que en uno que otro comercial de farmacias o remedios.
En Argentina, por ejemplo, es común ver a señoras mayores tomándose un café con amigas o simplemente solas.Se juntan, conversan, sacan su mejor atuendo y las ves asistir al teatro, salir de compras, hacer una vida. Hasta tienen programas de televisión como el de Mirtha Legrand, otro ejemplo de visibilidad.
Siento que Chile ha tenido un retroceso en este aspecto socio-cultural. Nos hemos puesto serios, se nos fue la risa, automatizados con nuestros empleos, preocupados de vestir bien, de tener un buen pasar y un estatus social, olvidándonos de cosas esenciales.
Se nos quedó instalado en el inconsciente social el ser “los ingleses de Sudamérica”, nos compramos ese cuento. Nos empezamos a “enriquecer” y perdimos parte de nuestra risa, del “olor a empanada”, del “roto chileno”, tan nuestro, de jugar todos en el mismo patio.En décadas pasadas en muchas casas los hijos de las asesoras de hogar “nanas”, jugaban con los hijos de los patrones y nadie se escandalizaba.
Esto de la desigualdad trasciende al tema plata, insisto, es un tema cultural.Sabemos que no todos somos iguales, pero tú eres tan digno como yo, nacemos en realidades distintas, pero eres tan válido como yo y te respeto. Así de simple. Por tanto deberías tener las mismas oportunidades y si te las “farreas”, al menos pudiste optar por hacerlo.
En pocos días más comenzará un mundial que nos hará olvidar muchos temas país. Y quizás algo bueno que tiene también el fútbol es que ahí sí nos olvidamos de las diferencias, gana la selección y es como que ganáramos todos, nos juntamos en las cantinas, restoranes, en un asado o en la casa patronal de un fundo, no importa el lugar ni con quienes, todos gritaremos o sufriremos ante un gol ganado o perdido de la Roja.
No nos importa que muchas de las estrellas futbolísticas – como Vidal y Sánchez-no hayan nacido en familias acomodadas, de hecho todo lo contrario, los admiramos.
“De pequeño sufrí mucho. Siempre estaba triste. Mi padre me abandonó cuando tenía cinco años y no había mucho que comer. Tenía muchos problemas en casa. Un día decidí que no podía continuar así y desde aquel momento comencé a sonreír”, decía Vidal recordando su infancia a un medio italiano.
Es muy probable que todos celebraremos “anestesiados” por esta efervescencia del fútbol, dejando la razón de lado e inundándonos nuevamente de una emoción colectiva.
Quizás esa sea la fórmula: volver a la tribu de lo colectivo, a la emoción no a la división.