05 jun 2014

Usted y ¿cuántos más?

La drástica y dramática acción del dirigente sindical de los choferes del Transantiago, quien decidió quemarse a lo bonzo para denunciar las condiciones en las que trabajan, debe abrir el debate sobre los mecanismo de participación e incidencia de la sociedad civil, para presionar al sistema político y producir respuestas oportunas de éste, concordantes con las demandas y agendas ciudadanas.

No cabe duda que, desde la revolución pingüina del año 2006, el movimiento estudiantil copó la agenda comunicacional y modificó las prioridades del ejecutivo, al punto que, casi una década después, en el corazón de la agenda del gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, la reforma del sistema educacional chileno es una de las propuestas nucleares de su programa.

Un papel similar han tenido en la transformación de la sociedad chilena las organizaciones de Derechos Humanos, que impidieron que los crímenes ocurridos durante la dictadura quedaran, sino impunes, al menos en el olvido.

En igual sentido, los movimientos de liberación sexual lograron permeabilizar a la sociedad chilena, instalando en la conciencia nacional las banderas del respeto a la diversidad y la no discriminación. Debemos sumar la “marcha de los enfermos” que logró poner transversalmente esta demanda y encontrar eco en el Estado, lo que queda reflejado en el anuncio del 21 de mayo reciente en la cuenta anual al Congreso Nacional.

La reciente marcha por la despenalización del consumo de marihuana, reunió a miles de personas en torno a la consigan “cultiva tus derechos”. Los ciclistas furiosos han puesto también, sobre la mesa de los asuntos públicos, sus demandas y propuestas.

“Ciudadanos con intereses comunes, uníos y marchad” parece ser la única táctica posible para convocar a los medios de comunicación y así amplificar, mediante las redes de información, las demandas y propuestas programáticas de los grupos de interés, los que conforman una sociedad diversa-dispersa y que se ha distanciado de los canales tradicionales de participación e incidencia política.

Como contraparte, “usted y cuántos más” parece ser el barómetro del sistema político para recepcionar el malestar y la indignación del multidimensional universo de entidades, “al acecho de su ser y bienestar”, que conforman los organismos intermedios de la comunidad nacional.

Jan Palach y Sebastián Acevedo, quemarse como forma de protesta política.

Palach se inmoló en la Plaza de Wenceslao, en Praga, el 16 de enero de 1969 en protesta por la ocupación de las tropas soviéticas.

Sebastián Acevedo lo hizo motivado por la detención de sus hijos, por la dictadura de Pinochet, en la Plaza de la Independencia, frente a la Catedral de Concepción el 11 de noviembre de 1983.

Forma límite de acción política, radical e irreversible, para convocar la solidaridad social. El opuesto al espíritu festivo y carnavalesco de la marcha ciudadana que moviliza a miles de personas hoy en día y cuyo éxito se mide por el número de asistentes por metro cuadrado y la cuantificación posterior de detenidos y destrozos.

Pero los presos no pueden marchar ni quemarse a lo bonzo. Tampoco los pacientes psiquiátricos abandonados por sus familias en instituciones de salud mental a lo largo de nuestro país, ni las personas en situación de calle o los miles de deudores habitacionales y sus familias que habitan en viviendas “dignas”. Lo mismo ocurre con las casi 30.000 familias que habitan en campamentos.

Habría que convocar a una “gran marcha de los sin marchas” para que sus necesidades y urgencias sean incorporadas a la agenda, o tomar el camino de las acciones solitarias como lo han hecho en los últimos años las mujeres de las agrupaciones de deudores habitacionales o al empelotamiento del Cabo Ripetti.

Otro camino es que las autoridades consoliden con urgencia instancias de diálogo expedito para recabar las propuestas, con la que quieren aportar a la política pública, las organizaciones de la sociedad civil y reconocer las conexiones nodales entre demandas que parecen diferenciadas (cárcel-calle-migración-salud mental-campamentos- pobreza) y emprender un esfuerzo país para transparentar los nudos oscuros que esconde el Chile del Bicentenario y levantar una agenda común para establecer los desafíos y trazar las trayectoria que nos permitan abordarlos.

Este es un espacio de libertad, por lo que solicitamos que no lo desaproveches. Contamos con que las opiniones se remitan al contenido de las columnas y no a insultos, ataques personales, comentarios discriminatorios o spam.

Por lo mismo y buscando el buen funcionamiento de este canal de expresión, requerimos de un registro previo utilizando Twitter, Facebook, Gmail o Disqus.

Si tienes problemas para registrarte, haz click acá.

  • Linda Calderón M.

    Francisco me parece un interesante debate. Creo que esta paradoja social es producto de caer en el juego de lo mediático del que todos los actores somos cómplices :Estado- Medios de comunicación- sociedad civil – mercado. Si bien el movimiento estudiantil ha demostrado que la única manera de visibilizar su demanda a sido a través de la convocatoria en la masividad, el mismo peso de la historia nos ha demostrado que en la medida que esa masividad no tenga contenido, orgánica y programación política, las marchas de millones pasan a la historia sólo como hito, sin necesariamente conseguir resultados positivos para el proceso. Un ejemplo caricaturesco es la actual moda de “Facebook” en el que las personas crean eventos para convocar gente a marchas inexistentes como la “Marcha para que la mamá de marco no se vaya”, “marcha para saber porque la vaca lechera no es una vaca cualquiera”, etc. ( que son jodas… pero hay un mensaje político en que deberíamos saber interpretar). Tienes razón cuando reflexionas en torno a los sin marcha, a todos aquellos que no tienen la capacidad de convocar la masividad. Los excesivos horarios de trabajo son el primer ejemplo para justificar la no organización de los trabajadores (partiendo de un sujeto que no tiene otras problemáticas inmovilizadoras como las personas enfermas, pacientes psiquiátricos, etc.). Creo que el aprendizaje que de esta reflexión se puede rescatar, es que no podemos confiar nuestra representación política, ni el espacio para nuestras demandas ciudadanas en la espontaneidad de una marcha.Para mi, luego de la raya pa la suma, el asunto es que primero, necesitamos un Estado que garantice los espacios de participación democrática real, en los que sea el pueblo el que pueda poner temas en la agenda pública sin necesidad del show masivo (aunque muchos tenemos un amor romántico por las marchas). Y en segundo lugar, no olvidar que los únicos cambios históricos son los que logran los pueblos conscientes y organizados. No es el Estado el que construye ciudadanía, no es un (a) presidente (a) el que abre espacios históricos, somos los propios ciudadanos los que tenemos que ganar esos espacios y garantizar su permanencia para las generaciones futuras. Porque ejercer la ciudadanía no termina en rayar un voto.

    Excelente artículo! Se agrece que pongas en tema en discusión, buen aporte.