En Chile medio mundo está deprimido. Un 60% de la población para más exactitud según algunas estadísticas.La depresión se traduce en descontento, agresividad, quejas cuando no en cosas mucho peores.
Para remediar esta depresión se acude a veces a médicos y farmacias, imaginando mil enfermedades, o bien se remedia el ánimo visitando psicólogos y siquiatras. Hay algunos incluso que piensan que algún curita como maestro espiritual, les podrá ayudar.
Yo no soy ni médico, ni siquiatra, tampoco me considero “maestro espiritual”, a pesar de ser curita, pero estoy informado de la doctrina de un maestro espiritual que se llamó Ignacio de Loyola. Éste fue el fundador de los jesuitas y fue maestro en temas como el resolver un problema u orientar la vida.
Más concretamente, enseñó cómo abordar situaciones como las que llamaba “desolación espiritual”. Situación que tendría alguna relación con la depresión espiritual. En todo caso, a partir de sus ideas contenidas en su obra “Los Ejercicios Espirituales” procuraré avanzar algunas sugerencias o respuestas para las situaciones de depresión.
Pero hay una diferencia muy esencial entre los “desolados” del maestro Ignacio de Loyola y los “deprimidos” de que estamos hablando. Los primeros están desolados porque al Dios que es como su centro y amor, lo sienten ausente. Nuestros deprimidos en cambio, están tristes y deprimidos porque lo que sienten como ausente no es ningún amor trascendente sino la satisfacción de su propio ego en que están centrados.Volveremos a tratar este punto.
Ahora, usando el discernimiento que nos enseñó el maestro Ignacio procuraré sugerir algunos caminos de solución para mis amigos deprimidos. El primero es que usen la razón para preguntarse por qué estamos deprimidos.
La depresión está en el ámbito de los sentimientos. Dios nos dio otra facultad, la razón, como conductor principal de nuestra vida. Usémosla pues para preguntarnos por qué estoy deprimido.
Y vamos a descubrir algo sorprendente, vamos a descubrir que estamos centrados en nosotros mismos y que la razón de nuestra depresión es porque nos falta algo, porque echamos de menos algo, porque tememos que nuestro ego no tiene todo lo que desearía tener, nos descubrimos como seres solitarios, egoístas, sin amor en esta vida, sin capacidad de sacrificarnos por otros.
No digo que todo deprimido sea un egoísta, sino que está deprimido por razones egoístas, es decir centradas en su ego.
Es natural que una desgracia personal nos cause tristeza, pero tendría que ser la ocasión para salir de nuestro pequeño mundo personal. Sentirnos parte de la sociedad, sustentados por ella. Pero, todo eso es recibido y hemos de disponernos a entregar todo lo que podríamos a los demás.
Pongamos algún ejemplo. Un deprimido podría buscar una familia más pobre que la suya, ayudar a un niño retardado a aprender sus tareas escolares, apoyar una organización popular del vecindario. Un preso superará su depresión encariñándose con un pajarito enjaulado y no porque le cante –esto sería quedarse siempre en su ego- sino por cariño… Cuidar, por ejemplo, a un pajarito con la patita rota, le abre al mundo del dolor ajeno.
Un ejercicio que el maestro Ignacio de Loyola recomendaría sería el siguiente.Recorrer el curso de mi vida viendo todo lo que he recibido de otros, beneficios de todo género, tanto individuales como colectivos… Mis padres, la sociedad en conjunto, la naturaleza misma, este país tan hermoso como es Chile.
Sentirme como centro de un conjuro de favores y cariños de la naturaleza y de la humanidad. Y, si tenemos fe, sentirnos hijos de un Dios que es padre, que nos ha acogido y nos acogerá por toda la eternidad.
En una palabra, la solución está en superar mi egocentrismo y poner amor en mi vida.
Alguno dirá, el amor ya está en mi vida, soy casado, tengo hijos, pero eso no me impide caer en la depresión. A lo que respondo que no todo amor es auténticamente un amor altruista. El mismo fenómeno del enamoramiento lleva a menudo características de una búsqueda de sí mismo. Hay que examinar la autenticidad de mi amor al otro.
Un segundo paso en este camino de liberación del enclaustramiento en el propio ego es “hacer efectivo” este “salir del propio amor, del propio querer, del propio interés” (palabras del maestro Ignacio). No basta discernir. Es imperativo “hacer”. Por lo general somos demasiado teóricos y pasivos. Es imperativo actuar “el “agere contra” ignaciano. Reaccionar contra la depresión volviendo efectivamente a algunas de las industrias señaladas y superando las rémoras que luego indicaremos.
Hablaré de dos obstáculos que se oponen a esta liberación. El primero es la adicción de la voluntad a atractivos absorbentes y esclavizantes como son la bebida, el alcohol, la droga, el goce sexual, el juego.
Segundo obstáculo que quisiera mencionar es el odio.
Las adicciones mencionadas son difíciles de superar. Pero ayudan a comprender su vinculación con la depresión. Ahora deberían tener un desafío mayor, un cambio radical, abrirse al amor y servicio.
En cuanto a la eliminación del odio digamos lo siguiente: hay que eliminar del corazón todo deseo de venganza, todo odio, todo resentimiento, y abrirse al perdón. Nada más irracional que guardar o cultivar resentimientos. El único perjudicado con esto es uno mismo.
El perdonar, libera. Libera ante todo a uno mismo, castigar el delito es necesario para la salud pública. Pero el castigo tiene que ser sin odio, sin venganza. Se trata de un castigo medicinal. Busca la rehabilitación del delincuente, el delincuente arrepentido y rehabilitado debe ser readmitido plenamente a la sociedad. El odio y el deseo de venganza deben ser eliminados de todo corazón y habremos eliminado una de las causas de la depresión.
No son las píldoras o recetas las que nos van a mejorar sino el esfuerzo personal de reaccionar contra la depresión y buscar todo aquello que puede llevarnos al amor, al servicio, a la generosidad, a la esperanza.