El psicólogo político norteamericano Fred I. Greenstein destaca que el comportamiento político no responde únicamente a causas racionales, sino que también a circunstancias contextuales y a las predisposiciones sicológicas de los actores políticos. Dentro de estas últimas, Greenstein incluye las estructuras de personalidad en un triple aspecto: disposiciones afectivas (tendencias emocionales), creencias y estereotipos (tendencias cognitivas) y acción u orientaciones políticas (tendencias conativas).
Entre muchos casos, la historia de Venezuela demuestra el papel decisivo de las emociones en el comportamiento político. Ellas han estado presentes en diversos períodos de polarización y confrontación, incluido el actual.
Por su potencial destructivo, son especialmente influyentes las emociones negativas: miedo, incertidumbre, odio, angustia y, sobre todo percepción de amenaza a la supervivencia de personas y grupos.
Por ello, en ambientes polarizados, la principal tarea de un liderazgo político constructivo de cualquier signo, es la creación de confianza en partidarios, pero especialmente en adversarios y esto, al parecer, ha faltado en Venezuela.
Este país no solamente exhibe confrontación y polarización, sino una historia de soluciones políticas democráticas, a través de amplios pactos entre fuerzas previa y radicalmente confrontadas.
Las salidas políticas fueron posibles debido a dramáticos cambios de conducta de todos los líderes políticos, pasando de la polarización y confrontación a la moderación y cooperación, evolución que hoy parecería imposible imaginar sin un persistente aporte externo de facilitación o mediación.
La solución a la crisis debe contribuir a fortalecer el respeto a los derechos humanos de todos y el régimen político democrático, pues, como destaca Taylor, en los 132 años desde la Independencia hasta 1958, año de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, Venezuela había disfrutado de tan sólo 114 meses de gobierno civil.
En verdad, la democracia en Venezuela es un fenómeno histórico reciente. Tras diversas dictaduras militares en la primera mitad del siglo XX, bajo el gobierno del General Medina Angarita, comenzó una gradual liberalización y se organizaron legalmente diversos partidos políticos.
Acción Democrática (AD) nació en septiembre de 1941. COPEI (el Partido Demócrata Cristiano) y la URD (Unión Republicana Democrática) también entraron en escena.Se estructuraron la Confederación de Trabajadores de Venezuela y una Organización Nacional de Campesinos.
La profesionalización del Ejército contribuyó a que un sector de jóvenes oficiales, críticos de la rígida estructura institucional, formara en 1944 la Unión Militar Patriótica, UMP.
El trabajo común de la UMP y AD culminó en el golpe del 18 de octubre de 1945 y en un gobierno revolucionario provisional de civiles y militares, originando el denominado trienio.
El 14 de diciembre de 1947, en la primera elección nacional con voto universal, secreto y directo de los mayores de 18 años, se eligió Congreso Nacional y Presidente de la República.
El escritor Rómulo Gallegos, de Acción Democrática, obtuvo 74,4% de los sufragios, Rafael Caldera de COPEI, 22,4% y el líder comunista Gustavo Machado, 3,2%.Antes de un año, el 24 de noviembre de 1948, el gobierno era derrocado por la misma fracción del Ejército aliada en el golpe de octubre de 1945.
¿Qué pudo explicar este resultado? Simplemente la conducta de los líderes de Acción Democrática que provocó la alienación de diversas organizaciones sociales y políticas que sentían amenazados sus intereses y supervivencia.
Según Daniel Levine, la incipiente democracia se vio perjudicada por la falta de confianza política mutua y la carencia de garantías entre los grupos en competencia.AD nada hacía por disipar la incertidumbre e inseguridad y el conflicto escalaba con la oposición confrontacional de los otros partidos, principalmente COPEI, encabezado por Rafael Caldera.
Los empresarios también manifestaban su descontento por el activismo sindical.Por su parte, los latifundistas se alinearon en la oposición contra la reforma agraria y la sindicalización campesina.
La Iglesia Católica no se opuso directamente a las políticas educacionales de AD hasta que no sintió una amenaza concreta con el intento de aplicar la concepción de Estado Docente.
Bajo el trienio, no hubo sector que no fuera sometido a reforma.La falta de gradualismo granjeó al Gobierno opositores y enemigos en todas las áreas.Levine ha llamado la atención sobre el notable parecido entre la política en el Chile de Salvador Allende y en la Venezuela del trienio.
En medio de esta aguda polarización, el gobierno de Gallegosfue depuesto el 24 de noviembre de 1948, por una Junta Militar. Para Levine,la causa última del golpe estuvo en “la amenaza que la permanencia de su gobierno había llegado a presentar para una amplia gama de intereses sociales. La política durante el trienio era un asunto de todo o nada”.
La dictadura de Pérez Jiménez disolvió el Congreso y los municipios, proscribió a Acción Democrática, cuyos líderes terminaron en la cárcel o el exilio, desarticuló las políticas de AD, derogó las leyes educacionales y de reforma agraria, proscribió a las organizaciones obreras, campesinas y al Partido Comunista de Venezuela (PCV).
La actuación de la Seguridad Nacional (policía represiva) en el espionaje, control y represión incluso de miembros disidentes de las fuerzas armadas, condujo al aislamiento del gobierno.El descontento por la corrupción en altos funcionarios, llevó a un que un grupo de oficiales jóvenes, formara el Movimiento para la Liberación Nacional (MLN).
En enero de 1958 cayó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y se reinauguró la democracia en Venezuela.La actuación de la dictadura había quebrado su alianza social y política interna y vastas fuerzas sociales, cansadas de sus abusos, corrupción, represión y favoritismo, luchaban unidas por su reemplazo.
Pero, el simple descontento no era suficiente para terminar con la dictadura. Aún viva la memoria del trienio, era crucial ahuyentar los miedos de quienes temían por su sobrevivencia.Contribuyó a ello, la demostración que dieron todo los líderes políticos de haber aprendido las lecciones del pasado y que eran una alternativa de poder real y responsable con un nuevo estilo político.El caos y la polarización no serían la única alternativa a la dictadura.
Tras el derrocamiento de Gallegos, los líderes políticos gradualmente comenzaron a cooperar.AD,dirigida por líderes jóvenes, estaba abierta a colaborar incluso con el PCV. Paralelamente, los dirigentes exiliados Rómulo Betancourt (AD) Y Rafael Caldera (COPEI) habían comenzado a cooperar, concretándose el Pacto de Nueva York en el que participaron todos los sectores políticos y representantes de los empresarios.
El compromiso de moderación política se encarnó en el Pacto de Punto Fijo que reconoció como legítima y normal la existencia de diversos partidos y de desacuerdos entre ellos. Los partidos apoyarían un programa común y se comprometieron a formar un gobierno de coalición, cualquiera fuera el vencedor en las elecciones generales de 1958, lo que se cumplió escrupulosamente.
No obstante que AD obtuvo mayoría en ambas ramas del Congreso y en 15 de las 20 legislaturas estatales, el gabinete de Betancourt incluyó sólo tres miembros de su partido, tres de COPEI, tres de la URD y seis independientes.
Los dos primeros gobiernos de Acción Democrática -Rómulo Betancourt (1958-1963) y Raúl Leoni (1963-1968)¬aplicaron un enfoque diametralmente opuesto del de la época del trienio, con relación a la Iglesia, las fuerzas armadas y los empresarios.El tema educacional fue desprovisto de su conflictivo carácter ideológico para ser tratado en forma técnica. La confianza de la Iglesia Católica en el gobierno era facilitada por la participación de COPEI en el gobierno de Betancourt y la casi triplicación de los subsidios a la Iglesia.
Nada de esto habría sido posible sin el dramático cambio de conducta de todos los líderes políticos venezolanos. Este cambio de comportamiento fue consecuencia de un proceso de aprendizaje político, iniciado en los contactos entre antiguos enemigos políticos, en las cárceles, la clandestinidad o el exilio, tema que analicé en un trabajo publicado en 1989.
El artículo sostiene que, al igual que en el trienio, en España durante la Segunda República (1931-1936), Austria a fines de los treinta y durante los cuarenta, Colombia en el período previo al quiebre de la democracia en 1949 y en Chile bajo el gobierno de Salvador Allende (1970-1973), la arena política para alcanzar compromisos que preservaran la democracia, se redujo notablemente por la conducta de los líderes políticos.Los contactos de las élites políticas y sociales desaparecieron por completo.
En un contexto de polarización, la violencia verbal o física era diaria e incontrolable. En Austria y España, la confrontación terminó en guerras civiles.Austria, envuelta en la Segunda Guerra Mundial, fue ocupada por potencias extranjeras.
Sin embargo, un importante efecto secundario de las dictaduras militares o situaciones de guerra fue poner en contacto en el exilio o dentro del país a antiguos adversarios o enemigos, cuya cooperación fue clave para restablecer la democracia.
En Venezuela, los líderes políticos que bajo el trienio, habían actuado como enemigos, descubrieron que compartían objetivos democráticos comunes y que la principal tarea de su liderazgo era generar confianza y certidumbre respecto de la existencia física tranquila de los adversarios.El temor atávico a desaparecer puede provocar conductas extremas y polarizadas, como empujar las cosas en un juego de “todo o nada”.
En contextos políticos polarizados, la confrontación entre miembros de grupos rivales, se agudiza por el papel que juegan las percepciones en el conocimiento intergrupal.
Según Stephan, el procesamiento de información relativa a otros grupos y sus miembros es modelado por prejuicios, estereotipos, esquemas, expectativas y prototipos.En situaciones de limitada información, los miembros de un grupo prestan más atención a las conductas de miembros del grupo rival, que consideran congruentes con el prototipo asignado a ese grupo.No hay discriminación, todos los rivales son echados en el mismo saco.
El contacto es esencial para la superación de prejuicios mutuos de grupos confrontados agudamente.Stephan, basándose en estudios sobre cooperación intergrupal en realidades multiétnicas, concluye que mejoran las relaciones entre grupos rivales, cuando se producen contactos periódicos entre miembros de ambos grupos.
Todas las experiencias de democratización tras guerras civiles o golpes de Estado, que han obligado a convivir a antiguos enemigos políticos, así lo comprueban.
Por ello, deben ser alentados decididamente los contactos que Gobierno y oposición realizan en Venezuela en un diálogo inédito por su difusión pública en directo.
Esta incipiente experiencia dialógica debería reproducirse desde la cúspide hasta la base, creándose miles de instancias similares, para que, en el contacto intergrupal (en barrios, lugares de trabajo o estudio, iglesias, centros sociales y comunitarios), partidarios del gobierno y la oposición, se conozcan, interactúen y lleguen a adquirir la confianza en que el grupo rival no busca su desaparición y que, a pesar de las discrepancias políticas, todos comparten una valorización común esencial: que la democracia es el único método legítimo de resolución de los conflictos políticos.
No hay que olvidar que tras el golpe de abril de 2002, que sacó al Presidente Chávez por dos días del poder, entre 2002 y 2004, en medio de las negociaciones posteriores para la realización del referendo revocatorio, se llevó a cabo una profunda experiencia de facilitación y mediación internacional en Venezuela, conducida por el Centro Carter y la OEA, constatando los facilitadores (Francisco Diez y Jennifer McCoy en el libro Mediación Internacional en Venezuela, 2012)que había que actuar a nivel de las elites y de las masas, porque la polarización permeaba a toda la sociedad venezolana.
Por ello, debía fomentarse lo que los operadores de la paz denominan el tercer lado: un grupo de personas y entidades que trabajen por una tercera vía de entendimiento para una salida no violenta de la confrontación.
Para que el diálogo actual fructifique, sus actores tienen que recordar la rica historia política de su país.
En una situación actual de casi empate electoral, el Gobierno y el chavismo deben recordar que el gobierno de Gallegos, elegido con 75% de los votos, no pudo aplicar un programa radical de reformas, originándose una confrontación que terminó con su derrocamiento antes de cumplir un año.
Gobierno y oposición deben meditar en los frutos de la colaboración que permitieron restablecer la democracia en 1958. Por último, ambos deben pensar que, al margen de las personas que se manifiestan en la calle, es más que probable que una amplia mayoría de venezolanos de todas las edades, condiciones sociales, económicas y simpatías políticas, debe estar agotada del diario enfrentamiento.
Hoy más que nunca, se requiere que la UNASUR, el Vaticano o cualquier instancia de facilitación y/o mediación esté presente todo el tiempo necesario en Venezuela, ayudando a ambas partes a dialogar y entenderse.
Si Venezuela lo logró por sí sola en otras etapas históricas, con mayor razón debería hacerlo ahora con esa ayuda y con la preocupación e interés de un mundo que insta por una solución consensuada que termine con el diario enfrentamiento.
Como repitió incansablemente el Cardenal Silva Henríquez en Chile, hay que terminar con el odio antes que el odio termine con el país.