En el último tiempo, a la discusión falaz y sofística de qué sea lo público y lo privado, que ha llevado a algunos hasta a afirmar el oxímoron de que las universidades privadas son en realidad públicas, se ha sumado uno nuevo, el insólito alegato sobre el pluralismo de parte de sectores que no lo son.
El punto extremo de esta inconsecuencia se ha mostrado en las declaraciones del Arzobispo Ezzatti, quien en una sorprendente declaración referente a la futura reforma educacional exigió que ésta fuera pluralista. Otros se han sumado a esta idea y en este pequeño mundo que es Chile, donde todo parece posible, observamos atónitos que por primera vez en la historia de la Iglesia, junto a su prelado, varios creyentes afirman con convicción que la educación debe ser pluralista.
Por supuesto que en todos estos alegatos hay una tremenda trampa. El pluralismo del Arzobispo se refiere a que el Estado siga prestándole apoyos económicos a la educación privada, pero en ningún caso a que la enseñanza que se imparte en los colegios católicos deba también ser pluralista.
Por lo tanto, surge en todo este asunto un inquietante enigma. Uno se pregunta, ¿por qué la Iglesia Católica promueve el pluralismo cuando se trata de ser la beneficiaria de las ayudas estatales, y no cuando se trata de los contenidos de la enseñanza que se imparte en sus colegios?
¿Hay dos tipos de pluralismo, uno bueno y otro malo? Si lo que se va a enseñar no es pluralista, ¿cómo se explica que se reclame pluralismo en las políticas públicas?
¿El Estado debe ser pluralista, pero la Iglesia no? Pareciera que la Iglesia está pidiendo sobre la base del pluralismo ayudas para ejercer doctrinas que no lo son y en instituciones que tampoco lo son.
Si la Iglesia desea tener colegios es porque desea expandir el número de sus prosélitos, enseñándoles desde niños sus dogmas y enseñanzas, pero en ningún caso estaría dispuesta a enseñar en sus colegios los contenidos de otras religiones o creencias.Menos aún las posturas ateas o agnósticas. Por lo tanto, hacia adentro, nada de pluralismo.Hacia afuera, todo el que sea necesario para obtener las ayudas del Estado. ¿Puede tener alguna legitimidad esta contradicción?
Yo creo que no. El pluralismo es algo serio, que compromete nuestra actitud como seres humanos hacia los demás seres humanos. El pluralismo nace de nuestra experiencia de que la vida es un descomunal enigma que ninguna supuesta “verdad” será jamás capaz de develar enteramente.
Pluralista es aquél que ve en todos los demás hombres seres que se debaten por darle un sentido a una vida de la que no son creadores y de la que sin embargo tienen que hacerse cargo responsablemente.
Pluralistas son los que saben que siempre serán más las preguntas que las respuestas que se pueden tener en esta existencia. Solo esta ausencia de certeza puede asegurar el respeto por las creencias e ideas de otros. Aquellos que se sienten tan seguros de su fe como para negar o desconocer las del prójimo, no veo cómo pueden llegar a ser pluralistas.
Hace años conocí a un sacerdote que un día me confesó lo difícil que a él le resultaba reconocer el dogma de la virginidad de María. Esta duda lo torturaba y lo hacía sufrir porque se sentía un mal creyente. Le dije con respeto que para mí él era todo lo contrario, el católico más consecuente con su fe que yo había conocido. Y es que no se puede creer en una fe que no esté siempre ante la posibilidad de la propia duda.
Kierkegaard lo mostró hace mucho tiempo. Esos creyentes son los únicos que podrían reclamar su derecho al pluralismo. Estos otros, que hablan desde seguridades y certezas absolutas que nadie puede tener legítimamente, no son otra cosa que payasos, peligrosos payasos que de los dientes para afuera dicen respetarte, pero que te apuñalarán cuando les das la espalda. Lo han hecho siempre y lo seguirán haciendo.
En Chile no podemos reclamar ninguna lógica porque nuestro país no se ha construido sobre la base de ninguna idea colectiva. Todo se ha hecho como se ha podido. Nuestra historia es una historia de arreglos, componendas y compromisos de todo tipo.
El resultado es un mamarracho especialmente en lo que se refiere a la educación, territorio en el que se han aplicado políticas contradictorias desde hace decenas de años. Por eso no se ha podido instaurar un modelo de educación pública coherente que resguarde con fuerza el compromiso que el Estado tiene con todos los ciudadanos.
Que ahora aparezca la Iglesia, enemiga jurada del pluralismo en la educación desde la época de la guerra entre liberales y conservadores en el siglo XIX, esgrimiendo esta idea como una bandera de lucha, muestra el desquiciamiento de las actuales discusiones sobre estos temas.
Como las contradicciones llegan hasta la coalición de gobierno, que aún no formula las medidas concretas que pretende implementar, se comprende la actitud desconfiada de los estudiantes frente a las actuales intenciones reformistas.
¿Seguirá la Realpolitik dictando los nuevos modelos de incoherencia en nuestro país? En todo caso, digamos con fuerza que para reclamar pluralismo hay que ejercerlo consecuentemente y que no hay ninguna opción pluralista en educación que no sea la que el Estado puede proveer.
Sólo que para lograr eso se requiere la valentía de una política sin componendas.