¿Adónde vas Chile político? La pregunta del título de esta opinión estimo que es válida plantearla, no solamente para hoy.
En efecto, sabemos que, empíricamente, la política consiste en una lucha muy real, siempre intensa, y en ocasiones brutal, por el poder. Para adquirirlo, ejercerlo, mantenerlo, incrementarlo. Esto que expreso no es un invento, es una verdad más vieja que la rueda. El Chile político no es excepción a esta caracterización básica.
Atendida tal realidad, no da lo mismo cómo se organiza, institucionaliza y se accede y ejerce el poder. El Chile político de las últimas décadas aprendió esto y recuperó, creo, una adhesión cultural generalizada a la esencia de las instituciones, procedimientos y reglas del juego formal e informal de la democracia política.
Además, hay que agregar que tampoco da lo mismo con qué grados de legitimidad se ejerce el poder ganado en un libre juego democrático. Y en esto parece existir un déficit severo del Chile político.
En efecto, el sistema político chileno se ha caracterizado, en muchos periodos, también el actual, porque el elenco que ha ganado el poder democráticamente y lo ejerce conforme a sus reglas del juego, no necesariamente es mayoría ni mantiene el poder bajo un grado alto de aceptación voluntaria de amplios segmentos de la población.
Y, en democracia, los gobiernos, para gobernar, precisan ser mayorías y deben hacerlo respetando a las minorías; y a las minorías se les respetan sus derechos y pueden expresarse, pero no gobiernan.
A mi me parece que entre nosotros existe un desbalance que se expresa en que los gobiernos tienden a no ser mayoría y a tener enfrente a una minoría con aspecto de ser mayoría. Ello ha producido una brecha –que hoy es muy notoria- entre los ciudadanos, o sea, los miembros de la polis y el país político.
Esa brecha es la que permite hacer la pregunta ¿Quo vadis Chile político?
Es mi hipótesis que vamos a toda velocidad, sin saber adónde vamos, pero para allá vamos.
En efecto, opino que el Chile político ha perdido sentido de dirección y por ende no es que exista una crisis política –cómo muchos señalan- sino que la política está en crisis. Porque la política no solo es la mera lucha por el poder, también es intención de otorgar sentido, señalar el por qué y para qué se quiere obtener y ejercer el poder.
Y en la actualidad aquello del sentido del poder no se percibe, lo que es preocupante porque es la política precisamente la que otorga dirección general, compartida mayoritariamente, de hacia dónde se dirige una sociedad.
Lo que ocurre hoy tiende a indicar que los ciudadanos de a pié, también los en marcha -multitudinarias, por lo demás y siempre acompañadas de algún grado de violencia- no tienen claro su sentido de dirección, excepto por la demandas sectoriales que formulan, sean en materias ecológicas, de educación, energéticas u otras.
Observados desde fuera, tampoco se percibe que las elites y grupos políticos organizados sepan con claridad qué hacer y hacia dónde ir. Más bien se las percibe entrampadas en querellas internas y externas, en ocasiones muy agudas, al menos a juzgar por el ruido mediático.
De otro lado, convengo con otros columnistas de Cooperativa que este es el tiempo de la política, de la expresión de esa capacidad de personas individuales y grupos organizados, especialmente los partidos políticos y las agrupaciones de partidos, para dar sentido de dirección al país. Por cierto, un sentido que vaya más allá de sus legítimas aspiraciones de mantener o de obtener el poder en las próximas elecciones, cualesquiera que ellas sean.
Por último, si la situación es la que he descrito –como me temo que sea- entonces, me permito sugerir que algún Centro de Estudios o Departamento o Instituto del área política, de alguna Universidad, reflexione sobre esto y organice y convoque a un Seminario, una especie de mesa política, en que los propios políticos, de todos los sectores, reflexionen sobre el estado actual del Chile político y hacia dónde vamos.
Pienso que ha llegado ya el momento de así hacerlo.