Los acontecimientos en Ucrania han ido a una velocidad tal que cuesta seguirle el ritmo. De las protestas por la negativa de Yanukóvich al Acuerdo con la UE a la ocupación armada de Rusia en Crimea (no reconocida pero real en los hechos) y su anexión segura a la Federación Rusa, mucho ha ocurrido.
El enfrentamiento diplomático directo entre Occidente y Rusia, con la siempre presente pero discreta en los pasillos China, hace pensar a algunos en una vuelta a la Guerra Fría. El escenario actual no se corresponde al período entre 1945-1991 ni Rusia es la URSS, pero ésta ha logrado retomar fuerza para mantenerse como una potencia que aun tiene voz fuerte en los acontecimientos mundiales.
Luego de la caída del muro de Berlín y de la bipolaridad Este-Oeste, los cambios no se han detenido. A principio de los años ’90 se comienza a hablar de un “nuevo orden mundial”. Así lo señaló el entonces Presidente Bush cuando el Consejo de Seguridad autorizó el uso de la fuerza (con el voto a favor de Rusia y la abstención de China) en la intervención en Irak.
Con una Rusia debilitada, haciendo frente a los desafíos de la época derivados de su situación económica, política y social y la disgregación de sus hasta entonces Estados satélites, una nueva etapa comenzaba, la que lejos de ser un “nuevo orden”, comenzaba un “des-orden” del cual surgirían reacomodos, incertidumbre y mucha inestabilidad.
Europa –en especial las entonces Comunidades Europeas- vivirían su propia evolución y tendrían que enfrentar los desafíos que en sus propias puertas se presentaban. Creada la UE con el Tratado de Maastricht en 1992, se pensaba que ésta hablaría de una sola voz.
Si bien se alineó con EE.UU. en lo que ocurrió en Irak tras la invasión a Kuwait, muy pronto demostraría que lejos de tener una sola posición a nivel internacional, la cacofonía aparecería cuando los intereses de sus Estados partes fueran divergentes.
Cruda fue esta realidad en la guerra en la Ex Yugoslavia.Esta divergencia de posiciones nuevamente se vio en la intervención no autorizada por el Consejo de Seguridad en Irak el 2003.
Los anteriores son solo algunos ejemplos de las veces en que la UE no ha actuado de consuno. Si bien los casos en los cuales ha tenido posiciones comunes son más y menos vistosos, es claro que aun le falta mucho por avanzar en su Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) y de Defensa Común (PESD).
Avances ha habido pero aun no se trata de materias “comunitarizadas” (donde se entreguen competencias a la UE) y se mantienen en mano de los Estados.
Reticencias a avanzar son claras en países como el Reino Unido que siempre ha sido partidario de mantener la defensa en el paraguas de la OTAN. Además, por el mismo hecho que deban coordinar posiciones entre 28 Estados, con intereses y visiones distintas, aparece como un ente lento, burocrático y sometido a los designios de sus partes y no como un todo cohesionado.
Estas características están hoy presentes en la situación de Ucrania y explican por qué está presa de sus propias limitaciones. No es lo mismo adoptar una posición cuando se es un sólo Estado. Se trata de 28 miembros que tienen a su vez aproximaciones distintas.
La visión de Polonia, los países Bálticos o Alemania no es la misma de Malta, Portugal o Luxemburgo. Por lo mismo, los intereses en juego también son diferentes. La dependencia del gas ruso de varios de ellos influye a la hora de evaluar las acciones a seguir.
En Bélgica sólo el 8% del gas que consume proviene de Rusia mientras que en Finlandia, Estonia, Lituania o República Checa éste asciende al 100%. Alemania y Reino Unido son quienes, en volumen, importan más.
Por otra parte, la misma Alemania y Francia venden mucho a Rusia. Empresas han apostado por su desarrollo en este país en las más diversas áreas. El país galo tiene una cooperación estrecha en materia militar.Reino Unido, y sobre todo la City –corazón financiero de la UE-, ha recibido mucho dinero ruso (mucho de oscuro origen) por lo que adoptar sanciones financieras no dejan de alterar los nervios a quienes trabajan con estos fondos.
Es por lo anterior que ha habido posiciones divergentes en cuanto a cómo reaccionar ante el avance ruso en Crimea. Ideas como la expulsión de Rusia del “G-8” (o “G-7+1” como le llaman otros) no contó con la unanimidad. Solo se suspendieron las reuniones preparatorias de la reunión de Sochi de junio próximo.Las sanciones se han limitado a medidas como suspender las negociaciones sobre visado y se ha amenazado con futuras acciones, lo que está aun por verse cuáles serán.
El uso de la fuerza, está descartada (por el momento). No solo porque la UE no cuenta con una fuerza militar propia –estando supeditada a la OTAN de la cual forma parte la mayoría de sus Estados miembros- sino porque nadie (ni la OTAN ni Rusia) quieren llegar a este escenario.
La disuasión funciona en decisores racionales que saben que el uso de la fuerza militar implicará una respuesta igual o peor.Y cuando estamos hablando de Rusia, EE.UU., Francia y Reino Unido, lo hacemos de potencias nucleares por lo que las consecuencias se sabe de antemano serán insoportables.
La tensión al interior de Ucrania no descarta la posibilidad de enfrentamientos específicos en caso que entre fuerzas ucranianas y rusas hubieran altercados o entre fuerzas pro-rusas y pro-europeas que desembocaran en una guerra civil. Lo anterior es posible pero hasta el momento ha sido controlado.
La UE además tiene otras limitaciones para actuar de manera más decidida. Pese a que ella ha trabajado desde hace años en acercarse a Ucrania a través de su Política Europea de Vecindad (PEV), la intención no es la integración como miembro al bloque.
Ucrania es el segundo país más grande luego de Rusia, su desarrollo económico, social y político dista mucho de la media de la UE y el pensar en integrarlo supondría un costo económico enorme. Además, como ha quedado claro estos últimos meses, existe una parte importante de la población que se siente más cercana a Rusia y comparte con ella valores, lengua, tradición e historia de la cual no quieren renegar.
Europa se encuentra aun presa de la crisis. Si bien se observan ciertos “brotes”, las consecuencias –en especial en el sur del continente- han sido nefastas.Un crecimiento del euro pesimismo es patente. No se quiere más ampliación y si bien existe empatía y se quiere apoyar al “Euromaidán”, los recursos económicos son limitados en períodos de austeridad y con rescates financieros aun en marcha.
El gobierno interino de Kiev fijó sus necesidades en 35 mil millones de euros a dos años para no caer en la bancarrota. El Acuerdo de Asociación original no preveía más de 660 millones como inversión.
Luego de los acontecimientos de febrero, la UE aprobó una ayuda de 11 mil millones, lejos de la cifra pedida por Kiev. Los partidarios de un acercamiento con la UE solicitan (junto con una acción más decidida contra Rusia para obligarla a negociar y retirarse de Crimea) asistencia económica, financiera y técnica.
Este tipo de asistencia fue precisamente lo que la UE realizó en los procesos de asociación y posterior adhesión de los Estados de Europa Central y Oriental (los llamados “PECOS”) y del Mediterráneo (Malta y Chipre) cuando se unieron al bloque, pero ahora es mucho más difícil responder a estos requerimientos.
Sin agotar todos los aspectos involucrados, lo anterior explica en parte las complejidades del conflicto y el poco margen dentro del cual debe moverse la UE para lograr una salida a la crisis de la que en parte es también responsable.