La ausencia de vocería puede acarrear vacíos comunicacionales de negativo efecto político. La sobreexposición también, porque puede producir una saturación deficitaria en lo político.
Lo que nadie discute es la necesidad de las vocerías, sobre todo desde el ámbito político (puede haberlas desde entidades financieras, deportivas, universitarias).Donde comienzan los problemas es en la caracterización y modalidades de ese instrumento.
A nivel de gobiernos, por ejemplo, hay situaciones disímiles. El Vocero de la Casa Blanca, en Estados Unidos, es toda una institución, con claro perfil informativo. En Chile un Ministro/a asume la voz oficial de La Moneda, aunque tiene otras labores propias de su cargo. En La Habana o Ciudad de México no existe ni una ni otra figura.
Hay un factor formal y es que en muchas ocasiones la figura de Vocero/a la asume un funcionario, un dirigente, un representante gubernamental, parlamentario o político. Es decir, el actor político es al mismo tiempo la voz de la organización. En Chile eso es lo frecuente.
En otros países existe la figura del Vocero/a del Partido o del Grupo Parlamentario que se encarga de informar alguna decisión u opinión, sin que sea un dirigente o legislador el que salga ante los micrófonos y las cámaras.
Los verbos de una vocería deberían apuntar a informar, precisar, transparentar, convencer, desmentir, tranquilizar, tensionar.
Premisas de una vocería tendrían que considerar la oportunidad, la incidencia y la puesta de escena, lo que potencia el mensaje. Lo mismo que la gestualidad y las formas de expresión del Vocero/a.
Una vocería, además, siempre buscará un efecto comunicacional y político, de lo contrario no tendría sentido.
En esa línea, el contrasentido es evitar, suprimir y negar la vocería. Si bien ello se materializa en la no opinión y el silencio, no deja, muchas veces, de tener también un efecto comunicacional y político.
Cuando se trata de un partido, una bancada parlamentaria o un conglomerado, puede materializarse una ausencia de coordinación, de centralidad y de coherencia en las vocerías, generando la sobreexposición, contrapuntos y saturación de voces.
Mucho de lo anterior se produjo estas semanas en relación al equipo de la Presidenta electa, Michelle Bachelet, y las dirigencias de la Nueva Mayoría. Se podría aventurar que no hubo una reflexión/decisión respecto al instrumento de la vocería. O hubo consideraciones erradas o erráticas.
Pero no es nuevo. El ámbito político chileno vive hace un tiempo distorsiones en cuanto a la herramienta del Vocero/a. Incluso desde los medios de prensa convierten la vocería en un fin en sí mismo y no en un instrumento de recopilación informativa.
En ese marco, habría que considerar que la vocería debe tener como objetivo final el entregar la voz y el contenido necesario para la ciudadanía. Aunque en muchas ocasiones las vocerías se usan para enviarse mensajes entre las cúpulas políticas, llegándose al extremo de que la gente no comprende ni se interesa por lo que se está diciendo.
Algo que podría contribuir a descomprimir y destensar el asunto de las vocerías en la política, es asumir la instalación de la figura de Vocero/a de un Partido, conglomerado o Bancada, como un profesional de las comunicaciones que se encarga de informar y asumir la transmisión del mensaje. De alguna manera, la figura del Vocero/a que usan varios gobiernos en el mundo.
Que la prensa y la ciudadanía se acostumbren a que ese profesional es el que expresa lo que piensa, decide, opina, transparenta un Partido, un grupo parlamentario o un conglomerado, sacando de esa tarea a los protagonistas que deben guardarse -incluso guarecerse- para ocasiones más específicas y trascendentes.
Lo importante, por cierto, es garantizar el derecho a la información de la ciudadanía.
Aunque no es un elemento decidor, no es menor que en el ámbito de la política se atienda con rigurosidad profesional la figura de las vocerías, entendiéndola no como el desahogo o la expresión particular de un político o autoridad, sino como una voz consistente que mide el efecto comunicacional y político que tendrá lo que se diga o se deje de decir.
Lo primero, por cierto, es perder el miedo a la vocería; asumirla con naturalidad, eficacia, profesionalismo, oportunidad y sentido ciudadano.
En un país donde el periodismo es excesivamente declarativo, y lo episódico parece imponerse a lo procesal, la vocería adquiere mayor valor.