Justo estos días son momentos en que varios magnates comienzan a pensar la relación entre edad y expectativa de vida. Una de sus decisiones es aportar en obras de caridad a determinadas instituciones con el fin de “compartir” su riqueza con los necesitados.
Sin embargo, no pasa de ser un simple negocio al azar pues se está intentando comprar “lo que puede venir después en la eternidad”, portándose bien con quienes requieren del dinero para equiparar pecados mortales y cesión de riqueza material.
Afortunadamente así no es la lógica del mundo que se encuentra por sobre los seres humanos en forma cósmica y su mensaje es diferente: compartir de modo generoso a través de políticas sociales y acciones familiares o individuales dirigidas hacia la fraternidad es un comportamiento inteligente.
Esos actos de supuesto desprendimiento no se basan en una convicción divina sino en una inseguridad personal al acercarse a un final del cual no saben qué ocurrirá.Paradójicamente, para éstos, las leyes del mercado no funcionan en el otro espacio.
Y esta reflexión profunda procede de un hecho que alberga a una gran parte del planeta y es la Navidad, fecha que recuerda el paso de Jesús y su experiencia vital a favor de la felicidad del ser y en contra de las esclavitudes, razón de su tortura y asesinato.
Los análisis son continuos y las razones son más que poderosas pues cada vez un elemento objetivo, que está fuera del ser humano, que no le hace daño sino que existe para permitirle disfrutar del mundo, se convierte por obra de su propio empeño en algo lesivo: es el tiempo comprendido como una constante que nos persigue para arrebatarnos los momentos de tranquilidad a los que tenemos derecho.
Tal vez ya es el instante que en esta Navidad nos detengamos a escuchar nuestro ser interno que se ha cansado como resultados de las presiones agitadas de una sociedad que nos impulsa a correr aceleradamente sin hacer del ejercicio de vivir un bien sostenible, es decir, nos impele a desgastarnos sin aprovechar el movimiento como utensilio de recreación.
Por ello, es hora de poner al mundo en un nuevo tiempo: el tiempo de los seres humanos.
Esto implica aplicar la creatividad proactiva como recurso de comunicación a todos los espacios donde transite la especie, es decir, que la economía, cultura, política, cotidianidad, tienen que poseer un espacio de ingenio donde las propuestas permitan crecer integralmente. A cada problema, una solución fundada en la gregariedad.
Estos son tiempos de la inteligencia y el conocimiento al servicio del hombre donde el mito de la caverna expuesto por Platón tiene un simbolismo extraordinario y es tal que aún, en pleno siglo XXI, después de más de veinticinco siglos sigue vigente y entregando aprendizajes.Nos dice que la luz está en convivir con los otros, en superar el qué dirán tan aprisionador, en elevarnos sobre la crítica malsana con el fin de hacer de la autocrítica una herramienta para vivir mejor, sin autodestruirnos.
Tal vez son tiempos donde la guerra debería quedar como un recuerdo de atraso en la mentalidad humana. Por ello, los esfuerzos de paz no tienen que ser desestimados ni puestos como un juego de personalidades o grupos sino como un gran esfuerzo para que la niñez, por sobre todo, sepa que sus ancianos han sido tratados como personas y poseen un pasado pleno.
Los Estados tendrán que considerar que la Humanización es el sello indeleble de las autoridades que desean hacer de la ciudadanía un actor con pleno derecho a la libertad en paz sustentable.
Son tiempos donde servir se convierte en el máximo instrumento social pues sólo de este propósito pueden nacer las cosas más bellas que la especie ha construido: la amistad, el amor, la solidaridad.
Son tiempos donde la paz y la equicracia se convierten en propósitos de la sociedad.Los grandes líderes tienen en su poder el arbitrio de la razonabilidad y es el preciso minuto histórico para materializarlo.
En el campesinado latinoamericano hay una frase coloquial que indica un mensaje fundamental, “Torres altas he visto caer” significa que todo aquel que crea que por tener una porción de poder, pequeño, mediano o máximo, pueda emplearlo para disminuir a otros, invisibilizarlos, atemorizarlos, torturarlos, desaparecerlos, quitarles su voz legítima o aplacar su clamor, recibirá como respuesta de la ley de compensación su propia sanción.
Concebida la fuerza como instrumento de colonización se encuentra en un error profundo pues la verdadera felicidad está en abrazarnos permanentemente para acoger al caído y luchar porque todas y todos puedan tener un horizonte cada día de su existencia.
Quizás sea el momento de pensar con altura de miras aquella frase altisonante del Vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera, quien en el reciente encuentro del IV Congreso del Partido de la izquierda Europea (PIE), refiriéndose a Europa aunque por extensión al planeta, dijo, “carentes de grandes dilemas, horizontes y esperanzas, sólo se oye, parafraseando a Montesquieu, el lamentable ruido de las pequeñas ambiciones y de los grandes apetitos”.
Por el contrario, cada persona, cada conciencia, cada ser, cada organización o grupo social imbricado en la transformación, lleno de un espíritu de pacificación, irá más allá de los diagnósticos y las denuncias, que son válidos e importantes, a realizar propuestas, crear caminos y actuar coherentemente en la praxis para lograr el propósito colectivo.
Gracias a la virtud humana de la sabiduría y en referencia a lo anterior, parece que los momentos que se avecinan indican que la globalización de la pequeñez será superada por la homogenización de la bondad, ya que hay signos positivos pues Siria podrá retornar a convertirse en el lugar donde las religiones conviven en armonía, donde Honduras restablezca al legítimo ganador su sitial y la muerte no sea el despertar habitual, donde Colombia sea el descanso de cada individuo que aspire a desarrollarse en familia, que en cada rincón del mundo el progreso real sea una palabra conocida, respetada, preciada. Donde nuestro inmenso universo llamado Tierra sea el destino de la justicia integral para todos los países que la componen.
Estos son espacios de vigilia también para no olvidar los aprendizajes y actuar de modo consecuente. Saber, como decía un anónimo comentarista con mucho acierto, que cuando el enemigo se equivoca no hay que molestarlo. Más bien son entornos para hacer de la fraternidad y la escucha una herramienta destacada considerándolos como parte de una utopía muy cercana si se hace lo debido concretamente. Los pensamientos también se transforman en realidad.
Que el comienzo de este Año Nuevo esté lleno de humanidad. Ello significará emplear constantemente en el análisis de nuestro mundo una simple frase, aunque llena de una profundidad inalcanzable, que nos conduzca a una acción reflexiva generosa y comprometida con nuestra sociedad y corresponde a aquella que dice, “el maestro se sienta en tu propia silla”. Son tiempos de profunda meditación para trascender.