Ya finaliza la campaña de segunda vuelta y nos preparamos para asistir a las urnas este domingo 15 de diciembre. Se pone término a una prolongada contienda presidencial entre Evelyn Mattei y Michelle Bachelet.
Si triunfa la abanderada de la Nueva Mayoría, como estoy seguro que sucederá, se inaugurará un nuevo ciclo político caracterizado por las reformas estructurales que promueve la Nueva Mayoría y donde se propina una estocada certera a uno de los regímenes políticos más inmortales de la historia reciente del país, la llamada “transición a la democracia”.
La transición a la democracia en Chile ha sido un proceso que se ha prolongado por más de dos décadas y que ha sobrevivido a variados intentos por ponerle fin.
Políticos de diverso signo, cientistas sociales e incluso un ex Presidente han recurrido a distintos argumentos para señalar que en Chile ya vivimos en una auténtica democracia.
Hace siete años se afirmó que la muerte de Pinochet dejaba en el pasado todo vestigio de la dictadura y que las reformas constitucionales que acababan con los llamados enclaves autoritarios (senadores designados, rol tutelar de las FF.AA. y el COSENA, entre otros) implicaban la conquista de un sistema efectivamente democrático. Pero la realidad indicó otra cosa.
En Chile no habrá una auténtica democracia mientras nuestro ordenamiento político se sustente en la Constitución de 1980.
Entre los principios fundamentales de dicha constitución destacan la inviolabilidad de los derechos de propiedad del gran capital por encima de cualquier consideración política o humanitaria, la brutal violación de la soberanía popular a través del sistema binominal y la coerción de las facultades del Estado para intervenir el mercado en aras del bienestar común.
Por eso es que la resilente transición a la democracia sólo llegará a su fin cuando los chilenos gocemos de una constitución nacida en democracia y elaborada a través de mecanismos ampliamente participativos, como es la Asamblea Constituyente.
Son muy valorables las declaraciones que Bachelet hizo en el reciente debate de Anatel, donde dijo que la discusión de la nueva constitución “no puede ser de élite” y fijó para el segundo semestre del 2014 el envío de un proyecto de ley sobre el tema.
El programa de la Nueva Mayoría significa un gran avance para combatir la desigualdad que ha llegado a niveles abismantes.
En algunos sectores, como la educación, las políticas que se promueven conllevan una ruptura abierta con las políticas de libre mercado que se han impulsado en los últimos cuarenta años.
En este ámbito, la nueva constitución también es clave, porque una Carta Magna que garantiza derechos a través del Estado y respeta las decisiones soberanas de las grandes mayorías nacionales, genera condiciones para una ruptura con el conjunto del modelo neoliberal.
Puede ser que una ruptura de tal envergadura supere temporalmente los cuatro años de Bachelet, pero debo insistir en que la nueva constitución es fundamental para una profundización democrática que deje atrás definitivamente al neoliberalismo en Chile.
Por eso resulta tan importante ir a votar el 15 de diciembre por Michelle Bachelet, pues se trata de terminar de una vez por todas con el nefasto legado de la dictadura militar y culminar con la misión democratizadora que desde 1990 dejó pendiente la transición pactada a la democracia.