Estos días hemos escuchado la preocupación del gobierno saliente y su candidata ante las amenazas al modelo que ha dado “bienestar y tranquilidad a Chile”.Los Ministros, sumados a la campaña del terror, advierten sobre la baja en la inversión o sobre el desaceleramiento de la economía ante los anuncios contenidos en el programa de Michelle Bachelet y la Nueva Mayoría.
Es importante, sin embargo, decir y explicar que el cuestionamiento al modelo es una cuestión perfectamente legítima que tiene una historia y antecedentes de varios años en todo el mundo y que, a los chilenos, nos puede sorprender únicamente cuando se manipulan los conceptos y los medios de comunicación a través de una propaganda burda e interesada gracias a la falta de un verdadero debate ilustrado sobre las cuestiones de fondo que hacen al desarrollo y al crecimiento y cuya responsabilidad recae en nuestras seudo-elites intelectuales – hoy farandulizadas – y en nuestra clase política.
Revisando por ejemplo, una sencilla publicación de la Universidad Nacional de Quilmes de Argentina de 1996 ¡hace 17 años! y que hizo públicos los trabajos del llamado Grupo de Lisboa, bajo el título de “Los límites a la competitividad: cómo se debe gestionar la aldea global”, encontramos este párrafo ilustrativo.
“La dinámica de la competitividad, como ideología rectora de las relaciones sociales, económicas y políticas conduce a la catástrofe porque es incapaz de resolver los problemas comunes de un mundo al que crecientemente podemos percibir como una nave común en la que estamos todos embarcados.
Además, en su base, la propia lógica de la competencia implica, necesariamente, el que haya ganadores y perdedores. Por ello, es esencial al modelo la exclusión de quienes no son capaces de sobrellevar con éxito el desafío competitivo. Es intrínseco al modelo orientado por el nuevo crédito de la competitividad el crecimiento de la pobreza y de la marginalidad.
Lo es, también, la tendencia hacia una homogeneización que no respeta las tradiciones y las formas culturales propias de cada pueblo. Se requiere una lógica distinta para la construcción de una sociedad más justa y responsable.
No pregonamos el fin de la competencia, sino el de la ideología que la instala en el lugar exclusivo de los valores absolutos y los modelos rectores. Proponemos, sí, el fortalecimiento de lazos solidarios, la conciencia común de los problemas comunes y el establecimiento de nuevos contratos sociales, entre la sociedad civil y el Estado, tanto a nivel de los “viejos” ámbitos nacionales, como de los nuevos espacios comunes y del planeta en su totalidad”.
Por supuesto que son afirmaciones controversiales y debatibles ¡en hora buena!
Para los que ignoran o intentan silenciar este debate, el Papa Francisco en su reciente exhortación apostólica “La alegría del evangelio”, revive y prolonga con fuerza este legítimo cuestionamiento al modelo.
Abordando “Algunos desafíos del mundo actual”, nos dice:
“Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida.
Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».”
“En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo.
Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando.”
Esta controversia sobre el modelo nos importa existencialmente.
Dicho con toda humildad, somos nosotros los demócratas cristianos, los que, desde la publicación de los 24 puntos de la Falange (1936), nos empeñamos en reconocer el respeto a la dignidad humana en una sociedad de personas llamadas a convivir en colaboración y cooperación en el marco del bien común: el paradigma que llamamos de la sociedad comunitaria.
Decían nuestros jóvenes, que serían años más tarde los fundadores del PDC. “La dignidad del hombre, su libertad y demás derechos naturales, son el valor supremo de la vida cívica.El Estado, la Sociedad y la Economía se organizan para facilitar el desenvolvimiento de la personalidad humana”.
Que no se inquieten nuestros adversarios de la derecha por nuestro rol y nuestro futuro.Sabemos dónde estamos y que tenemos no sólo la oportunidad sino que la responsabilidad de contribuir plenamente a la construcción, con responsabilidad y con gobernabilidad, del nuevo Chile.
Por lo mismo, me asiste la seguridad de que todos los demócratas cristianos, nuestros simpatizantes y nuestros adherentes, vamos a concurrir con alegría a votar por Michelle Bachelet el próximo domingo 15.