Invitados por el Instituto de Estudios Avanzados de la USACH participamos, junto a la cientista política María de los Ángeles Fernández y a Goran Buldioski del Centro de Pensamiento en Europa Oriental, en una mesa redonda sobre el rol de los centros de pensamiento frente a las carencias de la democracia y de la participación ciudadana en Chile.
Mi opinión es que los centros están llamados a ejercer un rol muy significativo en la nueva fase política y económica que se ha abierto en el país y en el contexto de los cambios estructurales que vienen con el nuevo gobierno de Michelle Bachelet.
Un primer elemento que determina este rol, es la necesidad de suplir la pérdida de densidad cultural que experimentan los partidos políticos, el agotamiento o la total falta de aggiornamento de los relatos políticos, especialmente en un amplio sector de la derecha todavía anclada a viejas concepciones que le impiden ser una derecha plenamente democrática y abierta a los cambios de las sociedades del siglo XXI.
Los partidos en Chile son máquinas parlamentarias y electorales eficientes, pero tienen falencias en la generación de ideas de futuro y de políticas públicas que concreten las formulaciones programáticas esenciales y, sobretodo, en la formación de sus militantes y de los ciudadanos en la política.
A ello se suma que en la educación chilena la formación cívica, ciudadana y política está ausente.En un país donde hubo una dictadura de 17 años que canceló el parlamento, los partidos y la política y difundió el desprestigio de todas las instituciones republicanas y del rol del propio ciudadano como agente y sede de la soberanía popular, esto no puede si no dejar una huella profunda en la población.
El modelo neoliberal ha hecho lo suyo puesto que, a diferencia del liberalismo que sí necesita de la política y de los ciudadanos para ser Estado de Derecho, el neoliberalismo necesita consumidores, agentes del mercado y es allí donde la persona alcanza notoriedad y visibilidad y no en la política.
Dictadura y neoliberalismo es una conjunción destructiva de la política en Chile y el tipo de transición que vivimos, una transición pactada, impidió diferenciaciones nítidas, rupturas, que permitieran a la población diferenciar fuertemente las identidades de los actores que se han enfrentado durante la transición.
Hacer frente a la apatía reinante y a la desconfianza existente en un amplísimo sector del electorado pasa por repolitizar la sociedad y para ello se requiere construir miradas, imaginarias y construcciones teóricas que no sean absorbidas por la inmediatez y el corto plazo sino proyectadas en el largo plazo con un sentido identitario y ello puede ser abordado por centros de pensamiento que se sitúen en las respuestas a los fenómenos de las sociedades complejas características del siglo XXI.
Centros de pensamiento, mas transversales que los partidos, que den espacio al debate de intelectuales y especialistas que muchas veces no tiene lugar reflexivo en ellos , es un aporte relevante para la creación de nuevas culturas políticas que se vinculen con las corrientes que se expresan hoy en los movimientos sociales, autónomos, específicos, que habitualmente se mueven en la esfera de las particularidades, pero que tienen la capacidad de instalar temas que no formaron parte de las agendas de la política tradicional: el matrimonio igualitario puede ser simbólicamente uno de los ejemplos más trascendentes.
Ello nos habla de la construcción , parafraseando a Gramsci, de una nueva hegemonía marcada por una concepción pos neoliberal, por una visión de desarrollo sustentable ambiental y socialmente vinculada entre si, por una democracia que se apoya en los fundamentos de la representatividad pero que no termina en ella sino que se abre a nuevos espacios de horizontalidad democrática, de democracias participativas, que ligan a instituciones dotadas de mayores estándares de transparencia y donde los actores adquieren protagonismo, instalan agendas y contribuyen a una política de cambios que sobrepasa los rígidos quórum parlamentarios heredados de Pinochet y que son capaces de garantizar, a la vez, gobernabilidad que es un factor esencial para que los proyectos reformadores sean exitosos.
Desde los centros de estudio deben surgir ideas anticipadoras que doten de objetivos comunes a los nuevos momentos de subjetividad que se expresan, como diría Bauman, en las sociedades líquidas en las que vivimos y donde la construcción de identidad es la fuente de arraigo de las personas.
Los cambios, en la sociedad de la revolución digital, son más veloces que los proyectos y las ofertas programáticas que se formulan en las campañas presidenciales.Entre una y otra elección presidencial de tan solo cuatro años puede cambiar nuevamente el mundo y es aquí donde los centros de pensamiento pueden hacer un aporte anticipatorio relevante para dotar a los actores políticos de significado y sentido a su acción, de nuevos proyectos, de nuevos conceptos y paradigmas, que a su vez penetren en la subjetividad de una población más informada y exigente.
En particular, los centros de pensamiento deben abordar la dimensión del cambio de la revolución tecnológica de las comunicaciones y de las nuevas tecnologías de la información. Con McLuhan, que afirma y hace específico algo ya planteado por Marx en el plano de la formación de la conciencia social, creo que los cambios tecnológicos en el plano de las comunicaciones cambian la percepción de las cosas de los seres humanos.
Así ha ocurrido desde que el hombre aprendió a construir memoria más allá del grupo y la hizo trascendente a través de los signos, los relatos y la escritura.
Pero hoy esta revolución dota a los seres humanos de instrumentos que comportan el fin del tiempo y del espacio como conceptos ubicables en una sola dimensión o territorialidad y donde cada cual es un potencial receptor y trasmisor, a la vez, de ideas y juicios. Ello implica un cambio de poder.
La tecnología de las comunicaciones , especialmente internet, tiende a distribuir el poder hasta ayer concentrado solo en las elites la cual hoy no pueden desconocer o desoír la potencialidad de las redes sociales. Este es un tema tan revolucionario que debe ser el leit motiv del debate, la investigación y las conclusiones de un centro de pensamiento que se propone reducir la brecha existente entre política, partidos y movimientos sociales y que quiere generar las raíces de una nueva cultura del cambio.
Por ello, en toda la crisis de representatividad que vivimos, los centros de estudio están llamados a cubrir espacios diversos.Deben elaborar políticas públicas que democraticen cada vez más el aparato del estado y creen mayores rasgos de igualdad social.
Deben y pueden, como ya lo hacen algunos centros con gran eficacia, ser colegisladores en el apoyo a las mociones de los parlamentarios y al trabajo las comisiones legislativas.
También promotores de los instrumentos que, como los plebiscitos, la iniciativa popular de ley, los mandatos revocatorios, la Asamblea Constituyente como un camino para una Nueva Constitución, amplían la legitimidad de la democracia, y como el apoyo y sostén intelectual, especializado, a los movimientos sociales y a sus demandas.
Por el rol y el aporte que implican los centros de estudio en la rearticulación de las sociedades con tendencias muy fuertes al individualismo, al consumismo, al desinterés de estar en la vida pública, es que el Estado debe dotar de recursos a los centros que contribuyan al fortalecimiento de la democracia institucional y también ciudadana, participativa, como a instalar en la sociedad, a través del arte, la cultura, la política, el pensamiento crítico que se requiere para ser protagonistas de un mundo donde la única certeza existente es el cambio.