Haití, desde el terrible terremoto que sufrió el 12 de enero de 2010, con unos 220 mil muertos y un millón de heridos y damnificados, se ha estado transformando en un protectorado de facto.
No se trata de un protectorado de Naciones Unidas, que tiene tropas allí desde mucho antes del terremoto, ni de un protectorado de los países latinoamericanos, encabezados por Brasil, que han integrado militares a las fuerzas de la ONU.Ni menos, por cierto, a pesar de ciertos sueños de pre-potencia, de un “protectorado chileno”, cuya sola enunciación resulta ridícula.
Desde principios del siglo veinte EEUU entendió la importancia que para él tenía su pequeño vecino negro del sur, en ese tiempo mucho menos pobre, relativamente, que hoy.
Con su mirada ya imperial vio la importancia estratégica, por su cercanía y sus características, que Haití tenía.
Luego, se interesó vivamente por impedir la llegada a sus costas de “boats people” haitianos, para los norteamericanos, desnutridos, normalmente enfermos y poco preparados como inmigrantes, junto con arrastrar un pasado de negros rebeldes y libres desde hacía más de un siglo.
EEUU se interesaba más por la sangre haitiana –que importó en cantidades bajo las dictaduras de los Duvalier- que por quienes portaban esa sangre.
Finalmente, en tiempos contemporáneos, la preocupación de los EEUU en Haití se basa, además, en el control del paso de todo tipo de mercaderías (incluida la droga proveniente de Sudamérica, que viaja, como en el norte de México, República Dominicana y Puerto Rico, hacia el mayor demandante del mundo). Allí la DEA juega un papel fundamental.
El gendarme del mundo parte por tomar medidas en los países limítrofes.Más allá de las especulaciones, lo objetivo es que EEUU invadió militarmente Haití en el siglo XX las veces que quiso.
Lo hizo en 1915 y desde esa fecha la ocupación norteamericana duró hasta 1934.
Apoyó los gobiernos dictatoriales de Francois Duvalier y su hijo Baby Doc, que casi exterminaron las oposiciones, desde 1957 a 1987.
Se abrió –con Carter como vanguardia- a que a la huída de Baby Doc (1987), después de un tiempito, se hicieran, en 1990, elecciones libres por primera vez en la historia haitiana.
Estuvo detrás de Cedrás y los militares duvalieristas que, en 1991, derrocaron a J.B.Aristide, a menos de un año de su primer mandato.Estuvo, esa vez encabezado por Clinton, detrás del mismo Aristide, sólo tres años después, y lo reinstaló en el gobierno acompañado de 20 mil marines, en 1994.
En el segundo gobierno de Aristide, en 2004, sacó al exilio al Presidente.
Finalmente intervino militarmente después del terremoto, en 2010, con una fuerza armada mayor a la de Naciones Unidas, tomándose incluso las ruinas del Aeropuerto y del Palacio de Gobierno, y estuvo allí hasta que lo consideró necesario.
Y ahora, a través de la institución extranjera que está a cargo de la reconstrucción del país, interviene en la política interna y en la economía de manera decisiva, bajo la dirección de Bill Clinton, el mismo de la intervención militar de hace casi veinte años.
Muchos observadores objetivos concuerdan en que el actual Presidente de Haití, elegido hace dos años y medio, es el primer Jefe de Estado después de los Duvalier que concuerda en lo fundamental con los EEUU y que ha sido puesto allí con martingalas electorales con presión de los EEUU y la mirada para el techo de la OEA.
M Martelly vivió, en su madurez, más en EEUU que en Haití, y en la exclusiva y aristocrática Palm Beach, como uno de los más destacados músicos del “kompá”.
La verdadera fuerza militar interventora en Haití sigue siendo la de los EEUU. Controlan permanentemente e invaden militarmente cuando les parece.La política gubernamental está bajo control, como nunca en los últimos 25 años.
La economía recibe las inversiones y énfasis que le da la Comisión presidida por Mr. Clinton, sin mucho éxito hasta ahora.
El ya débil Estado haitiano pre terremoto se ha transformado en los años pos terremoto en un estado aún más debilucho, casi minusválido.
Entonces, las tropas de las Naciones Unidas deben salir de Haití no sólo porque llevan allí casi diez años sin frutos democráticos muy jugosos sino porque el común de los haitianos lo está pidiendo y porque ya está bueno que el protector de facto se vista con ropajes ajenos.
Han cooperado por cierto a la instalación de este protectorado de facto en El Caribe los dirigentes civiles y militares, entre ellos varios chilenos y chilenas, que consideran a Haití como “algo raro” en “su miseria” y como una nación que no pudo –no se sabe por qué- construir un estado, constituyéndose en “un estado fallido”.
Recordemos las despectivas palabras sobre Haití de la Sra. Matthei, que aspira nada menos que a la Presidencia de la República en un país que aporta tropas allí.
Hace muy poco el ex Primer Ministro de Haití, Rosny Smarth, escribía: “El principio prioritario del Estado de Derecho es el derecho a la libre determinación, a la soberanía del Estado-Nación… ¿Una sociedad bajo tutela puede pretender ejercer un Estado de Derecho cuando las principales decisiones provienen de instancias extranjeras?”(Revista Rencontre, Marzo de 2013).