Michelle Bachelet ganó indiscutiblemente las elecciones presidenciales del 17 de noviembre sacando a Evelyn Matthei casi 22 puntos de ventaja y cerca de 30 a Enríquez Ominami y Parisi que se ubicaron en un tercero y cuarto lugar.
La fuerza electoral de Bachelet se mostró en su enorme dimensión. Si en la elección pasada Enríquez Ominami, que obtuvo en primera vuelta el 20% de los votos, redujo la votación de Frei al 29%, esta vez, con 9 candidatos, el 28% obtenido por las candidaturas mas allá de los bloques, incluido el 11% de Enríquez Ominami, no impidieron que Bachelet obtuviera el 46,7% y, en buena medida, la abstención, que redujo en un millón los votos previstos por los analistas y las encuestas, la privaron de ganar ya en primera vuelta.
En varios países donde existe el ballotage se establece que este se produce solo cuando la diferencia entre el primer y segundo candidato es menor o igual al 10%. En la legislación chilena no es así y, por ende, aún con una diferencia del 22%% respecto a la candidata de la derecha, Bachelet debe enfrentar su tercera elección para convertirse en la próxima Presidenta de Chile.
Diversas encuestas revelan que cerca del 90% de los chilenos estima que Bachelet ganará el ballotage del 15 de diciembre y solo un 7% que lo ganará Evelyn Matthei.Por tanto el resultado de esta elección está escrito.
Sin embargo, la seguridad de que Bachelet gana y la poca competitividad de la candidatura de la derecha, sumida en un mar de contradicciones, desafectos internos y desaciertos de Matthei, hacen que el gran enemigo del 15 de diciembre sea la abstención que puede aumentar respecto de los seis millones de electores acreditados que viven en Chile y que no votaron en la primera vuelta.
Por ello, el esfuerzo primordial de Michelle Bachelet es movilizar el país ese día a expresar un voto a favor de los cambios estructurales que su Programa promete y a dotar de presencia ciudadana la victoria sobre una derecha que busca mantener integralmente el modelo económico, la Constitución nacida en dictadura y hasta modificar el Estado laico reemplazándolo por una especie de Estado religioso donde nada puede hacerse, como lo dijo Matthei, si ello va contra los postulados de la Biblia.
Este último punto, que afecta las libertades individuales y de conciencia de los chilenos, es insostenible toda vez que nadie quiere vivir en un Estado integrista – símil al de Irán regido más que por la Constitución de ese país por una interpretación del Corán formulada por el Ayatola – y la inmensa mayoría quiere mantener la separación del Estado y las iglesias que es justamente lo que ha garantizado en este país una amplísima libertad religiosa y de culto.
Contra esta enorme responsabilidad cívica y social que implica elegir democráticamente la principal autoridad del país, se pronuncian, llamando a no votar, candidatos a la presidencia que paradojalmente participaron en la primera vuelta y recibieron un escaso apoyo ciudadano.
Como bien ha dicho el biólogo y filósofo Humberto Maturana, el voto es un acto único e irremplazable y hay que recordar, además, que en nuestro país su existencia está ligada al simbolismo de una lucha, por la cual muchos dieron incluso la vida, para derrotar a la dictadura de Pinochet y restaurar el voto y las instituciones republicanas.
Convocar a no votar significa desconocer esta lucha y no comprender que el voto es una herramienta del ejercicio de la ciudadanía justamente para construir un país con mayor equidad y mayores espacios de libertad y de participación.
Votar por Bachelet el 15 de diciembre es una oportunidad única para darle a esa victoria una enorme masividad de ciudadanía, es un mensaje que el país quiere cambios estructurales de fondo, es votar por la gratuidad de la educación, por una nueva Constitución, por una reforma tributaria que comience a reducir la enorme brecha entre ricos y pobres.
Me habría gustado que a ese esfuerzo se sumara Enríquez Ominami y diera así un mensaje de unidad de las fuerzas progresistas y de reconocimiento al liderazgo que la enorme mayoría del país desea que gobierne Chile.
Bachelet gana sin sus votos, pero la respetable adhesión que él obtuvo en la primera vuelta podía ser convocada a engrandecer el ya contundente apoyo que la ciudadanía entrega a Michelle Bachelet. No ha sido así, no ha habido de parte de Enríquez Ominami generosidad y grandeza política y ello aísla sus pretensiones futuras.
Felizmente, líderes del PRO como el Alcalde de Arica, el Dr. Salvador Urrutia y el ex Intendente metropolitano Marcelo Trivelli encabezan un llamado a votar por Bachelet y con ellos muchos porque, como lo muestra la encuesta de la Universidad Central y de Imaginación, el 60% de los votantes de Enríquez Ominami y el 47% de Parisi, afirman apoyar en segunda vuelta a Bachelet.
La candidatura de Matthei es hoy más débil que en la primera vuelta. Se restan las principales figuras más liberales de la derecha y en la práctica su candidatura es hoy apoyada por la UDI, partido que ha sufrido un grave revés histórico en las elecciones parlamentarias.
Sociológicamente Matthei no tiene hacia donde crecer y existe el temor que mucha gente de derecha no concurra a las urnas frente a una candidata que ha sido incapaz de liderar y unir a su sector y de decir cosas novedosas, como frente a una derrota ya anunciada e irremontable.
La opción de enfrentar los pocos días que aún quedan de campaña con una campaña del terror contra Bachelet y la Nueva Mayoría no se resiste porque la ciudadanía rechaza ese tipo de maniobras.De esta política planificada por los expertos comunicacionales de la derecha, siguiendo casi el funesto libreto de la campaña del Si, se hace parte Lucía Santa Cruz, historiadora que respeto, que en estos días ha tratado de demostrar, renunciando a todo rigor intelectual, que el Programa de Bachelet representa la antesala del socialismo.
Es decir, incorporar una mayor responsabilidad del Estado en pensiones, salud, educación, querer una Constitución que tenga un origen democrático, ampliar derechos y libertades, invocar la participación ciudadana, le parece a la historiadora de la derecha la antesala del socialismo.
Muy bien ha dicho el sociólogo Ernesto Ottone refiriéndose a los juicios de Lucía Santa Cruz “monsergas y paparruchadas”. Porque si esto fuera el socialismo habría que acusar a Obama, lo hace en efecto el tea party republicano, de ideas socializantes frente a sus reformas a la salud, al empleo, a la reducción de las armas en manos de civiles, a las políticas migratorias que el mandatario norteamericano impulsa.
Habría que acusar a Merkel, que pacta en Alemania un gobierno con el Partido Socialdemócrata, con un Programa que incorpora grandes reivindicaciones de los sindicatos, ambientalistas y de mejoramiento social. La lista se puede extender a muchos gobiernos latinoamericanos, de diverso signo, que buscan frenar los abusos y los excesos del neoliberalismo.
Por visiones como las de Lucía Santa Cruz es que la derecha chilena, recluida culturalmente en el pasado, perderá duramente las elecciones presidenciales este 15 de diciembre.
Porque es la derecha del statu quo, de las AFP, de las Isapres, de La Polar. Es la derecha que niega el voto de los chilenos en el exterior y que quiere mantener el binominal.A esa derecha que enarbola como último recurso la campaña del terror, hay que vencer el 15 de diciembre.
Por ello, para que los cambios sean posibles, hay que concurrir, incluso quien tiene desconfianza y malestar por lo no resuelto en el pasado, a votar por Michelle Bachelet.