Acaban de terminar las elecciones y mientras todos sacan cuentas y cálculos, surgen algunas ideas sobre la educación y sobre la forma de construcción de la sociedad.
Antes de las elecciones había un tema común en casi todas las propuestas: que la forma en que se ha construido y desarrollado nuestra sociedad no es satisfactoria para todos. Ya sea a través de reformas puntuales (AFP estatal, reforma tributaria, sistema binominal) o de la famosa Asamblea Constituyente, casi todos los candidatos tenían como base común la certeza de que nuestro pacto social requiere de reformas importantes.
Uno de los elementos de análisis que permitía esas propuestas era la falta de certeza ante el escenario electoral con un nuevo padrón electoral. Eso, se suponía, iba a forzar a los candidatos a expresar sus ideas más profundas y motivadoras, de modo que pudieran mover a la gente para que fuera a votar.
Más allá del detalle, como la baja de la concertación que sumando a los comunistas no logró pasar del 50%; o la votación cada vez más disminuida del pinochetismo de la Derecha dura (que desde 1988 bajó del 43% al 25%) o la consolidación de MEO (con un 10%, pero ahora de votos propios y no un 20% de votos concertacionistas anti Frei como hace 4 años), me quedo en un punto que considero alarmante: la baja participación ciudadana.
En una elección con candidatos “tirando toda la carne a la parrilla”, no participó ni siquiera la mitad de quienes podían.¿Por qué?Hay una evidente deslegitimación de la actividad política y de los políticos. Y miedo, mucho miedo.
La falta de legitimidad es un tema del que se viene hablando desde hace mucho tiempo. Recuerdo al menos desde la elección parlamentaria de 2001. El rostro preocupado de Enrique Krauss y de Carolina Toha, dando cuenta de cómo la “clase política” había escuchado la voz del pueblo y se tomarían las medidas para recuperar esa legitimidad perdida. Evidentemente no pasó nada.
Del binomal se habla mucho. Y hoy sus grandes defensores (ya sea de manera activa y abierta, como la Derecha o de manera cómplice y silente, como la Concertación que no hizo nada o mucho por cambiarlo) lo defienden con un argumento casi tan grave como la falta: que en la mayoría de los distritos y circunscripciones, en los que no hubo doblajes, salieron electos los dos candidatos que obtuvieron mayor votación individual.
El argumento es válido en lo formal. Pero es la constatación de lo aberrante que resulta el binominal, porque luego de más de 20 años de aplicación ha modificado la política chilena de modo tal que se ha eliminado la competencia democrática.De hecho no hubo primarias internas en casi todos los partidos, porque con el sistema binominal se sabe desde antes que hay carrera casi ganada para los que van por su reelección. Entonces los partidos no tienen ningún estimulo real para tener democracia interna.
Lo que sí interesa a los partidos, son los grandes pactos. Mientras más grandes mejor, aunque no haya coincidencias, pues los pactos garantizan más votos y más cargos. El ejemplo más dramático es el caso de Marisela Santibañez que obteniendo las más alta votación en su distrito, no resulta electa pues los pactos sacaron más votos en su conjunto.
Y la guinda de esta torta es el voto voluntario. Está probado como el voto voluntario favorece la mantención del status quo. Con votación voluntaria, no se vota. Y votar se convierte en un bien suntuario. Es decir, un bien de lujo que será para aquellos que puedan dárselo. Para los que tienen auto para desplazarse, redes de apoyo para dejar a sus hijos, dinero para alimentarse en jornadas que pueden tomar tiempo, y sobre todo conocimiento de los candidatos o interés concreto en algún tema que sea bandera de lucha de algún político. Pero no favorece la participación democrática.
Lo prueba además, los países en que está establecido. Donde hay voto voluntario, vota menos gente. El voto voluntario no es democrático.
Muchos lo dijimos cuando se planteó, pero no era lo que querían los políticos. Los que tenían el poder, a quienes más conviene el voto voluntario,pues eliminan el riesgo de perderlo. “Mientras menos voten, menos posibilidades habrá de que nos saquen”.
Creo que el voto es uno de los pocos deberes que tiene un ciudadano, soy partidario de la inscripción automática y del voto obligatorio.
El miedo.
Cuando se ha planteado la necesidad de modificar la Constitución, he escuchado últimamente el argumento del miedo. “Cuidado que podemos perder todo lo que hemos avanzado”.
No estoy tan seguro de que todos seamos tan partidarios de “todo lo que hemos avanzado”. Hay avances que son propios del paso del tiempo y otros globales, que van a ocurrir igual. Pero la privatización de todos los recursos naturales y de todas las empresas y activos del Estado, no me parecen avances indispensables o indiscutibles.
Estuve con un político de un país donde sí hubo asamblea constituyente. Fue de manera ordenada y poco traumática,aseguró. Fue una discusión fuerte, obviamente, como debe ser.“Discutíamos la forma en que organizaríamos nuestra patria”, me dijo. Claro, pero fue sin miedo.
Y agregó, “claro, nosotros no tuvimos golpe de Estado, ni Dictadura, no tenemos esos recuerdos horribles. No tenemos miedo. Eso nos permite soñar sin límites y discutir con compromiso y sin miedo”.
Creo que mientras este país no supere esos temores que lo inmovilizan, no vamos a poder cambiar. No los cambios que la gente expresa en la calles, en la conversación informal, en el café, etc.
No creo que los políticos que tenemos ahora tengan interés en hacer esos cambios.Para eso se requiere de una generosidad y un conciencia de servicio público que a mi me cuesta ver. Prueba de ello, es que nadie ha estado dispuesto a establecer con seriedad el límite a las reelecciones.
En todo caso, creo que hace falta educación cívica.Para que la gente sepa y conozca sus derechos y la forma en que se organiza la sociedad.Que los jóvenes sepan realmente qué es una Constitución y cuál es su importancia.Tal vez uno de los primeros compromisos para evaluar si las nuevas autoridades están realmente comprometidas con los cambios para “democratizar el sistema”, sería saber si están dispuestas a reponer el ramo de educación cívica en los colegios.
Porque es extraño que parezca que la gran mayoría de la gente esté tan disconforme y lo diga en sus relaciones personales, pero no esté dispuesta a decirlo en las urnas, que es finalmente, donde la palabra vale. Al menos en la democracia.