Es claro que en el pasado las injusticias de los poderosos impulsaron a la izquierda a construir un Estado de obreros, campesinos y soldados. Pero la implosión de la Unión Soviética demostró que existen dificultades insalvables para llegar al estadio comunista donde se acababa la historia, según el propio relato marxista. Al contrario, la idea de sociedad comunista se derrumbó como aspiración universal con la caída del muro de Berlín. En ese entonces, Chile comenzaba su propia transición a la democracia.
Posteriormente, el mundo muestra una revaloración sustantiva de la democracia liberal que acaba con la legitimidad de las vías armadas para la toma del Estado. En el presente, la confusa primavera árabe no puede sino acabar en un camino seguro a la democracia de esas sociedades, todavía fuertemente determinadas por su fervor religioso.
Nos hemos dado una vuelta de 2500 años para encontrarnos donde comenzaron los antiguos griegos. Y ya entonces, la democracia -que fue el más justo de los sistemas políticos de la antigüedad- impedía que una minoría poderosa y privilegiada abusara de las mayorías débiles y vulnerables.La democracia nunca ha sido querida por los privilegiados, y para entender esta contradicción, la historia nos ha legado múltiples ideologías.
Sin embargo, después de tantos años, las ideologías significan poco en la vida actual de las personas. Las ideas discurren por argumentaciones difíciles de seguir. En cierta forma están hechas para la cultura de la lectura.Las ideologías empezaron a declinar por incomprensibles, cuando apareció la emocionalidad televisiva, y se hicieron peligrosas en la Guerra Fría.
En la nueva época, las ideologías han sido abandonadas y las personas se han refugiado en la preservación de ciertos valores para vivir en una comunidad política que no logra interpretarlos.
En un mundo de valores cuando no incoherentes, difusos o ásperos, ya pocos, -incluso en la izquierda- se atreven a rescatar la primacía del trabajo como el valor principal del vivir en común. Un valor superior en cualquier caso al capital. El trabajo es una actividad económica que se realiza en circunstancias políticas, porque en una democracia, las leyes son acuerdos realizados por los políticos.
La antigua Concertación fue impotente para buscar formas adecuadas de evitar la excesiva concentración de la riqueza, la cartelización del mercado y la depredación de los recursos naturales. La gente se cansó que las palabras no correspondieran a los actos. Y llegó al gobierno una derecha que en lo sustantivo aplicó las mismas políticas de la Concertación.
Pero de las mismas políticas no se trataba, y las protestas del 2011 mostraron la disconformidad social: el actual gobierno comenzó a proyectarse como un paréntesis en el proceso democratizador que estaba implícito en la gesta del NO.La historia ha puesto otra vez a las fuerzas progresistas de Chile ante un nuevo comienzo encabezado por Michelle Bachelet. Con ello, se produce una necesaria revalorización de lo público.
Esto tampoco puede ser posible sin poner atención política en una revisión crítica del pasado, que considere al menos la coherencia de valores e ideas, la democratización de todas las instituciones y una nueva propuesta para el mundo del trabajo.
Todos sabemos que debemos comenzar por volver a valorar el Estado. No cualquier Estado, sino uno emanado de la voluntad popular. Por eso se requiere una nueva constitución. Se trata antes que nada de que lo público sea regido por un Estado legítimo, no solo legal.
Buscamos un Estado donde las autoridades son elegidas y responden a sus electores.Un Estado que protege a sus nacionales dentro y fuera del país, garantiza servicios públicos universales, mercados regulados, tribunales independientes del poder, y libertad para opinar sin temor a represalias.
Un Estado que nos conduzca a un nuevo mundo, construido sobre la primacía de lo social, el valor del trabajo, el mérito a las capacidades personales, el cuidado de los vulnerables y la conquista de una autonomía suficiente para la autorrealización personal.
Después de todo, los Estados-nacionales son las únicas instancias verdaderamente democráticas en nuestro mundo.