“Detrás del GAM está no sólo ese ferroso edificio que aún alberga al ministerio de Defensa y que debiera llegar a ser próximamente otra unidad de negocio del centro cultural, sino toda una historia de construcción y gestión de centros culturales en nuestro país, iniciada en 1990″ decía el 20 de diciembre de 2010.
El proyecto de centro nacional de artes escénicas y musicales radicado en el edificio ex UNCTAD, contemplaba, fundadamente, lo que actualmente ocupa más una sala de espectáculos de dos mil aposentadurías y una torre de arriendos que contribuyeran principalmente al financiamiento del GAM.Estos dos últimos espacios estaban en proyecto cuando en septiembre de 2010, el Presidente Piñera inauguró el centro cultural.
Desde entonces, sus profesionales han logrado instalar el edificio como uno de los lugares más concurridos y emblemáticos de la cultura y las artes chilenas, con una debilidad, una dependencia decisiva de los dineros públicos.
Incluso las autoridades del CNCA -a través de quienes pasan los recursos fiscales- se han ocupado de exigir mayores niveles de auto financiamiento a la corporación que lo gestiona, pero sin que se vislumbre una salida a esta inconveniente dependencia estatal, dado que nada se ha avanzado en la concreción de la llamada segunda etapa -la sala para dos mil espectadores- ni la tercera, la torre que contribuiría como unidad de negocios al centro.
Recientemente, han desfilado por la prensa, sin fuente responsable, expresiones de deseos de Codelco, primero, el Tribunal Constitucional, luego, y más tarde el Servicio Electoral, el probable ministerio del Deporte y hasta el CNCA, todos manifestando voluntad de establecerse en el citado edificio que, un puñado ya, de ministros de Defensa han garantizado para el GAM, una vez que abandonen sus dependencias.
Pero no es sólo cuestión de asignar la torre al mejor postor. Entregarla a servicios públicos implica que muy probablemente dejará de ser una unidad de negocios que contribuya al financiamiento del centro cultural y aporte grados de libertad indispensables para un establecimiento cultural.
Más allá, aparece improbable también que tales servicios estén en condiciones de acondicionar el edificio, que carece de elementales medidas de seguridad anti incendios y otros requisitos de habitabilidad de los que naturalmente adolece una construcción de inicios de los años setenta.
Es decir, se requiere de una fuerte inversión pública que deberá sumarse a los aportes fiscales de operación anual del GAM que, en este escenario, no tenderán a disminuir como estaba planeado.Cabe recordar que el proyecto inicial contemplaba formas de aportes privados a la adecuación de la torre, los que evidentemente desaparecen ante su uso como oficinas públicas.
Indudablemente, es atractivo para cualquier servicio, tanto el lugar en plena Alameda con metro a la puerta, como su entorno cultural. Más si éste es simplemente asignado como una lotería en la bolsa de propiedades fiscales.
Tal comportamiento es una falta de respeto tanto a la historia del edificio que fue concebido con torre y placa desde su nacimiento como sede de la asamblea de la UNCTAD, como al presente de un proyecto cultural exitoso a pesar de las ingentes dificultades que implica trabajar con salas pequeñas y presupuestos públicos.
Si agregamos que tal mutilación acontece hacia fines de un gobierno y que la primera etapa del proyecto fue realizado bajo la presidencia de quién parece tener las mejores condiciones para volver a ser elegida, estaríamos en presencia de un golpe bajo a las futuras autoridades y al mundo de la cultura.
Aún es tiempo de rectificar.