El principal problema de la derecha es la incomprensión cultural del cambio que se ha producido en la sociedad chilena y de allí que la memoria de los 40 años, vivida con extrema intensidad por la mayoría de los chilenos, haya encontrado a la Alianza y a su candidata no preparados, confundidos, sin relato, sin autocrítica, sin disposición alguna a condenar el golpe y lo ocurrido posteriormente, a tratar a Pinochet y a su régimen como una dictadura y a generar hechos que los separaran de esa herencia y del terror que implicó ese período para el país.
La derecha creyó que este era un aniversario más y que podía continuar viviendo en la burbuja de la democracia limitada que durante 24 años le han impuesto al país sin dar ninguna explicación ni pagar ningún costo político.Incluso, en los Presidentes de los partidos de la Alianza, la consigna era bajar el perfil a los 40 años y que este aniversario pasara lo mas desapercibido posible.
Quien sí entendió que detrás de los amplísimos reportajes, ficciones, debates, recreaciones e imágenes no exhibidas antes y que ahora mostraban ampliamente la TV y los medios escritos había una explosión de emotividad y crítica de una población liberada del temor y de los límites impuestos por el realismo y las paralizantes razones de estado durante los años de transición, fue el Presidente Piñera quien si tuvo libreto y reaccionó buscando canalizar hacía su liderazgo personal dicha emotividad.
Para ello, tuvo que colocar en extrema dificultad a su propia alianza. Los “cómplices pasivos” son muchos de sus Ministros, parlamentarios, dirigentes de partidos, empresarios enriquecidos con las privatizaciones del régimen militar y que han sido el sostén económico de la derecha y de este gobierno.
El cierre del Penal Cordillera, debate surgido en lo inmediato consecuencia de las declaraciones de Manuel Contreras y del intento de asado de Krasnoff que fueron una burla y un agravio a las víctimas y a cualquier persona digna de este país, le valió al Presidente separarse de los militares golpistas y de la derecha extrema, para recibir la aprobación de la mayoría de los chilenos que siente que después de este gesto del traslado de la cúpula de la DINA – CNI a Punta Peuco hay un poquito más de igualdad ante la ley y de justicia.
Sin embargo, lo que lejos representa el mejor momento de Piñera en estos casi 4 años de gobierno ha sido un martirio para Evelyn Matthei y para la Alianza porque la candidata y la mayoría de la derecha no solo estima que los juicios del Presidente han sido impertinentes, imprudentes e inoportunos sino que no los comparten y consideran que ellos dañan la identidad de la derecha de la cual se sienten orgullosos.
La que mayor costo paga, la verdadera víctima del nuevo el protagonismo de Piñera, es Evelyn Matthei. Ella ha sido criticada y corregida por el Presidente públicamente, sus declaraciones han sido estimadas como profundamente desatinadas en el clima cultural que vive el país y durante estas últimas semanas ha sido opacada, y por muchos momentos completamente invisibilizada, por el despliegue del Presidente y la audacia de sus declaraciones.
Lo claro es que el Presidente ha marcado un quiebre con la derecha que continúa apoyando los símbolos y la memoria de la dictadura y ha corrido las estacas culturales sin que Matthei y los partidos de la Alianza estén, a cuarenta días de la elección presidencial, en condiciones y en disposición política de hacer suyas esas reflexiones, lo cual provoca claramente una crisis de proporciones en la campaña y entre los partidos, el Presidente y su gobierno.
Se piensa distinto, se han roto grados de confiabilidad mínima, hay importantes candidatos a parlamentarios que abandonan la propaganda con Matthei y otros, que con mayor deslealtad, le borran los rayados murales para colocar solo sus nombres.
Frente a la conmemoración del 5 de Octubre y de la victoria del NO en el plebiscito la incomodidad de Matthei y de la Alianza es aún mayor ya que el Presidente exhibe con orgullo el haber votado contra Pinochet hace 25 años y Matthei reaparece incansablemente en las imágenes televisivas de 1988 como rostro de la Franja del SI que buscaba perpetuar a Pinochet hasta el año 97.
Lo claro es que queda la sensación de que el Presidente y sus colaboradores más cercanos a su posición han dejado caer la campaña de Matthei y lo que buscan es establecerse en un eje de protagonismo y popularidad de Bachelet, que gana las elecciones y asume, y de Piñera que sale con un apoyo en las encuestas muy superior a la votación que la candidata de la Alianza saque en las elecciones de noviembre.
Ello, ciertamente, instalaría de manera indiscutible el liderazgo de Piñera en la derecha más abierta hacia el futuro, pero esto, como ya ocurrió con Bachelet que salió de La Moneda con una alta adhesión ciudadana, no logra transferirse automáticamente menos a una candidata que es notoriamente, por historia y pensamiento, muy lejana a las recientes posturas políticas del Presidente.
Lo que sorprende en la actitud de la derecha es que aún no asuman que si Piñera fue elegido Presidente en buena medida ello ocurrió porque no era parte de la derecha pinochetista y representó un sentido de cambio y alternancia frente a una Concertación debilitada por los veinte años de gobierno y la falta de recambio.
Sorprende, además, la incapacidad y una cierta soberbia para asumir que el país cambió y que los códigos culturales dominantes con los cuales la derecha ha inspirado su política en estos últimos 25 años están en crisis y en profunda contraposición con la subjetividad de la enorme mayoría de los chilenos que quiere más democracia, ciudadanía participante, más derechos, más libertades, legitimidad de la Constitución y de las instituciones, ley electoral que respete la soberanía popular, educación de calidad y abierta a todos los sectores de la sociedad y cambio a un modelo económico al cual la derecha no está dispuesta a renunciar ni un milímetro.
Sin embargo, las afirmaciones del Presidente, y también las del Ministro Hinzpeter, que tocan la debilidad ética de la derecha en torno a la condena categórica de las violaciones de los derechos humanos y a la existencia misma de la dictadura, que buscan renovarla y desligarla del pasado dictatorial e instalarla en un discurso democrático coherente, no son, por ahora, más que un conjunto de afirmaciones, importantes y valiosas, hechas en circunstancias extremas.
Ello no es aún un relato, ni estas ideas congregan a un sector significativo y mucho menos son parte o inspiran el programa de Matthei que más bien simboliza a la vieja derecha.
Por el contrario, el Presidente Piñera ha quedado muy solo y ha sido víctima de ataques furibundos de la llamada “familia militar pinochetista” pero también de numerosos dirigentes y parlamentarios de la UDI que sienten, en lo que para Piñera son desafíos de futuro, una verdadera traición al sector.