Revisando algunas columnas que escribí en el desaparecido periódico Fortín Mapocho, puedo recuperar algunos recuerdos de aquella jornada épica que significó el plebiscito hace veinticinco años atrás, cuando una mayoría ciudadana, armada de un simple lápiz, de manera contundente trazó la cruz del NO para poner término a una dictadura con armas.
¿Quiénes concurrieron al plebiscito con su apuesta democrática por el NO y qué aspiraban? fueron parte de las preguntas que me formulé en esas columnas para tratar de entender el proceso que debería liderar una oposición que aspirara a conducir la recuperación democrática y la reconstrucción de una sociedad escindida por tremendas grietas sociales.
Por ese entonces había serias aprensiones sobre el papel que jugarían las mujeres que, según los analistas de la época, representaban históricamente las expresiones más conservadoras de la sociedad.
Si bien para muchos de quienes trabajábamos en centros de estudio y ONG’s de acción social, tales apreciaciones eran contradictorias con las prácticas transformadoras que estaban realizando masivamente las mujeres organizadas en estrategias de supervivencia, de promoción de derechos civiles y sociales, en defensa de derechos humanos y varias formas de representación social, el comportamiento político en el plebiscito se mantenía como una incógnita.
El análisis de los resultados en las mesas de mujeres logró demostrar, a diferencia de lo que se suponía, que la votación femenina fue mayoritaria por el NO.Pero más sorprendente aún fue que las mujeres, alterando una tradición electoral, superaron en más de doscientos mil al electorado masculino.
También por esas fechas, los analistas describían a los jóvenes con dos tipos de conductas antagónicas que llevaban a un mismo resultado de marginación del proceso electoral.
Por un lado, los análisis enfatizaban la apatía y la indiferencia como rasgo de una juventud sin voluntad para inscribirse en los registros electorales y, por lo mismo, que no participaría en el plebiscito.Por el otro, estaba la caracterización de una juventud que priorizaba la violencia y, consecuentemente, distante del ejercicio electoral.
Y el análisis de lo acontecido en el plebiscito rompió también las estereotipadas imágenes de los jóvenes.
En primer lugar, y lejos de las previsiones, los jóvenes concurrieron masivamente a inscribirse en los registros electorales y, posteriormente, se inclinaron mayoritariamente por el NO, como se pudo deducir de la contundente victoria que obtuvo la opción por el NO en las mesas de reciente constitución y donde se concentró la tardía inscripción juvenil.Pero no sólo eso, pues los jóvenes tuvieron un rol fundamental en el desempeño del plebiscito, integrando masivamente la red de apoyo de las fuerzas opositoras, actuando como apoderados de mesas, como enlaces y en los centros de cómputos paralelos que instaló la oposición.
El NO fue mayoritario prácticamente en todo el territorio nacional, pero su votación fue especialmente alta en centros poblacionales de capas medias y de sectores populares, así como en áreas territoriales de concentración de trabajadores.
En ciudades donde estaban concentrados los mineros del cobre y del carbón y en áreas exportadoras -Rancagua, Calama, Lota, Coronel, Puerto Montt, Copiapó, sólo para señalar algunas de ellas- el NO recogió más del sesenta por ciento de adhesión.
En la Región Metropolitana, con excepción de Vitacura, Las Condes y Providencia, en todas las restantes comunas populares como San Miguel, Cerro Navia, La Pintana y la Granja, dos terceras partes del electorado estuvo por la opción del NO, mientras en comunas de capas medias como Macul, Ñuñoa y Santiago la mayoría prefirió el NO.
Esta composición de una mayoría democrática plural expresada en el plebiscito fue el antecedente para la conformación de una fuerza política de amplia representación para la reconstrucción democrática, en el que pudiera sintetizarse una recobrada identidad nacional capaz de recoger especificidades e intereses particulares de mujeres, jóvenes, trabajadores, sectores populares urbanos y rurales, así como capas medias.
En las semanas y meses que siguieron al plebiscito la preocupación central de la concertación opositora fue definir los mecanismos de designación de la candidatura presidencial y su programa de gobierno.
Tal como todas las encuestas de esas fechas indicaban, las preferencias ciudadanas aspiraban a un candidato único capaz de expresar un común programa de gobierno para la transición democrática. En todas las encuestas primaba la opinión que importaba, tanto o más que el programa de gobierno, una candidatura única que lo representara de manera creíble.
Y los estudios de esa época ya mostraban, tempranamente, la apuesta por los cambios de parte de quienes se habían pronunciado por el NO, por contraste con el inmovilismo social y la continuidad de las condiciones políticas y económicas que promovían aquéllos que habían hecho la opción del SI en el referendo de octubre.
Los estratos medios y de bajos ingresos, sin distinción de sexo, con importante presencia juvenil, pero también de adultos sobre los 30 años de edad, mostraban de manera persistente, en todas las encuestas de opinión realizadas con posterioridad al plebiscito, que seguían adhiriendo a la postura que representaba el NO e identificándose con el antiautoritarismo. Esta adhesión cubría a un amplio arco político que abarcaba desde algunos sectores auto identificados con la centroderecha hasta la izquierda.
Todos estos sectores aspiraban a una oposición unida en torno de una candidatura única, moderada y flexible, que tuviera como ejes orientadores de su quehacer la recuperación de la democracia y la resolución de los graves problemas sociales que se heredarían de la dictadura.
Las mismas encuestas mostraban que, así como la demanda mayoritaria se inclinaba por un liderazgo presidencial moderado, capaz de negociar y dialogar, ello no se oponía a una fuerte demanda por cambios que priorizaban la disminución de la pobreza y el desempleo, una mejor distribución del ingreso, el acceso a la salud y la defensa de los derechos humanos, sentidos mayormente como los problemas más acuciantes a ser resueltos por el futuro gobierno democrático.
El balance de los veinticinco años no puede ignorar estos antecedentes y nos muestra que el éxito del proceso opositor para recuperar la democracia fue haber iniciado un esfuerzo por articular la política con la diversidad de rasgos y demandas sociales.Esfuerzo de articulación que, con el paso de los sucesivos gobiernos, se perdió.
Y esa es una lección de futuro: cómo revincular la política con una ciudadanía diversa para la exigente agenda de cambios de los próximos años.