¿Sabía usted que si quiere leer en un libro electrónico al último Premio Nobel de Literatura, el peruano Mario Vargas Llosa, es posible hacerlo en inglés, pero que las grandes cadenas de editores españoles agrupados en Libranda.es no han publicado ninguno de sus libros?
Lo mismo sucede con la última Premio Nacional de Literatura, Isabel Allende o con el aclamado chileno Roberto Bolaño. Peor aún: como una ironía del destino, el único Bolaño disponible en Libranda es Roberto Gómez Bolaño, “Chespirito”.
Muchos de estos editores señalan que están protegiendo el derecho de autor producto de la piratería y de otras cosas espantosas que sucederán cuando ellos comiencen a vender libros electrónicos o e-books.
En su número de octubre del 2010, la revista PC de España señalaba que la piratería de libros electrónicos en Estados Unidos alcanzaba los 2,8 millones de dólares en pérdidas.
Sólo en México, la piratería del libro físico en papel alcanza los 8,4 millones de dólares anuales, según lo señala Gonzalo Araico Montes de Oca, Presidente de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana. Es decir, el tema de la piratería no parece ser un fenómeno muy diferente; lo mismo sucede con la ropa, los perfumes o las zapatillas.
De todas maneras, grandes editores de habla hispana han realizado un intento, precario, por entrar en las nuevas tecnologías. Ese intento se llama Libranda, el cual tuvo una partida bastante poco digna en el mundo digital si consideramos que, en sus inicios, cuando uno compraba un libro electrónico en Internet, se debía ir a buscar el e-book a la librería.
Suena a mal chiste. Pero lo que sucede puede ser más grave; en muchos casos se está restringiendo el acceso a la lectura en soportes digitales; muchísimos autores y muchos más títulos ni siquiera están disponibles.
Los dueños de los derechos sólo nos permiten leer en formato papel. Es como si no obligaran a ver películas en VHS, en plena época del DVD. El mundo de la música y del cine ya se adecuó a los tiempos; el mundo del libro aún no. Al menos, no en castellano.
La ley chilena de Propiedad Intelectual establece que: “Las bibliotecas y archivos que no tengan fines lucrativos podrán, sin que se requiera autorización del autor o titular ni pago de remuneración alguna, reproducir una obra que no se encuentre disponible en el mercado…la obra no deberá encontrarse disponible para la venta al público en el mercado nacional o internacional en los últimos tres años.”
Muchos títulos de libros electrónicos existen en otros idiomas, pero no en castellano.
¿Tendrán derecho entonces las bibliotecas a tenerlo sin pedir permiso?
La oferta de libros en castellano es, en la actualidad, por decirlo de algún modo, pobre.
El mercado me indica que si opto por comprar un lector de e-books tengo una frustración altamente garantizada, sobre todo en lo que novedades se refiere. No importa que no esté disponible en castellano para la venta al público en el mercado nacional o internacional en los últimos tres años; si el dueño de los derechos no lo quiere publicar, me tengo que joder.
El tema es que, a excepción de algunos editores que están haciendo un gran esfuerzo por llevar todos sus libros al nuevo formato, son muchos – la mayoría en nuestra lengua- los que están cometiendo un profundo error. Y los únicos afectados serán ellos.
Ya le pasó a la música y le está comenzado a pasar a los libros en castellano; los e-pubs pueblan la red silenciosamente. Es ahora o nunca. Ya lo dijo el escritor Jorge Baradit: “esto es un tsunami, o nos subimos a la plancha de surf o nos quedamos mirando cómo se nos viene la ola”.
Yo nunca compré un libro pirata, jamás en mi vida; pero preferiría bajar un DVD a que me obliguen a comprar un VHS.