24 sep 2013

Alvaro Mutis, Neruda y la amistad

Quizás una de las frases más repetidas sobre Mutis es aquella que lo identifica como “el amigo” de Gabriel García Márquez. Efectivamente fue primer lector de sus manuscritos, componedor de relatos que -a juicio del propio Gabo- contados por Mutis eran mucho mejores y generoso obsequiador de temas para sus novelas.

Sin embargo, Mutis se inició en literatura en la soledad de la cárcel y su personaje emblemático, Maqroll, pasa gran parte de su vida en la soledad de las gavias, lugar más recóndito y de mejor vista de los navíos.

Si de amistades largas se trata, debemos observar también la del reciente fallecido y Pablo Neruda. Duró 90 años.

Los biógrafos de Mutis señalan en su cronología que nació en 1923, el año de publicación de Crepusculario y que cumplió su primer año de vida cuando se editaron los Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

En 1952, dos años después de conocer a García Márquez- el año del Canto General- Losada publica el primer libro de Mutis: Los elementos del desastre, mismo año de El viejo y el mar (Hemingway) y Memorias de Adriano (Yourcenar). De allí ha de seguir una prolífica vida literaria, salpicada por sus imitaciones a escritores “sobretodo de Neruda” como afirma Elena Poniastowska.

El año de la muerte de Neruda, el fatídico 23 de septiembre de 1973, es prolífico para Mutis, publica La mansión de Araucaíma (Sudamericana) y La suma de Maqroll el gaviero (Seix Barral), mientras póstumamente Losada presentaba en Buenos Aires el Confieso que he vivido nerudiano.

En las antípodas ideológicas (“El progreso es el azote que nos escogió Dios”, declaraba Mutis) según el mexicano Juan Villoro “Neruda y Borges encontraron en los versos de Álvaro una conversación perfecta”. El diálogo de esa amistad profunda que se puede dar entre poetas que han escogido, como Neruda y Mutis, privilegiar los viajes iniciáticos al interior del ser humano, contemplado desde la más lejana de las gavias o el solitario escritorio de Isla negra.

Precisamente, en esa casa de Isla Negra, rememorando los 40 años del fallecimiento de Neruda, recibí la noticia de la muerte en México de Mutis. No pude dejar de asociarlos.Los poemas de ambos forman parte de esos infaltables en la “mesita de luz” (nunca tan acertado el metaforón) a los cuales recurro entre un libro y otro, para degustar, como un sorbete entre platos, una delicada pausa para emprender la nueva e incierta lectura.Por cierto, no todas llegan al nivel del sorbo maravilloso, pero por Dios que ayuda ese trago a pasar el mal rato de una lectura imperfecta.

Con la ayuda de sus sólidos personajes he podido suavizar transiciones literarias “improbables” (palabra que copié a Mutis y no me abandona) y disfrutar de las alusiones locales que Ilona Grabowska y Maqroll, marinero al fin, hacen en Ilona llega con la lluvia cuando se encuentran en Valparaíso, con “un huevón bien usado” o la inolvidable “viuda húngara enamorada sin norte de un pianista chileno” que comparte páginas con “una bailarina, falsa chilena”.

Cada novela, cada poema -¿hay diferencia?- de Mutis tienen el mérito de la inmortalidad, de no decaer con el tiempo y de enseñar cada vez nuevos mundos como la derivación de la palabra Almirante del árabe Al emir bahr, usada en los títulos de sus novelas entrañables La nieve del Almirante o Amirbar, que huelen a mar y cordillera a la vez, a esas naranjas de la finca de su abuelo que junto al ruido de dos ríos que cruzaban la hacienda, Mutis esperaba encontrar en el Paraíso, para no sentirse estafado.

Seguro los está escuchando y oliendo.

Mientras nosotros disfrutamos su literatura. Una de las formas de no sentirse estafado por la vida en esta tierra.

Y lo digo en serio.

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