Cuando un buen amigo se va, se suma a la impotencia una cierta rabia por el destino. ¿Por qué tienen que irse tan pronto los justos? Estuve en el Parque del Recuerdo, como muchísimas e incontables personas, acompañando a Ricarte, a Cecilia, su familia y amigos más cercanos. No éramos amigos en el sentido lato del término; más bien, conocidos.
El participó muy activamente en diversos eventos del PPD, lo escuchamos como independiente en nuestras reuniones. En alguna ocasión lo tuvimos en las listas de candidatos al Parlamento.Era de los nuestros, figuradamente, porque en realidad Ricarte Soto pertenece a todos.
Me di cuenta más ampliamente el sábado. Muchos como yo, cientos de los que llegamos al cementerio, estuvimos ahí porque Ricarte nos había conquistado con algo simple: su sencillez, su dura lucha contra el cáncer y a pesar de ello, por su entrega heroica a una causa que muchos políticos habían omitido. Estuvimos ahí como si lo hubiésemos conocido desde siempre, por su voz en la radio, por su defensa de los derechos humanos, por su crítica constante a las malas prácticas políticas, por su versatilidad en las pantallas de TV, por su incondicionalidad con los más débiles. Un hombre bueno, justo y solidario.
Escuchamos el sábado varios testimonios de amigos entrañables y colaboradores cercanos que abrieron varias puertas y ventanas de su biografía, y la tristeza no era sólo por su partida, sino porque tuvo que partir y aún cuando dejó un gran legado, Ricarte es de aquellos que tenían que seguir entre nosotros.
El ministro de Salud leyó unos pensamientos de varios autores sobre la muerte. Para los cristianos la muerte es una pascua, un paso a la eternidad. Luego asumió el compromiso, entiendo que a nombre de todo el Gobierno, de dar rápido y especial impulso a la Ley que creará el Fondo Nacional de Medicamentos.Narró que en sus últimas conversaciones con Ricarte en la Clínica éste discutió de manera firme algunas indicaciones que había que despejar con el riguroso ministerio de Hacienda. Y tal vez, sin querer el Ministro dio a conocer esa faceta intensa de un luchador, preocupado de su lucha hasta el último aliento.
Son pocos los hombres y mujeres que pueden dejar un legado de virtud y dignidad en la vida. Su huella resulta siempre imperecedera: damos gracias a la vida por el regalo que nos dio en Ricarte Soto.
Lo recordaremos siempre, y cada enfermo y su familia, que podrán recurrir pronto al Fondo Nacional de Medicamentos que llevará su nombre, habrá de saber que esa conquista se debe a la tenacidad, al valor, a la solidaridad de un hombre y un ciudadano que en medio de su propia lucha libró una batalla de miles.
Son muy pocas las personas así. Muy excepcionales. Y es una pena que tengamos que despedirlos.