La depresión sufrida por Pablo Longueira se produjo en un contexto/realidad del cual hay sobradas evidencias: la derecha chilena está estresada.
En los meses recientes ese sector político/ideológico estuvo/está cruzado por tensiones y guerra de nervios que aterrizó en la necesidad de una terapia interna cuyos resultados todavía no surgen del todo claros.
Revisando los hechos de la realidad, el estrés partió con una serie de pugnas y disputadas entre personajes de la UDI y RN en temas tan gravitantes como estratégicos, donde no estuvo ausente terminología y declaraciones de alto voltaje y que tuvieron que ver con asuntos no menores: “fuego amigo” hacia el gobierno y operaciones semi/encubiertas en definiciones de candidaturas presidenciales y parlamentarias.
Se sumaron factores de realidad exógenos, como verse enfrentados a una candidata presidencial del progresismo que marca como ganadora, y que no cae en la agenda que le quiere imponer la aspirante de la derecha, como llevarla a debates adelantados y sin participación de los otros postulantes a La Moneda.
Un primer elemento paradójico, como lo señalaron algunos analistas, es que la derecha chilena vive una estado de estrés cuando debía vivir un estado de serenidad: podía terminar con el ánimo en alto su primer gobierno elegido democráticamente en el último medio siglo.
Era para concluir con una impronta enaltecida y un ideario instalado. Sin embargo, apareció el primer motivo de estrés, con una Presidencia mal evaluada por la ciudadanía, con críticas del sector en cuanto a que no se siguió una línea programática propia y el sello de “la letra chica” en una gestión que no tiene nitidez respecto a logros definidos.
Cuando parecía que las cosas podían tomar otro rumbo como efecto de la terapia planteada, se re/aparecen puntos de disputa y conflicto.
El debate en que se enfrascaron la aspirante presidencial y personeros de gobierno y de sus colectividades por el derecho o no a voto de los presos; el respaldo de un segmento a Renovación Nacional a Franco Parisi, con el tácito aval de Andrés Allamand, aunque ello afecte a Evelyn Matthei; la renuncia de un diputado UDI al partido porque en su distrito se impuso al hijo de Juan Antonio Coloma; la afirmación del ministro Rodrigo Hinzpeter, de que Allamand “no fue ni ha sido candidato de consenso en la derecha”; la calificación de “tongo” que hizo Manuel José Ossandón sobre la puesta en escena de Allamand/Matthei para mostrarlos unidos; y las diferencias dentro de la UDI y RN respecto a la reforma al binominal y en cómo encarar el aniversario 40 del Golpe de Estado, unos en la línea del perdón y otros de la reivindicación de la asonada militar.
En medio de eso, y pese a los esfuerzos comunicacionales, Evelyn Matthei no puede renunciar a su incontinencia verbal. Ante la insistencia de un reportero sobre sus propuestas en materia deportiva, ella espetó: “Las voy a dar cuando yo quiera, no cuando voh me preguntí huevón”. Y su afirmación de que encontraba divertidas las denuncias de intervencionismo electoral que se hacen contra el gobierno.
Hace un par de semanas hubo una inyección de más tensión cuando en un programa televisivo Andrés Allamand reconoció la improbabilidad de que Evelyn Matthei gane la elección presidencial y hace pocos días el nerviosismo aumentó cuando circuló una información de que ella estaría 25 puntos debajo de Michelle Bachelet.
Por lo demás, los análisis de centros de estudio plantean que Nueva Mayoría podría doblar a la derecha en a lo menos diez distritos.
Un motivo de tensión elocuente es la obsesión que tiene el comando de Matthei con la figura de Bachelet. La tienen en el centro de los dardos, en una estrategia comunicacional que ya falló.
El último episodio lo protagonizó Lily Pérez, diciendo que a ellas sólo les interesa debatir con Bachelet, despreciando explícitamente a los otros siete aspirantes presidenciales. Los medios conservadores suelen poner fotos de ambas en una especie de analogía gráfica con el intento de equipararlas. Se quiso instalar -al parecer ya no resultó- un empate de perfil, insistiendo en que ambas son mujeres (obvio), hijas de generales de la FACH, vecinas en un barrio militar y con carrera política pareja.
Y ocurren episodios contradictorios, como la serie de visitas de candidatas y candidatos de la derecha a La Moneda, cuando Sebastián Piñera no supera el 40% de aprobación ciudadana.
Habrá que ver cómo funciona y qué resultados tiene la terapia interna de la derecha.
Parece lógico pensar que una derrota en las presidenciales y una baja en las parlamentarias aumentarán el estrés y el tratamiento tendrá que profundizarse y alargarse. Quizá pensando en el 2017. Que es donde muchos del sector ponen los ojos, queriendo salir pronto de este 2013.