A propósito del libro Crítica y Política de Nelly Richard.
Las conversaciones plasmadas en ésta nueva publicación es un retorno a lo realizado, un pasar revista al lugar y el tiempo en que se inscribieron en eso que Lihn llama la única película que nos hace sufrir: la realidad.
Alejandra Castillo y Miguel Valderrama, los interlocutores de la autora, hacen posible que emerja en las repuestas de Nelly Richard la trama o campos de fuerza que tensionaron la relación en el Chile de la Transición en el contexto de las artes visuales.
La pregunta es si esa tensión se ha disuelto, volatilizado o agudizado en este nuevo contexto político de la “nueva mayoría” y se pueden abrigar ilusiones de un nuevo y ciudadano comienzo.
Es indicativo que en esta primera parte del diálogo las figuras de Tomás Moulian y Gabriel Salazar emerjan como dos interlocutores críticos frente a los cuales es necesario responder o, al menos, situarse problemáticamente.
Frente al sociólogo, Nelly Richard reconoce que Anatomía de un Mito es casi un libro profético, frente al descalabro de la vida con tarjetas de crédito. El ensayo de Moulian presagió el destino del verdadero efecto Estocolmo que produjo en la Concertación las políticas neoliberales heredadas de la dictadura cívico-militar de Pinochet. Ese enamoramiento perverso entre la política y el mercado.
Pero discute con él respecto a esas voces, que Moulian considera muchas veces crípticas y que la prosa de la Crítica Cultural asumió como “ejercicios deconstructivos y anti- normativos que desarrolló contra la tiranía del disciplinamiento academicista del papers y las parcelas del orden disciplinario con esas fronteras perfectamente delineadas de las escuelas universitarias”, nos dirá Richard.
Es cierto que el propio Moulian, se da cuenta que no puede construir su crítica con el rígido instrumental conceptual de la sociología y, por tanto, se ve obligado a “ensuciar” su prosa analítica con estrategias que rebasan el marco de la sociología, aproximándose a los márgenes disciplinarios tan bien asumidos por la crítica cultural desarrollada por Richard.
Sigue en pie, en el lúcido analista, el temor que una crítica, a la manera de la realizada en Residuos y Metáforas, peque de una elitización excesiva, volviéndose, finalmente, inofensiva frente a las estrategias del poder que busca destruir.
Es decir, es el miedo a la inoperancia crítica de la crítica, a su enclaustramiento y, en definitiva, a su ineficacia frente al discurso , transparente, directo, monopólico y groseramente reproductor del orden establecido.
Frente a la crítica de Gabriel Salazar las cosas son muy distintas y, por qué no decirlo, distantes y hostiles, en buena hora. Lo que está en juego aquí es el posicionamiento frente a un concepto homogéneo de la noción “pos modernidad” en que se sitúa Salazar, entiéndase como, aquí cito a Richard, “¿el del ‘fin de la historia’ con su ideología desmovilizadora de lo político que le hace guiño al relativismo neoliberal o bien, por el contrario, el de la reivindicación anti-canónica y, por lo mismo, emancipadora, de los muchos sujetos de una historia finalmente plural cuyas voces habían sido oprimidas por la narrativa maestra de la razón moderna-universal?“(Richard,2013).
La respuesta de Salazar es que el pos modernismo richardiano, no sería otra cosa que “Monería… que sirve para disimular, precisamente, nuestra pre modernidad”.
Al parecer tendremos que recordarle a nuestro Premio Nacional que el presente jamás se nos ofrece homogéneo, monolítico como se desprende de sus juicios.
En nuestro presente habitan, una variedad de bolsones de temporalidades: pre-moderno, moderno, pos-moderno, en sus dos variantes y debemos agregar también, transmoderno, tanto en la variante de Rodríguez Magda como en la variante latinoamericana de Enrique Dussel.
Concedámosle al historiador que la variante pos-moderna sigue siendo de cuño eurocéntrico, si eso es aún colonialismo y con ello, al menos, resulta admisible su indignación. Pero es evidente que bajo el cuño de la pos modernidad se alojan tendencias reaccionarias, con un claro perfil pre-moderno y otras, en la orilla opuesta, fragmentaria y transgresora como la desarrollada en Residuos y Metáforas o en la Revista de Crítica Cultural que nada tienen de condescendiente con el neoliberalismo; por el contrario, sumaron fuerzas para combatirlo con las armas de la crítica.
Tenemos que reconocer que en las notas a pie de página se libran los combates más atractivos del libro que presentamos. De allí a desconocer toda función crítica de la Crítica Cultural es no querer ver en la propuesta del otro, un ejercicio calificador que sólo se arroga en exclusividad y que, por supuesto, sitúo en el lugar de mi habla. El Olimpo es diverso y variopinto y resulta peligroso arrogarse el lugar de Akenatón.
Decíamos al comienzo que Crítica y Política puede ser leído como un ejercicio de auto-reflexividad, como crítica de la crítica, una a- puesta de lectura entorno a los 36 números de la Revista Crítica Cultural y su edición en formato libro de gran parte su material.
Pienso que muchos somos deudos de esa muerte voluntaria luego de casi dos décadas de existencia. En realidad me siento parte de aquellos que transformamos el duelo en melancolía, en esa condición insepulta que nos impide cerrar el capítulo.
Se agrega a su final, el de la Revista Punto de Vista y la Revista española A Parte Rei, esta última, virtual.
El agotamiento del “sentido de revista”, para usar la expresión de Beatriz Sarlo, debemos decirlo, tiene un alto costo para aquellos lectores marginales que alimentamos nuestro propia criticidad con la lectura de autores que de otro modo no habríamos llegado a leer.
Es claro que todos vamos a la búsqueda de una palabra vacía que cada uno de nosotros busca llenar, remedando a Sylvie Blocher de Campamento Urbano.
En el número de noviembre de 1994 de Crítica Cultural, se publica una carta de José Donoso a su “Querida Claudia”, su sobrina, en que la insta a meterse en el tubo de la escritura para ver que sale del otro lado, le dice que lo haga antes de iniciar el viaje para tener algún motivo por el cual volver.
Dejar un escrito inconcluso es darse motivos para regresar, quizás de ese modo se vuelva a recuperar ese “sentido de revista” que parece, por el momento, dormido.
El silencio puede ser también un momento de criticidad, una sustracción que, paradojalmente, suma.
Pienso en la máxima del teatro de Richard Foreman “todo sea suficientemente mudo para permitir que lo que realmente está pasando pase”. Las protestas ciudadanas a lo largo del país nos dicen que algo está ocurriendo. Ya habrá momento de recuperar la escritura. Por el momento a sufrir con la película de la realidad.